Por su nombre, de Álvaro Uribe

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LA LIMPIEZA DE LO SUCIOÁlvaro Uribe, Por su nombre, Tusquets, 2001, 306 pp.El oficio de Álvaro Uribe no es otra cosa que una refutación de la prisa. No pretendo ni el elogio al artesano que mira con detenimiento sus materiales, ni la comparación con el paciente escultor que pule miligramos. En primer lugar, porque ignoro si todo artesano mira con detenimiento o si la escultura incluye necesariamente la paciencia. Y en segundo, porque cuestiono la virtud del trabajo lento como garantía de un buen resultado. Bastarían los 53 días que Stendhal tardó en escribir La Cartuja de Parma para apoyar mi duda. Si corregir es una imprescindible actitud, lo es no por el tiempo que se toma en ella, sino por la capacidad del corrector en ese lapso. Es verdad que Uribe publica poco y que cada libro que propone a la imprenta contiene el sello de una lenta depuración; son los gestos de quien aparece así, en el panorama de una industria editorial que da la impresión de eructar best sellers en una indigesta oferta literaria, como un verdadero rebelde de la literatura publicada en nuestros días.
     Al gusto por la lentitud, añado el de la intromisión. Ya en los ensayos de La otra mitad, Uribe ejercitó su afición por el moroso placer de contar una vida y por la imaginación biográfica. A un tiempo, asedió la vida de algunos escritores que figuran en su mitología literaria —Borges, Cortázar, Rulfo, Marcel Schwob—  y ofreció trozos de su propia vida, se incluyó él mismo como materia del retrato. No menos intromisión contiene su Recordatorio de Federico Gamboa, espléndido retrato a la manera de los escritos por Gómez de la Serna; ambos se han servido de tres tintas para dibujar rostros: la ficción, el ensayo y la biografía. Sin embargo creo que los modelos de Uribe son otros: el Marcel Schwob de Vidas imaginarias y el Tomas de Quincey de Los últimos días de Kant. Del primero rescata la voluntad estilística; del segundo, la certeza de que un gesto revela la vida entera de un hombre.
     Acaba de aparecer su segunda novela que es también su octavo libro. Una larga frase solapada (en la segunda de forros obviamente) reza: "Su obra ha sido considerada por la crítica como dueña de una de las prosas más perfectas que se escriben actualmente." Se trata de una frase que, de ser leída en voz alta, habrá logrado combinar la economía del significado con el derroche del aliento. Sé que, en cualquier caso, se trata de un elogio y sé también que el autor de la frase escribió obra y no novela, pero la usaré para discutir un juicio comodín que navega entre la crítica literaria. Describir una novela, más como una escritura que como una historia no es otra cosa que una variante de la descalificación hecha con las armas del elogio. Decimos de alguien que es un buen prosista porque entendemos que ha cuidado la hechura de sus frases, porque el oído y el entendimiento reconocen que están, a un tiempo, ante una creación musical e imaginativa. Pessoa calificó de manera rotunda esa ambición: "La precisión, esa lujuria del pensamiento."
     Calificar una novela por su prosa sería o bien una evasión o bien una injusticia. Es sin duda cierto que Uribe cuida sus frases como el viejo Grandet sus monedas (¿las revisará cada noche?), pero Por su nombre no es sólo un tomo de páginas bien escritas. Como toda gran novela, sus temas son varios. No exagero si entre ellos menciono el asco. Por supuesto, también el amor, del que el narrador ha preferido los fluidos, el sudor y la carne como sus símbolos. Otros podrían enumerar el arrepentimiento, la indiferencia o las insatisfacciones sexuales de un académico literario. Un amigo me ha declarado, solemnemente, que el tema es las costumbres sexuales de una clase y una época. Creo que todos tenemos razón. A mí me ha interesado la manera como su guiño naturalista deviene en sustancia sentimental. La manera en que la memoria del protagonista ejercita la indiferencia para deambular por una u otra pasión. Como si el alejamiento de lo vivido le permitiera ir a los detalles de su memoria, como quien va al sanitario, es decir, a limpiarse. Woodsworth acuñó una formula poética que involucra la memoria y el sentimiento. "La poesía es emoción evocada en la calma", escribió. Uribe ha preferido una fórmula novelesca donde la indiferencia es exaltada en el recuerdo.
     Tengo la impresión de que la gente a quien le gusta leer novelas es la misma a la que le gusta mirar hacia el interior de ventanas ajenas. Se trata del privilegio de un observador invisible, el de asistir, en la cómoda impunidad de un sillón, a la intimidad del otro. Ficción absoluta, pero también forma furtiva de la autobiografía, impostura de la confesión, Por su nombre es una espléndida novela que parece escrita para el deleite de esa variante del voyeurismo que es leer. Lo polémico sería asistir, a través de la ventana, hasta la cocina, la recámara y el baño. Uribe ha creado momentos analíticos y repugnantes en esos espacios. Más de uno correría las cortinas. Yo esperaría a juzgar la hechura del vómito. Y tal vez con esto podríamos cerrar la discusión sobre la prosa de Álvaro Uribe: se trata de un escritor limpio que habla de cosas sucias. –

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