Nostalgia S.A.

El desierto blanco

Luis López Carrasco

Anagrama

Barcelona, 2023, 164 pp.

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Luis López Carrasco (Murcia, 1981) se ha hecho con el Premio Herralde de Novela 2023, tras una edición en que el premio se declaró sin ganador, con El desierto blanco. Con respecto al libro hay al menos dos cosas que resultan incomprensibles: la primera es que se haya dado un premio de novela a un libro que parece más bien una colección de cuentos, con cierta unidad y con personajes que reaparecen. Pero hace falta un poco más para llamar novela con propiedad a un libro; aquí se le llama así porque el autor lo dice y el jurado lo avala. Que su naturaleza de novela es dudosa se demuestra en que lo primero que hay en todas las piezas sobre el libro es una justificación de por qué es una novela. La segunda cosa que queda poco clara son unas notas al pie que aparecen en algunos de los capítulos para explicar quién es Irene Villa, José Luis Rodríguez Zapatero, qué es Guantánamo, la serie Lost o la TDT. La finalidad de esas notas es uno de los misterios sin resolver de este libro: su uso resulta bastante arbitrario.

López Carrasco es cineasta, miembro del colectivo Los hijos y autor de dos películas: El futuro y El año del descubrimientoEl desierto blanco comparte con ambas la idea del desencanto y de ausencia de futuro. López Carrasco ha publicado además la colección de relatos Europa (Caravaca de la Cruz, 2014).

El desierto blanco se abre con “La superviviente”, que pone en escena una dinámica de grupos, una socorrida metodología para la selección de personal. Es un recuerdo de Carlos, quien escribe, dos décadas después de que aquello sucediera, para “viajar durante unos instantes al lugar en el que viví durante tantos años de mi vida –y al que por motivos de sobra conocidos no podemos volver–”. El problema es que este episodio parece un reciclaje de algo escrito al calor del 2011 sobre la precariedad laboral: en el trabajo de Aitana, pareja de Carlos, lo que sucedió es que contrataron a una persona no preparada para un puesto importante, pero con “apellido de castellano viejo, de marquesa de Burgos”.

“Océano de luz” cuenta el accidente de avión en el que viaja Jimena Sánchez Bravo. De la isla, que es un desierto blanco, en la que recalan, y que terminará por localizar, los rescatan. A pesar de tropezar al construir imágenes (“El hombre viste con ese aspecto cómodo y ligeramente desaliñado de las personas que han viajado demasiadas veces con traje de ejecutivo cuando desempeñaban algún cargo de cierta relevancia”) y de que tiene el tono pretencioso de todo el libro, este quizá sea el mejor capítulo (¿cuento?). “Marte florecido” es una despedida, no queda claro si de la pareja o de una casa, hay una mudanza y el recuerdo del primer viaje juntos a conocer a la familia. Aquí hay frases que tienen el tono grandilocuente y vacuo de las que se estampan en tazas: “En las circunstancias adecuadas, la primera persona del plural puede ensancharse sin temor y sin fin. Aunque imagino que, en otro tipo de circunstancias adecuadas, puede estrecharse y estrecharse hasta que en ese nosotros solo quepan dos personas. Nosotros.” “Espectro liberado” es una nochevieja entre amigos, Carlos, Aitana y otros, que quizá habría sido mejor si se hubiera aligerado un poco.

Esto puede aplicarse a todo el libro: una de las cosas que le faltan es ligereza, la sintaxis es pesada, no hay humor, le falta aire en general. El libro tiene una densidad que no se justifica. Por ejemplo, aquí comparte una enumeración de la lista de la compra para la cena de nochevieja, veintiún líneas de yuxtaposición de productos alimenticios, algo que resulta curioso porque en la página anterior el narrador dice: “la descripción de la carcajada ajena es un esfuerzo engorroso, poco fértil y de efecto contraproducente”. Pues la lista de la compra ni te imaginas. En los diálogos entre los amigos, que se plantean estilísticamente casi como monólogos interrumpidos más que como diálogos, se cuela una especie de poética: “Lo hemos intentado, hemos intentado escribir thrillers apocalípticos ambientados en la actualidad y donde el flujo de comunicación no se pierda, pero es difícil, es realmente difícil, como si el propio subgénero no lo admitiese.” El posible reflejo entre el juego en el que participan los amigos esa noche y sus relaciones reales tampoco terminan de brillar. Es una constante del libro: la falta de brillo, de encanto. El último capítulo, “La línea del horizonte”, se sitúa de nuevo en el futuro, 2035. Son las cartas (¿correos electrónicos?) que recibe Carlos de su hermano, que a diferencia de él y su familia se quedó en la Tierra.

Más allá de una prosa acartonada y antigua, de que los personajes inquieren en lugar de preguntar, las cosas se hallen y no estén en lugares, marcas de estilo nostálgico y, a mi modo de ver, de una idea equivocada de lo que es escribir bien, El desierto blanco tiene el problema de que el marco que presuntamente plantea, una distopía futurista, no está claro más allá de las líneas de la promoción: es decir, en el libro no está, quizá levemente en el último de los capítulos. El desierto blanco, como libro de relatos, es un libro mediano, correcto aunque quizá un poco aburrido. Como ganador del Premio Herralde de Novela, en cambio, el foco resulta desproporcionado, y las carencias se ven mucho más que las virtudes, que las hay incluso si no son del tipo que yo puedo apreciar. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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