Si en un futuro nos fuera imposible recordar a Martin Amis, el creador de varias novelas en verdad excelsas, quizá prevalecería como uno de los escritores más (injustamente) vilipendiados del Reino Unido, tanto que a veces parece ser el objeto de una campaña de desprestigio tramada por algún oscuro personaje de sus propias obras, algún enemigo de la infancia que se ha vuelto poderoso y que le guarda un rencor profundo y visceral. Pero será imposible negar que en la mayoría de sus novelas (incluso en libros de no-ficción como Experiencia) exhibe talentos superiores: la elaboración de estructuras sólidas, complejas, originales; la caracterización rápida y certera de los personajes; una capacidad inagotable para dotar a cualquier anécdota de un matiz literario que atrapa; una visión de conjunto muy amplia y un conocimiento profundo de la neurosis urbana y de sus miserias y virtudes.
Estas características prevalecen y se amplifican en su más reciente obra. Aquí utiliza una estructura de telaraña en la cual las vidas de los personajes se van relacionando poco a poco (conforme la lectura nos acerca al centro de la novela y de sus misterios), conectados todos por lazos de familia o de venganza o de odio: Sólo así se explica que el rey de Inglaterra, Enrique IX (quien tiene una misteriosa amante china y una hija no menos sensual), Xan Meo (actor, músico, escritor, padre y marido ideal) y Clint Smoker (reportero de un diario amarillista y hombre traumatizado por las breves dimensiones de sus genitales), guarden entre sí fuertes vínculos. Hay que recordar que las novelas de Amis son estructura, pero no estructura y punto, como han querido algunos de sus detractores: estructura que se multiplica y que se expande, estructura que es un organismo vivo compuesto de historias.
Por otro lado, no son los temas que Amis elige sino las preguntas que plantea las que terminan por inquietarnos. ¿La totalidad de nuestra vida cotidiana está plagada de obscenidad? ¿Se ha vuelto pornográfica en todos los terrenos? ¿Aceptamos ya la violencia como un lenguaje más, en la casa, en el sexo, en nuestra forma de pensar? ¿Se ha vuelto la guerra de los sexos una especie de guerra de exterminio? En el mundo de Perro callejero resulta casi imposible encontrar un asidero, aunque los hay. El amor cataliza casi todas las reacciones químicas que transforman las bajas pasiones en círculos virtuosos.
Hasta aquí las buenas noticias. ¿Qué nos molesta de Perro callejero? Varias cosas que funcionan de forma muy parecida al ejemplo siguiente. Si bien puede ser cierto que la pornografía es la deformación de la manera en que se establecen realmente las relaciones amorosas y que su óptica suele ser la de la sexualidad masculina, no queda muy claro cómo puede ser dañina per se, o que quizá las mujeres no sean muy afectas al género porque les disgusta que el acto destinado a la reproducción se “obscenifique”, quedando privado de todo contenido. Estas visiones de Amis desprenden una especie de contención, un conservadurismo moderado, pro-familia, que desconcierta un poco. ¿No sabíamos ya que la pornografía, la televisión, la prensa amarillista y demás cuestiones discutibles no son las responsables de la podredumbre social sino quienes enseñan a la gente a amar la televisión, a relacionarse con los otros a través de la pornografía y a estimular su vida social con el cotilleo y con la siempre frustrada ilusión de ser famosos o de compartir la vida desgraciada de los famosos? Esta suerte de llamada al orden, de reconvención moral, es extraña viniendo de alguien que estaba en contra de la armas nucleares, de Thatcher y del almidonado estilo de vida de la Inglaterra tradicional.
Es cierto y por todos conocido que el lector suele pelear con Amis, y que la lectura de sus mejores obras implica una mecánica de convergencias y divergencias, el pugilismo de la razón. Así que celebro que Amis se mantenga en forma: no puedo negar que Perro callejero divierte, irrita y perturba, como el mejor Amis. Pero me temo que en este caso no se supera a sí mismo, no del todo, no aún. –
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