Poesía, 1986-1996, de Juan Malpartida

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Juan Malpartida, Poesía 1986-1996, Ediciones sin Nombre, México, 2002, 205 pp.

POESÍA
Obra en marcha

"La poesía no habla la lengua de todos los días, pero es la palabra suspendida en la lengua de todos los días", escribe Juan Malpartida en uno de los ensayos de La perfección indefensa (2000). Su obra poética, que ahora se recoge en un solo volumen, bien podría llevar como divisa o epígrafe esta frase, pues uno de los temas o, mejor, de las inquietudes más frecuentes en el trabajo del malagueño ha sido, desde siempre, la exploración de las cercanas y ambiguas relaciones entre el verso contemporáneo y, digamos, la variada prosa del mundo. Si prefiero hablar de inquietud más que de tema es porque se trata, en realidad, de una preocupación que no sólo se refleja en los distintos escenarios de esta poesía, sino que orienta, además, sus búsquedas estilísticas y formales, y constituye, a mi modo de ver, una de las claves de la trayectoria heurística de su autor, es decir, de ese camino particular e imprevisible que ha ido siguiendo y cuyas etapas no se descubren sino a medida que las realiza.
     Poeta de linaje plural y formación diversa, Malpartida es desde muy temprano un lector de Machado, de Gil de Biedma y de la tradición modernista angloamericana —no habría que olvidar que le debemos, entre otras traducciones, la de la obra de Eliot, que realizara al alimón con Jordi Doce. Pero, simultáneamente, nuestro autor pasa por la escuela cosmopolita, idealista y visionaria del surrealismo —también es traductor de El amor loco— y, en particular, por las aulas de Octavio Paz. Su primera poesía es el fruto conflictivo de una sorda lucha de influencias: por un lado, un oído atento a las inflexiones del habla y una cierta predilección por el verso libre, el prosaísmo e incluso el poema en prosa, como en "Esta noche", sin lugar a duda lo mejor del libro Espiral (1986); por otro, la sorpresa de la imagen insólita, la tentación de la métrica y el amplio fraseo paciano, tan evidentes, por ejemplo, en "El otoño en esta calle" de Gravitación (1990). El esfuerzo por darse una voz propia desemboca, en esos dos libros iniciales, en un ejercicio de formas y sensibilidades opuestas que permiten plantear el problema de su síntesis como el horizonte estético que ha de orientar la labor del poeta y ha de rodearla justamente del valor de lo singular. Dicho de otro modo: Malpartida entiende que su camino no es éste o aquél sino, parafraseando a Paz, éste y aquél: el punto de convergencia entre las corrientes especulativas y utópicas de la modernidad, y el realismo contemporáneo que se nutre del fracaso de dichas corrientes y trata de reinterpretar críticamente sus sueños y deseos. Uno de los epígrafes de Bajo un mismo sol (1991) parece dar fe de esta toma de conciencia. El poeta nos recuerda, con palabras de Blake, que "Eternity is in love with the production of time". Fiel a esta sentencia, su nuevo libro hace explícito el carácter evocatorio, testimonial y autobiográfico de muchos poemas, y acentúa la inscripción de esta poesía en un registro estilístico situacional y más bien cotidiano; pero, al mismo tiempo, Malpartida aprende a llevar la anécdota más allá de lo anecdótico y eleva la dicción por encima del mero sociolecto en que se quedan tantos versos cotidianistas. Buen ejemplo es el poema "Aquí (allá)" que dedica a Enrique Molina o incluso "Otra vuelta de tiempo", texto en el que asoma la ironía de un poeta que marcha hacia la madurez entre "el archipiélago de incertidumbres / de la razón y sus razones…".
     Canto rodado (1996) prolonga y amplía esta actitud irónica que introduce a menudo en los poemas un matiz de zozobra, perplejidad y recelo. Con el epígrafe de Góngora que encabeza el libro —"Peinar el viento, fatigar la selva"—, el autor pareciera incluso tomar distancia frente a su propio quehacer, reiterando el voto de humildad de una poesía escéptica de sí misma. Sin embargo, en Canto rodado se trata menos de un problema de creencia que de valor. "Escribir no es un absoluto", afirma el poeta en uno de sus versos. Y añade enseguida: "Vivir, tampoco." Si mi interpretación es correcta, lo que quiere decirnos es que ambas instancias son realidades limitadas e interdependientes, pues nadie ignora que la vivencia sin la palabra es ciega y la palabra sin la vivencia, hueca. Pero hay más: en el soterrado debate entre una poesía de la experiencia y otra de la alta literatura, Malpartida denuncia los peligros que acechan a las dos partes. Por un lado, la abstracción creciente de una escritura transformada en fetiche; por otro, la retórica llaneza de una cotidianidad literalmente insignificante. Su crítica toca la magnificación y la mistificación que acarrea este falso dilema en el que han querido encerrarse muchos de nuestros poetas. Simultáneamente, reivindica, para la poesía, el espacio existencial de un lugar de encuentro con nosotros y con los otros. "Quizás escribir sea sólo la huella / que los dedos dejan sobre el papel / el tránsito entre lo que vemos y su ausencia / un sonido que se despide en lo que dice / el rostro que reconocemos / al cruzar una estación extranjera / el nombre que queda en los labios / unido a la materia errante de los días", se lee en los primeros versos del poema "Ahora". Y un poco más adelante: "La vida / es este adiós que no se dice, / la errancia de los sentidos / el sol que esta mañana entró en mi cuarto / y la lluvia que ahora azota las ventanas."
     Darle a estas verdades generales una forma cada vez más particular y personal es uno de los retos que animan, desde hace dos décadas, la obra poética de Juan Malpartida. Su último libro, Hora rasante (1997), también incluido en la recopilación, lleva a un punto culminante el diálogo entre el verso y la prosa del mundo, a través de una suerte de diario o crónica de un día que se mueve libremente entre la diversidad de las situaciones más cotidianas y la unidad de una conciencia que se descubre, a veces con humor, a veces con acritud, en ese espejo de las horas. Hay sin duda muchas otras maneras de leer la trayectoria creadora que por de pronto se cierra con este libro, pero creo que lo esencial es dar cuenta, retrospectivamente, de la importancia del camino recorrido y hacer patente la promesa de una obra en marcha que no sólo nos ofrece intensos momentos de poesía, sino, además, una lúcida meditación sobre la condición y circunstancias de la palabra poética en nuestro tiempo. ~

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