Mujeres beat

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Varias autoras

Beat attitude. Antología de mujeres poetas de la generación beat

Traducción, selección y prólogo de Annalisa Marí Pegrum

Madrid , Bartleby Editores, 2015, 208 pp.

Beat attitude. Antología de poetas de la generación beat pretende algo muy sencillo: demostrar que en la generación beat, una de las más influyentes de la literatura contemporánea, representada hasta hace muy poco solo por hombres –Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg, Neal Cassady, Lawrence Ferlinghetti, Gary Snyder, Gregory Corso–, había mujeres. No aspira, pues, a articular un sesudo estudio filológico, sino, simplemente, a acreditar que ese movimiento es más amplio de lo que siempre se ha creído, o ha interesado creer; y esa mayor amplitud la otorgan las mujeres. Annalisa Marí Pegrum, la antóloga y traductora, se suma, así, a una corriente cada vez más firme de reivindicación de la literatura escrita por mujeres, tradicionalmente oculta al escrutinio público, incluso en tiempos muy actuales, o, en el mejor de los casos, subordinada al protagonismo de los hombres, por más que muchos –y, entre ellos, algunos conspicuos pero chuscos editores– sigan considerándola, por razones que no detallan, un producto de tercera clase. “Sobra decir”, señala la responsable de la edición, “que en la década de los cincuenta las mujeres no disfrutaban todavía de las mismas libertades que los hombres. Muchas de las artistas de la generación beat fueron mujeres atribuladas que se vieron obligadas a luchar contra las restricciones de la cultura, de la familia y de la educación, a la vez que intentaban desarrollar su talento artístico a la sombra de algunos de los escritores más emblemáticos del grupo. Algunas de ellas padecieron graves problemas psicológicos que, en el caso de Elise Cowen, acabaron trágicamente en suicidio.”

Diez son las autoras recogidas en Beat attitude: Denise Levertov, Lenore Kandel, Elise Cowen, Diane di Prima, Hettie Jones, Joanne Kyger, ruth weiss, Janine Pommy Vega, Mary Norbert Körte y Anne Waldman. Todas son coetáneas: Levertov, la mayor –y la más conocida en España–, nació en 1923; weiss, en 1928; Kandel, en 1932; Cowen, en 1933; Di Prima, Jones, Kyger y Körte, en 1934; Vega, en 1942; y Waldman, en 1945. Esta cercanía cronológica acaso las acerque también literariamente. Algunas inquietudes –que son las de la generación a la que pertenecen, matizadas por la personalidad y el estilo de cada una– se reiteran en todas: la experiencia del sexo, expresada, como es obvio, desde una perspectiva femenina (que la antóloga subraya); el orientalismo, tan fuertemente arraigado entre los beat, ansiosos por quebrantar las normas culturales y morales que se tenían por opresivas en la América posterior a la Segunda Guerra Mundial; la alteración de la conciencia por medio del alcohol y las drogas; la oralidad y el jazz; los viajes; la escritura automática. Es revelador también el sesgo doméstico que algunas de estas poetas imprimen a sus versos: hablan de hijos y hogares, temas que difícilmente aparecen en la poesía de sus pares masculinos, y lo hacen con sosegado desgarro: proyectan sus oscuridades y sus esperanzas en el ámbito inmediato de la familia. El denominador común de estos rasgos y preocupaciones es la voluntad de apartarse de un mundo que se juzga inane, y de descubrir nuevos caminos para el ser, nuevas formas de percepción y conocimiento, y nuevas maneras también de reflejar esa transformación existencial: la vieja llama vanguardista, en suma.

El sexo está muy presente en Kandel, provocadora y explícita; Cowen, que amalgama los placeres lésbicos y estupefacientes; Di Prima, que subraya la feminidad del eros aludiendo al parto y la menstruación; y Waldman, que dedica un vibrante canto al sexo de la mujer, “La grieta del mundo”. En cambio, Vega –cuyo marido, el pintor peruano Fernando Vega, murió de sobredosis en Ibiza, en 1965– canta al amor con acentos clásicos.

Las inquietudes espirituales se plasman en la influencia de las religiones asiáticas –el budismo y el hinduismo– y, en particular, en la persecución de una iluminación transformadora. Levertov compone una “Canción para Ishtar”; Kalden invoca a la diosa Kali en “Pequeño rezo por los ángeles caídos”; Di Prima habla de “cantar los sutras” en el emblemático “No pasa nada”; y Waldman hace que la protagonista del poema “A la manera de Mirabai” repita, al sonido del tambor, “Buda, Buda”.

La alteración del estado de conciencia se persigue por distintos medios. Entre los excitantes que disparan la percepción y la inteligencia a una dimensión superior, el alcohol y las drogas son los más comunes. El mencionado “Pequeño rezo por los ángeles caídos”, de Lenore Kandel, empieza así: “Demasiados de mis amigos son yonquis”. En “Diez Diez”, ruth weiss –una judía austriaca que escapó de Hitler y que nunca utiliza las mayúsculas, para alejarse de su lengua materna, el alemán, en la que todos los sustantivos se escriben en ellas; contradictoriamente, en varios poemas escribe en mayúsculas todos los nombres propios, para subrayar, quizá, la dislocación visual– se refiere a los “cigarrillos de hachís”. Waldman aporta una pieza dedicada a William Burroughs, cuyo elocuente título es “Peyote Billy”. También Di Prima, en “No pasa nada”, alude “al peyote y al ron de Joanne Kyger”, y a la cerveza, el vino y la hierba. La licuefacción de la conciencia encuentra su trasunto formal en una imaginería trepidante, muy compleja en el caso de Körte, y en poemas desarticulados, irracionales, próximos a la mera transcripción del impulso verbal. Cowen, Kandel y weiss son singularmente rupturistas, aunque el hervor de las imágenes y el estallido sintáctico se tiñen de sombras psicopatológicas en el caso de Cowen, que sufrió trastornos mentales y acabó suicidándose. Sus padres, avergonzados por sus referencias a las drogas y al amor homosexual, destruyeron casi toda su obra. Solo sobrevivieron algunos poemas sueltos, que vieron la luz en revistas literarias de los sesenta y setenta, y un único cuaderno, recuperado y publicado en 2014: Elise Cowen: Poems and Fragments. El deseo de muerte de Cowen, que finalmente satisfaría saltando por la ventana de la casa familiar, se revela con sobrecogedora claridad en algunos de sus versos: “Muerte, ya llego / espérame.”

Esta explosión formal y visionaria se equilibra con algunas recurrencias, como las repeticiones y las enumeraciones. Di Prima, Jones y Waldman reiteran sintagmas o versos, y encadenan elementos en poemas melopeicos, fieramente acumulativos. Jones es también una de las poetas que más atiende al mundo familiar y doméstico, a lo más íntimo y, a la vez, social de la condición femenina. En “Sin título” escribe: “Amor mío / sacarás por favor / la basura, las espinas / que los gatos / rechazaron // los niños duermen / no los oigo respirar.” Joanne Kyler la acompaña en esta intrahistoria atormentada: “se entierran los fantasmas de la casa. / Esta es mi casa. / Haciendo crujir la casa atropelladamente los otros enloquecen. / Tengo que fregar el suelo de nuevo”.

La selección de Annalisa Marí Pegrum es correcta, pero podría haber abarcado a otras autoras, como Barbara Moraff y Margaret Randall. Por otra parte, a la traducción se le pueden hacer algunos reproches. El automatismo con el que se trasladan los gerundios de los poemas originales a los traducidos afea el resultado en español, aunque no más que el de los pronombres posesivos, que inundan, lamentablemente, las versiones en castellano. Y el manejo de las preposiciones tampoco ha sido afortunado. Su predilección por una de ellas, “sobre” –con la que traduce un amplio muestrario de preposiciones locativas en inglés: on, at, in, over– genera versos confusos o indebidos: los niños no salen a jugar “sobre un barco” (salvo que lo hagan volando), sino “en un barco”, y tampoco se duermen “sobre su rodilla” (salvo que leviten), sino “en sus rodillas” (o mejor: “en las rodillas”). ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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