Carlos Monsiváis
Los ídolos a nado. Una antología global
Selección y prólogo de Jordi Soler, México, Debate, 2011, 365 pp.
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Autoayúdate que Dios te autoayudará. Aforismos de Carlos Monsiváis
Prólogo, investigación y selección de Francisco León, México,
Seix Barral, 2011, 153 pp.
Siempre que un escritor muere no falta el valiente que dice: es tiempo de volver a su obra. Tampoco falta el cursi que añade: allí, entre los libros, descansa el espíritu de nuestro autor. En el caso de Carlos Monsiváis, ¿a qué obras habría que volver? ¿En cuáles de sus miles de páginas reposa –digamos– su espíritu y en cuáles otras no queda otracosa que ruido y estática? A todo esto, ¿puede el espíritu reposar en la crónica de un evento cualquiera, o en un perfil de, por ejemplo, Gloria Trevi, o en esa columna semanal entregada, sin mucha convicción, casi por inercia, a este o aquel periódico? Por otra parte, ¿para qué volver a los textos cuando el hombre se obstinó en desbordar la escritura y dejar su huella en otros ámbitos? En última instancia, ¿para qué volver al autor cuando, ahora que ha muerto, la tarea parece ser más bien apropiarnos de sus textos y significarlos en nuestro presente?
En fin: acaban de aparecer dos obras que lidian, cada una a su manera, con el problemático fantasma de Monsiváis. La primera, Los ídolos a nado, es una antología de dieciséis textos preparada por Jordi Soler ypublicada originalmente en Barcelona. La segunda, Autoayúdate que Dios te autoayudará, es una prolija selección de aforismos (o al menos así se les llama aquí) que Francisco León pepenó en algunos libros de Monsiváis. El objetivo de la primera se anuncia ya en el subtítulo –Una antología global– y se reitera en el prólogo: “cruzar el mar, traer a España la obra de uno de los autores imprescindibles del idioma”. El propósito de la segunda se expone con no menos orgullo en las primeras páginas: “seleccionar cada aforismo [de Monsiváis] y dejar fuera, esto es, sacrificar fragmentos y periodos de una importancia y brillantez notables”. Uno, para presentar el caso de un Monsi globalizado, esquiva los cientos de escritos de Monsiváis incrustados en la circunstancia mexicana y reproduce otros incrustados, ay, en la circunstancia mexicana: ensayos sobre el levantamiento zapatista y el metro de la ciudad de México, apuntes sobre Cantinflas y Salvador Novo, retratos de María Félix y José Alfredo Jiménez, meditaciones sobre la cursilería y la vida nocturna que pronto se sitúan y se tornan reflexiones sobre la cursilería mexicana o la vida nocturna en la capital. El otro, para defender el caso de un Monsi aforista, elude las típicas, de pronto geniales, parrafadas de Monsiváis y acopia algunos fragmentos que a veces brillan* y a veces se desploman sin el amparo de aquellas parrafadas: “El siglo XX, un tiempo del sentimiento de culpa”, “La Revolución mexicana de 1910 destruye formaciones feudales e instaura la movilidad social”, “¿Cómo demostrar en México las ventajas de la razón (proyecto) sobre el fanatismo (comunicación)?”, “Pagar más obliga a más”, “No es casa es una autobiografía de los cuarenta”.
En uno y otro libro, en apariencia tan distintos, está en marcha una misma operación: descontextualizar –y de paso: despolitizar– a Monsiváis. Lo mismo aquí que allá se intenta desprender a este de su territorio específico, el campo de producción cultural mexicano de la segunda mitad del siglo XX, y se le hace viajar, en teoría ya libre de su fardo nacional, por otros lugares. Lo mismo aquí que allá el fantasma de Monsiváis se resiste a ser despojado de esa manera y arrastra consigo su circunstancia, ahora hasta el circuito editorial español, ahora hasta esa “tradición iniciada a partir de los fragmentos de Heráclito” (León). Para ir por partes: en Los ídolos a nado Soler se esfuerza en hacer de Monsiváis una suerte de icono pop, estrafalario e inexplicable, amigo de Bono y otras celebridades, hechizado por la sociedad del espectáculo, y por ello privilegia, entre todos los libros del autor, uno más bien menor, Escenas de pudor y liviandad (1988), y elige, entre un total de dieciséis textos, ocho relacionados de un modo u otro con el mundillo de la farándula. Al final, claro, Monsiváis se insubordina y se muestra menos fascinado con el espectáculo que con el espectáculo mexicano, más crítico con el fenómeno de la celebridad de lo que Soler querría y muchomenos estrafalario e inexplicable de lo que se le pinta, inscrito como está en las disputas culturales del México que le tocó. Ahora: en Autoayúdate que Dios te autoayudará León lleva bastante más lejos ese proceso de deshistorización y postula una suerte de Monsiváis eterno, libre de toda coyuntura y en tratos con una inamovible Condición Humana. Primero, separa las obras de su lugar de enunciación, con lo que estas dejan de ser intervenciones específicas en un medio preciso y se vuelven textos que operan en el “mundo de las ideas”. Luego, extirpa algunas frases de esos textos y las expone a solas, como sentencias venidas de quién sabe dónde, no sin antes asegurar su “totalidad independiente y parentética”. Después, desprende a Monsiváis de su campo cultural y lo reubica al interior de una genealogía, casi mística, que va de Heráclito a Juvenal a Montaigne a Gracián a Nietzsche. Finalmente, le asigna ciertas labores esotéricas –alumbrar el “eterno retorno de aspectos”, “nombrar la eterna fragmentación del dios”– que Monsiváis, otra vez insubordinado, cumple, desde luego, de muy mala manera: “Gracias al narcotráfico la nota roja se masifica.”
Ninguno de estos dos antologadores, ni León ni Soler, le hacen un favor a Monsiváis desatándolo de su circunstancia. Más bien al contrario: los textos de Monsiváis quedan así a la deriva, flotando por encima de las disputas ideológicas en que irrumpieron, incapaces de penetrar el mundo que refieren, y entonces no resta más que atenderlos y leerlos muy de cerca. Y ya se sabe lo que pasa cuando uno lee con malvado detalle los textos de Monsiváis: pasa que la experiencia no es siempre feliz y que uno se topa con hallazgos y tropiezos, chispazos y rebaba, repeticiones, lugares comunes, bromas innecesariamente extendidas, ideas perezosamente expuestas y, de repente, sí, esas frases tortuosas, a veces de plano incomprensibles, que sus adversarios tanto le echaban en cara. Uno descubre también, leyéndolo como un aforista, que el hombre podía decir tanto esto como aquello y que gastaba buenas y malas bromas. Uno corrobora además, leyéndolo como un autor globalizado, que sus ensayos de crítica cultural, carentes siempre de rigor teórico, palidecen ante sus crónicas, algunas de veras formidables, y que estas brillan, justamente, cuando se hunden en la minucia local.
Por supuesto que cualquiera puede leer a Monsiváis como le venga en gana y presentarlo a su manera. Este puede decir: miren qué hip y exportable. Aquel otro puede asegurar: no era, en el fondo, sino un presocrático. Lo que yo digo es, sencillamente, que tanto el Monsiváis de Soler como el de León me parecen poca cosa, débiles y sin filo, ni siquiera la mitad de ese hombre que saturaba los medios mexicanos. Si me preguntan, a mí el Monsiváis que me importa es justo ese que Soler y León desdeñan: el Monsiváis situado, producto y productor de una cultura, en tensión permanente con su entorno. El que elige la crónica cuando tantos otros se intoxican con el ensayo de corte nacionalista. El que celebra la heterogeneidad cuando tantos otros rinden culto a la identidad. El que fuerza a la literatura mexicana a atender manifestaciones culturales que no atendía. El que rebasa la literatura y explora otros ámbitos para tener más impacto. El que interviene aquí y ahora. El hombre en su campo de batalla. Monsiváis en acción. ~
* “Cuán fácil es mantener la virtud si nadie nos asedia como es debido”, “El político del sexenio es la iniciativa privada del siguiente”, “La plusvalía dispone de apellidos”, “Claro que no es cierto, pero es noticia”, “Peinarse es sentir que alguien te necesita y piensa en ti”, “Quien no le cuenta a un desconocido las dificultades sexuales con la pareja carece de intimidad”, “Prevenir sobre la masturbación es recordarle al adolescente la existencia de su pene”, “Con tanta gente no hay sitio para Los Demás”.
es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).