Nuestros nuevos amigos de la tarde anterior

Fiesta de Santiago en Guadix
Lillian B. Polhemus
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Hace cincuenta años la Cátedra de Flamencología de Jerez de la Frontera concedió su premio nacional al libro El arte del flamenco, del guitarrista Donn Edgar Pohren, natural de Minneapolis. A finales de los años cuarenta, cuando tenía 18 años, Pohren vio bailar en México a Carmen Amaya. El grupo que acompañaba a la bailaora lo convenció de que si quería seguir estudiando flamenco tenía que instalarse en España. Pohren llegó a Madrid en 1953 y fundó el Club de Estudios Flamencos en los bajos del tablao Los Gabrieles, donde tres noches a la semana se celebraban juergas con bailaores, cantaores y guitarristas madrileños o convocados de Andalucía para el cante.

Cuando empezó a andar corto de dinero, Pohren se trasladó a Morón de la Frontera para trabajar en la base americana. Allí conoció al guitarrista Diego del Gastor y acabó comprando la Finca Espartero, donde instaló un centro flamenco con hospedería que acabaría convirtiéndose en un lugar de peregrinación para amantes del flamenco y jóvenes hippies llegados de los Estados Unidos. Gracias a su entusiasmo, curiosidad y respeto, y a su matrimonio con la bailaora Luisa Maravilla, Pohren fue admitido como uno más en el mundo flamenco (durante un tiempo contaba que era hijo de una española), que según él mismo advierte “es una forma de vida” y no solo un tipo de música. Murió en Las Rozas en 2007.

Es una pena y un misterio que este libro no se haya reeditado, porque despliega de una manera fascinante y a la vez tan clara como el escurridizo tema lo permite un modo de vida que desaparece ante los ojos del escritor. Pertenece al género de los libros escritos por extranjeros apasionados por España, que a veces son capaces de ver detalles que solo puede apreciar quien irrumpe desde una iluminación diferente. Está dividido en cuatro partes: La filosofía del flamenco, El arte del flamenco, La enciclopedia del cante y un Apéndice que a modo de guía repasa los principales tablaos (que desprecia, como lugares donde es imposible que el duende se desate), los más famosos fabricantes de guitarra, los mejores festivales, los artistas más dotados y los discos imprescindibles para los aficionados.

La parte dedicada a la filosofía del flamenco es la más arrebatadora, porque consiste en una serie de escenas que retratan el modo de vida nómada y libre que es el mejor caldo de cultivo del flamenco. La traducción de Antonio R. Almodóvar tiene sin duda mucho mérito en el logro. El primer cuadro arranca con el autor y otros compañeros recorriendo la sierra de Ronda a lomos de sendos burros. En la puerta de una finca dan con un anciano que se dispone a salir hacia una feria de ganado a varios días de viaje. Después de compartir unos tragos de vino, unos cantes y unos garbanzos con cordero deciden acompañarle a la feria.

La cosa se anima, por el camino van uniéndose un montón de personas (“nuestros nuevos amigos de la tarde anterior”) que por las noches filosofan al raso sobre la integridad de la vida gitana y las constricciones de la vida paya y cantan y tocan la guitarra (“llegó un momento en que no bastaba con hablar […] Empecé a tocar una lenta y melancólica siguiriya, y el poeta se puso en pie junto al fuego”). Cantando, cantando, la cosa es que acaban en una boda. Dice el anciano: “Una boda gitana es la cosa más preciosa que podrás ver. ¡Y qué celebración la que viene luego! Nosotros somos la única gente del mundo que sabemos casarnos de verdad”. Bien es verdad que la fiesta acaba en tragedia.

El siguiente cuadro cuenta una juerga celebrada en casa de Pohren. En realidad es una juerga errante, porque comienza en el barrio sevillano de Santa Cruz con el recuerdo nostálgico de las juergas de verdad que se corrían en los años 30 en los alrededores del bar Las Siete Puertas, cuando “en cada casa había un bar y en cada bar había flamencos”, sigue con un rosario de cantes y bailes y botellas vacías hasta que “nadie podía explicarse cómo había amanecido tan temprano”, y continúa con la movilización general hacia la taberna de un pueblo cercano donde se les unen unos trabajadores que renuncian a llegar a la fábrica y donde el exaltado camarero se sube de un salto a la mesa donde cuatro vecinos estaban jugando al dominó.

Mesa, fichas y camarero caen al suelo. “La conducta general se estaba volviendo un poco escandalosa” y un guardia se asoma a la taberna a darles un toque, trance que resuelve un ganadero invitando a todo el que lo desee a continuar la fiesta en su finca, donde un espontáneo torea una vaquilla y es paseado a hombros. Visto el éxito multitudinario del festejo, un grupo selecto se retira a la casa de un cantaor, una cueva debajo de un castillo romano, a orillas del Guadaira. No me quiero imaginar la resaca, pero menuda fiesta.

A lo largo de todo el libro Pohren insiste una y otra vez en el nefasto efecto de momificación que han tenido sobre el flamenco auténtico tanto el establecimiento de tablaos comerciales, donde si se quiere triunfar es preciso interpretar (de hecho, dice que el flamenco no se “interpreta”, sino que más bien se “despliega”) según unos patrones mecánicos que contradicen la esencia flamenca, que sería más un dejarse llevar, como la desaparición comprensible de unos modos de vida errantes que no han resistido el progreso de la sociedad. Se da cuenta de que ha asistido a los últimos centelleos de un mundo que apenas podemos comprender ya. Pero los rescoldos todavía avivan la imaginación de quien lee su libro.

A la vez que leía El arte del flamenco, cayó en mis manos una rareza que se le parecía en algunos puntos. Good-bye Gypsy: Living with the Gypsies of Spain es el relato de una estancia de varias semanas, también a finales de los años sesenta, en un par de comunidades gitanas. Lo primero que llama la atención es la fotografía tomada “unos pocos días después de volver de España” de la autora, Lillian B. Polhemus, que es una sonriente viejecita con abrigo de tres cuartos que más bien parece sacada de una ilustración de Norman Rockwell. Le calculo unos ochenta años.

Estadounidense al igual que Pohren, Polhemus sintió desde su infancia una curiosidad muy fuerte por el pueblo gitano. Mantuvo esa curiosidad durante toda su vida y siendo ya una anciana, y contra los intentos de disuasión por parte de su familia, que le decía que estaba loca, se cogió un avión de Los Ángeles a Málaga. Una vez en Granada, los encargados del hotel con los que había hablado de su interés por conocer a los gitanos le facilitan el contacto con un cuadro flamenco. Pero ella se da cuenta de que eso no es lo que busca, detecta la momificación denunciada por Pohren (dice que lo que le han enseñado es “el Hollywood de Granada”) y se va por su cuenta a Guadix, donde consigue ser admitida como huésped de una familia, en una cueva. El libro es el relato de sus aventuras allí, de cómo trata de comprender el sentir y el proceder de una gente de una cultura muy diferente, y resulta divertido, conmovedor y ejemplar.

Mientras que Pohren es evidentemente uno más entre los flamencos, Lillian B. Polhemus es siempre un elemento extraño, pero su tesón y su deseo de comprender y de integrarse son admirables y demuestran un carácter portentoso. Tiene que dormir en la misma cama que los niños, que pasan toda la noche moviéndose y pataleando, hasta que al cabo de los días decide irse a dormir al suelo. Tampoco comprende su manera de comer, detesta la leche de cabra recién ordeñada que le ofrecen todas las mañanas, y cada vez que tiene que lavarse al aire libre se acuerda de los cuartos de baño americanos. Pero durante su estancia allí, esa asombrosa señora de Ohio que ha mantenido su deseo intacto durante décadas consigue el aprecio de los gitanos e incluso llega a recibir las confidencias de algunos de ellos, que le cuentan sus penas más profundas.

Estos dos libros fascinantes que cuentan cierta visión extranjera de los gitanos españoles de los años sesenta van de algo más, van del deseo de comprender el mundo y de ampliar la propia vida. Pienso en Donn E. Pohren y en Lillian B. Polhemus y me acuerdo no de una siguiriya, sino del fado que dice Não é fadista quem quer, ma sim quem nasceu fadista.

 

El arte del flamenco

D. E. Pohren

Traducción de Antonio R. Almodóvar

Sociedad de Estudios Españoles

Morón de la Frontera, 1970

 

Good-bye Gypsy

Lillian B. Polhemus

The Arthur H. Clark Company

Glendale, California, 1968

 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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