Jorge Volpi, En busca de Klingsor, Barcelona, Seix Barral, 1999, 444 pp.
Ahora que la mayor parte de los premios convocados por las grandes editoriales españolas galardona a escritores ya consagrados o, incluso, a autores de la propia casa, cuando no a los autores más codiciados de las casas rivales, resulta encomiable que el jurado del Premio Biblioteca Breve 1999, felizmente resucitado por la editorial Seix Barral, haya apostado por un autor como Jorge Volpi (México D.F., 1968), prácticamente desconocido hasta ahora en España, y por una novela tan compleja y ambiciosa como En busca de Klingsor. Y, en este sentido, bien puede decirse que tanto Guillermo Cabrera Infante y Luis Goytisolo, ganadores de anteriores convocatorias, como Pere Gimferrer, Susana Fortes y Basilio Baltasar han optado con claridad por ser fieles al espíritu original de un premio que siempre tuvo como principales objetivos intentar descubrir y promocionar a nuevos valores e impulsar y apoyar novelas realmente arriesgadas. Un premio, en fin, que, después de hacer historia en la literatura española e hispanoamericana de los cincuenta y los sesenta, se había convertido en un mito para las generaciones posteriores.
Por supuesto, en México Jorge Volpi no es precisamente un desconocido, puesto que ya había publicado cuatro novelas: A pesar del oscuro silencio (1992), La paz de los sepulcros (1995), El temperamento melancólico (1996) y Sanar tu piel amarga (1997), una novela corta: Días de ira (1994) y un volumen de cuentos: Pieza en forma de sonata. Opus 1 (1991). No obstante, En busca de Klingsor supone la culminación, por el momento, de su brillante y precoz carrera literaria y, en cierta medida, un salto cualitativo con respecto a sus novelas anteriores. Conviene recordar, por lo demás, que, durante estos últimos años, Jorge Volpi ha venido compaginando su actividad narradora con el cultivo del ensayo, un terreno en el que, por cierto, ya se ha ganado un merecido prestigio a raíz de la publicación, el pasado año, de La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968. De hecho, hay que decir que no estamos tan sólo ante un excelente novelista, sino también ante un intelectual con vocación de filósofo y ante un verdadero humanista, interesado, desde luego, por la literatura, la música y otras formas de arte, pero, en la misma medida, por la política, el derecho, la historia, la ciencia y la filosofía.
Y es, sin duda, esa doble condición de narrador y ensayista, de creador y pensador, la que lo ha llevado a escribir una novela de las características de En busca de Klingsor. Pero el resultado no ha sido un mero híbrido de novela y ensayo ni una novela de ideas ni eso que se conoce como novela intelectual, sino, más bien, un perfecto ejemplo de lo que los alemanes, con mejor criterio que nosotros, llaman denkensroman o novela de pensamiento, una especie de novela total. No en vano Cabrera Infante la ha calificado de “novela alemana escrita en español” y de novela de “ciencia-fusión”, porque en ella se funden “la ciencia con la historia, la política y la literatura para conformar eso que llamamos cultura”. Y no en vano el propio autor tenía como principales referentes de su escritura, por un lado, la gran novela centroeuropea de este siglo, y muy especialmente El hombre sin atributos, de Robert Musil, y La montaña mágica y Doktor Faustus, de Thomas Mann, y, por otro, algunas obras emblemáticas de la literatura mexicana, como Terra Nostra, de Carlos Fuentes, y Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, e hispanoamericana, como La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa.
En busca de Klingsor es, pues, una novela de pensamiento, pero es también una novela de acción y, más concretamente, una novela de intriga y de suspenso. De ahí que lo más característico de este libro sea la multiplicidad de niveles de lectura que plantea. Narrada en primera y tercera persona por uno de sus principales protagonistas, el matemático alemán Gustav Links, y situada, sobre todo, en la Alemania de la época nazi y en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial —si bien la historia se remonta a las primeras décadas del siglo y tiene su fin en 1989—, En busca de Klingsor es una historia apasionante y pormenorizada de la física cuántica, de esa nueva ciencia que rompe la física de Newton. Pero es también la historia de una investigación detectivesca, la emprendida por el físico y teniente del ejército norteamericano Francis P. Bacon, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, con el objeto de identificar y desenmascarar a un tal Klingsor, nombre en clave bajo el que se supone que se ocultaba el asesor científico del Führer. Y, al mismo tiempo, es la crónica —desde luego, interesada— de una conspiración, la que el 20 de julio de 1944 intentó terminar con la vida y el régimen de Hitler, y de las fatales consecuencias que tuvo para algunos de los que participaron en ella. Por otra parte, estas tres historias se alternan y entremezclan, además, con las vidas de los dos protagonistas principales —Bacon y Links—, creando así un complejo entramado de encuentros, traiciones, rivalidades y pasiones amorosas. Pero, por encima de todo, En busca de Klingsor es una indagación —moral y filosófica— sobre algunos de los aspectos esenciales del siglo XX, tal y como sugiere el propio narrador al final del prefacio con que se abre el libro:
A diferencia de otras épocas, la nuestra ha sido decidida con mayor fuerza que nunca por estos guiños, por estas muestras del ingobernable reino del caos. Me propongo contar, pues, la trama del siglo. De mi siglo. Mi versión sobre cómo el azar ha gobernado al mundo y sobre cómo los hombres de ciencia tratamos en vano de domesticar su furia. Pero éste es, también, el relato de unas cuantas vidas: la que yo mismo he sufrido a lo largo de más de ochenta años, sí, pero sobre todo las de quienes, otra vez por obra de la casualidad, estuvieron a mi lado.En este sentido, yo diría incluso que En busca de Klingsor es una gran metáfora del siglo XX, puesto que si, en efecto, el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, este siglo que ahora termina pasará sin duda a la historia como el Siglo de la Incertidumbre. Y la búsqueda de Klingsor representa, precisamente, la búsqueda de alguna certidumbre en medio de un mundo que se desmorona, un mundo fragmentario y caótico en el que no hay verdades absolutas ni incontrovertibles, y, por lo tanto, el bien y el mal, la verdad y la mentira, con todas sus derivaciones, son algo relativo. De hecho, el tema que vertebra toda la novela no es otro que el de la imposibilidad de conocer la verdad, y todas las implicaciones —fundamentalmente políticas y morales— que se derivan de esta imposibilidad, que se manifiesta, en primer lugar, claro está, en el mundo de la ciencia:
Otra vez la incertidumbre. Si antes se trataba de la que se deriva de la física cuántica, ahora es la que está en el centro de las matemáticas. Como dice Gödel, aun en el sistema más perfecto existirá siempre al menos una proposición que no puede ser verificada de acuerdo con las leyes de ese sistema… No es ni verdadera ni falsa, sino indecidible.Pero que también afecta a todas las esferas y facetas de la vida:
Si en la ciencia, en la física y en las matemáticas no es posible llegar a una certeza absoluta, ¿por qué nosotros insistimos en encontrarla? ¿Por qué la perseguimos con tanto denuedo? […] La verdad es tan ambigua como una proposición indecidible, tan esquiva como un electrón, tan incierta como una paradoja…De ahí que uno de los aspectos más interesantes de esta novela consista en ver de qué manera los grandes descubrimientos de la física y de las matemáticas modernas, esto es, de la nueva ciencia, han influido, aunque sea a través de sus versiones más vulgarizadas, en las vidas y conductas particulares de unos personajes, y de manera muy especial, por cierto, en su comportamiento amoroso. Y de ahí también los numerosos paralelismos y correspondencias que se plantean entre la ciencia y el poder, la moral, la guerra, el amor, el mal… Tanto es así que la ciencia funciona en esta novela como metáfora de los otros planos temáticos y argumentales y como término de referencia y comparación. Un ejemplo significativo lo encontramos en la siguiente cita:
¿Qué es el electrón? Los físicos lo ven, antes que nada, como a un gran criminal. Un sujeto perverso y astuto que, tras haber cometido incontables y atroces delitos, se ha dado a la fuga. Sin duda es un tipo listo, y todos los esfuerzos por localizarlo se estrellan con sus tácticas de evasión […].Naturalmente, el nombre de Klingsor procede de uno de los personajes míticos que aparecen en el Parsifal de Wagner (de hecho, la música es otro de los referentes fundamentales de la escritura de Jorge Volpi; de ahí que, en este caso, se establezcan diversos paralelismos estructurales y argumentales con la ópera wagneriana). Pero lo importante no es ya que Klingsor sea un personaje maligno —él representaría la relación entre la ciencia y el mal en la Alemania hitleriana—, sino que, al final, se convierta en un símbolo de la incertidumbre, puesto que se supone que existió, pero es imposible demostrar su existencia. Klingsor es, literalmente, según el citado Teorema de Gödel, un personaje indecidible.
¿Cómo atrapar a alguien así? ¿Cómo reconocerlo? ¿Cómo averiguar sus intenciones ocultas? ¿Cómo prever a dónde se dirige, dispuesto a burlarnos de nuevo? ¿Cómo detener su movimiento perpetuo? No creo exagerar si digo que, en efecto, otro de los nombres del electrón podría haber sido Klingsor.
Por último, hay que decir que también el lector participa, de forma activa y directa, del caos, la incertidumbre y las trampas del azar que muestra o narra la novela, ya que, desde el principio, nos vemos involucrados en un juego en el que también nosotros tenemos que tomar decisiones, hacer interpretaciones, intentar resolver paradojas y ambigüedades y tratar de obtener alguna certeza, sabiendo que al final no encontraremos ninguna solución para los numerosos enigmas y dilemas planteados en y por el texto. Y es que aquí, como en la vida, lo que de veras vale la pena no es alcanzar un fin, sino el propio camino recorrido o realizado. –