César Rendueles
Sociofobia
Madrid, Capitán Swing, 2013, 196 pp.
“El comercio –decía Montesquieu en Del espíritu de las leyes– cura los prejuicios destructores. Es casi una regla general que allí donde hay costumbres apacibles existe el comercio, y que allí donde hay comercio hay costumbres apacibles.” Esta afirmación, asegura César Rendueles, podía ser lógica para los ilustrados y los liberales del siglo xviii, que tenían aún ante sus ojos las grandes matanzas europeas provocadas por la política y la religión, para las que el comercio era una alternativa muy preferible, pero sin duda ahora es absurda. Ese comercio civilizador se ha convertido en un “capitalismo de casino”, los liberales han abrazado el “nihilismo social” y el “utopismo”, el sistema es hoy “carcinógeno” y lo radical no es el anarquismo o el comunismo, sino “el capitalismo, que ha subvertido cualquier límite material, moral o ecológico”. Las ideas de lo que parecen hombres y mujeres sensatos, centristas y prudentes –tal vez usted, quizá yo mismo– son en realidad las propias de una secta apocalíptica.
Rendueles no le tiene un particular aprecio al capitalismo y a la democracia liberal, como se ve. El Occidente actual le parece poco menos que un escenario de guerra en el que se han destruido “los vínculos sociales tradicionales”, han explotado “las relaciones afectivas y familiares” y simplemente somos incapaces de cuidar los unos de los otros. Pese a estas, digamos, exageraciones, Rendueles reconoce que el comunismo no dio mejores resultados: su burocracia indiferente estaba marcada por una concepción de la economía básicamente inepta y alienadora. Y tampoco sería deseable regresar a las estructuras de las sociedades tradicionales –por las que, sin embargo, tiene cierta simpatía– porque su énfasis en la estabilidad comunitaria dejaba un espacio minúsculo a la libertad individual. Si esto es así, si no ha habido ningún modelo institucional satisfactorio, si los últimos siglos han sido sido un proceso de destrucción, ¿dónde debemos buscar posibles salidas? ¿Cómo podemos reconstruir nuestros vínculos humanos más cooperativos y desinteresados? Sociofobia, un libro inteligente que da para abrir un buen puñado de discusiones, no nos ofrece demasiadas pistas sobre esto, como explicaré más adelante, pero sí nos da una respuesta provisional: donde no debemos esperar soluciones duraderas es en internet.
Como señala Rendueles, buena parte de las esperanzas de la izquierda revolucionaria están hoy depositadas en la red. Son muchos quienes creen que las nuevas formas de relación –en Facebook, en Twitter, en el correo electrónico, en los foros– pueden dar pie a una gran transformación política. Nuevas formas de licencia intelectual como el copyleft, o sistemas de intercambio de archivos como el peer to peer, pueden hacer que se tambalee la noción capitalista de propiedad privada e intercambio comercial. Sin embargo, afirma, esto es falso. De hecho, aunque algunas de estas formas de interacción sean novedosas e interesantes, en realidad no hacen más que prolongar las prácticas capitalistas con nuevas relaciones superficiales, sin responsabilidades mutuas y basadas en la búsqueda de la satisfacción hedonista, no del compromiso duradero. Uno puede bajarse una película subtitulada merced al trabajo desinteresado de un desconocido, o intercambiar comentarios en un chat con alguien con quien comparte intereses, pero no podemos esperar que ninguno de los dos nos cuide cuando lo necesitemos, nos eche una mano cuando nuestra fragilidad requiera la ayuda de los demás. Estos intercambios son puramente interesados y en ningún caso tienen como fin cambiar el marco institucional y de afectos humanos presente. Las relaciones en internet, sea cual sea la retórica con que se adornen, son puramente liberales, y en la visión de Rendueles eso es en el mejor de los casos inútil y, en el peor, terrible.
Porque, para Rendueles, el “fundamento material” de la “soberanía popular” son los “cuidados” que los humanos nos dedicamos unos a otros, y cualquier sistema institucional que no permita que estos se desarrollen libremente –y para él es evidente que el capitalismo no lo permite– es nocivo. Rendueles no especifica demasiado qué marco institucional sería el adecuado para que este “cuidarse los unos a los otros” florezca. Sería uno, sin duda, en el que “las instituciones económicas estén sujetas a la deliberación democrática”, pero no necesariamente “postmercantil”; sería uno en el que los vínculos sociales serían fuertes y relevantes, pero no necesariamente a la manera conservadora; uno en el que “las tradiciones revolucionarias [que] han dilapidado una parte de su experiencia porque se han malentendido a sí mismas” pensaran el “postcapitalismo como un proyecto factible, cercano y amigable”. No busquen nada de eso, dice Rendueles, en internet, porque está en otra parte. Pero, de nuevo, ¿dónde?
El capitalismo, con todos sus tremendos errores, ha contribuido a hacer el mundo mejor. Aunque no sean méritos exclusivamente suyos, la prolongación de la esperanza de vida, el aumento de la renta per cápita, la disminución de la pobreza, la mayor tasa de alfabetización o la disminución de muertes violentas, todos ellos logros obtenidos en las últimas décadas, no son algo que debamos ignorar pese a que Rendueles lo haga. Lo hace, como afirma, porque descree de las ciencias sociales y sus varas de medir –en lo cual puede que tenga parte de razón, pero a día de hoy no tenemos mejores herramientas–, pero todo parece indicar que en medio de la avaricia, la indiferencia y la mezquindad que existen en el seno del capitalismo, seguimos cuidando los unos de los otros, preocupándonos por el bienestar de los demás aunque a veces sea mediante mecanismos poco simpáticos como la competencia o la productividad –y por supuesto con la amistad y el amor–. Eso no quita, obviamente, que tengamos la obligación de seguir buscando sistemas mejores, mejores arquitecturas institucionales, fórmulas económicas y políticas más inclusivas que hasta ahora. Estoy de acuerdo en que, probablemente, no los encontraremos en Facebook. Pero me temo que eso es en lo único en lo que estoy de acuerdo con Rendueles. Donde él prefiere un poco específico poscapitalismo para el que prescribe una ética pero no unas instituciones, yo prefiero un capitalismo mejor diseñado institucionalmente; quizá, lo reconozco, igual de poco específico, pero más atado a la a veces gloriosa, a veces triste, naturaleza humana.
Es evidente que no comparto la mayor parte de ideas de Sociofobia. Pero es bueno que los liberales desgastemos el asiento de nuestro sillón mientras nos revolvemos con un libro con el que no estamos de acuerdo. En ese sentido, Sociofobia es una excelente introducción a una nueva izquierda, con raíces tanto en la vieja izquierda como en la ya algo envejecida izquierda posmoderna, pero nueva a fin de cuentas, que debemos escuchar si queremos entender lo que le pasa al menos a una parte de nuestra sociedad y de nuestros intelectuales. ~
(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.