En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en el Budapest nazi
Barcelona, Espasa, 2013, 311 pp.
La historia que da pie a este libro puede resumirse del modo siguiente: Ángel Sanz Briz, primer secretario de la legación española en Budapest, salvó la vida de miles de judíos en los últimos meses de 1944. Más tarde estos hechos fueron relatados de mala manera, y Sanz Briz no tuvo el reconocimiento que merecía. Contribuyeron a esa desmemoria su franquismo y los trabajos de un usurpador que se encargó de difamarlo.
La historia que da pie a este libro es, por tanto, la de cómo le fue escamoteado a Sanz Briz su papel de salvador de miles de judíos. Su caso fue ignorado durante décadas por narrativas históricas incapaces de conjugar franquismo y salvamento de judíos perseguidos. Y cuando no fue negado, quisieron entenderlo como un insubordinado dentro de la diplomacia del régimen, alguien que operaba a contrapelo de las instrucciones venidas de Madrid. “La cerril resistencia del antifranquismo a reconocer que el régimen de Franco salvó muchas vidas judías llega hasta los historiadores aparentemente más concienzudos y ecuánimes”, sostiene Arcadi Espada.
Como demuestra este libro, Ángel Sanz Briz obró de acuerdo con sus superiores, aunque tomándose la atribución de multiplicar el número de beneficiados. Porque en los doscientos visados que le autorizaron a extender incluyó a doscientas familias, y luego sobrepasó esas dos centenas. Fuera de este punto, no puede decirse que desobedeciera órdenes. El suyo no es el caso del cónsul portugués Aristides de Sousa Mendes, quien visó a miles de judíos en Burdeos, fue convocado por el propio Salazar y expulsado de por vida del servicio diplomático. Sanz Briz tuvo más adelante otros destinos, le correspondió abrir la embajada española en Pekín y falleció en 1980 en Roma, como embajador ante la Santa Sede.
Existe en su biografía un precedente de los trabajos húngaros: empleado en 1936 en el ministerio de Estado, ayudó a salir de la zona republicana a simpatizantes del Movimiento Nacional. De manera que, tanto en el Madrid de la República como en el Budapest ocupado por los nazis, trabajó, como diplomático o como quintacolumnista, para un mismo bando.
Ahora bien, el franquismo, que hizo del mito de la conspiración judeomasónica uno de sus caballos de batalla, ¿cómo pudo proteger judíos? La operación fue iniciada cuando Alemania perdía ya la guerra, debió constituir puro cálculo político, un intento de congraciarse con los Aliados. La primera parte del libro se centra en las gestiones de Ángel Sanz Briz y en su relación con la política exterior franquista. A los documentos examinados se suman testimonios de su hija, de Eugenio Suárez (corresponsal en Budapest por esos años), de sobrevivientes e hijos de sobrevivientes judíos.
La segunda parte está dedicada a Giorgio Perlasca. Nacido en Como en 1910, Perlasca afirmaba haber peleado la Guerra Civil española en el bando nacionalista. Era comerciante de carnes y llevaba un año en Budapest cuando se presentó en la legación española en busca de protección, aduciendo que la Gestapo lo tenía en la mirilla. Sanz Briz le dio refugio, lo convirtió en uno de sus colaboradores (aunque no el principal) y, retirado de Budapest Sanz Briz ante el avance del ejército soviético, Perlasca adoptaría su identidad y continuaría la campaña de salvación de judíos. Al menos eso sostuvo luego.
Porque décadas después, fallecido quien fuera su benefactor, se encargó de publicar una versión en la que Sanz Briz dejaba Budapest saltándose el protocolo, por huir con una amante. Perlasca disminuía en su recuento al diplomático franquista y quien aparecía como héroe principal era él. L’impostore: le memorie dello Schindler italiano tituló un libro, aprovechando el tirón de la película de Spielberg. Su impostura, que redujo a hacerse pasar por secretario de legación, fue aún mayor: difamó la memoria de Ángel Sanz Brinz, robó de esa memoria.
Giorgio Perlasca murió en 1992. Dejó una fundación administrada por su nuera y por su hijo (nombrado, en homenaje al Generalísimo, Franco), y consiguió imponer su versión de los hechos. Hasta el punto que, de visita en el Museo del Holocausto de Budapest, el autor de este libro encontró el retrato de Perlasca entre los diplomáticos salvadores de judíos y, a su pregunta por la ausencia de Sanz Briz, recibió una réplica cortante (e intraducida) del director del museo.
Arcadi Espada sigue en estas páginas cada una de las pistas de Perlasca, descubre sus falsificaciones y se las echa en cara directamente, utilizando la segunda persona. Las objeciones históricas quedan, de este modo, rebajadas a reproches vecinales: “No. Mire, signore. Voy a decírselo antes de lo que quizás convenga; pero es que tampoco me gustaría hacerle perder el tiempo, aunque sea el de la eternidad.”
El autor cobra, por este camino, un papel desmesurado. Su trato directo con un impostor parece hacerle caer en la impostura: llega a conjeturar lo que Giorgio Perlasca podría pensar de él. “Comprenderá que yo no pueda permanecer impasible. Y espero que lo acepte con deportividad”, escribe.
Otras de sus intromisiones autobiográficas sí que son de agradecer. El viaje hasta Budapest pasa por estaciones de la memoria literaria e histórica: el Velódromo de Invierno, el jardín de Paul Léautaud, el cementerio judío de Fráncfort, Dresde, Cracovia, Auschwitz… Aparece en estas digresiones el Arcadi Espada de los Diarios y de tantas columnas periodísticas, obsesionado por la verdad histórica y sus representaciones. Quien tropieza con publicidad turística de Auschwitz y reconoce: “Pero si hay representación habrá turismo. La cuestión, entonces, vuelve a ser la representación.”
En nombre de Franco se ocupa de Ángel Sanz Briz como problema de representación y de Giorgio Perlasca como una de las formas recurrentes de la tergiversación histórica. A propósito de este último se lee: “Hay un delicado flanco moral en sus exageraciones y en sus imposturas […] Se asientan sobre muertos. Hay que ser precisos con los muertos.”
Este libro ha sido escrito en busca de esa precisión. ~
(Matanzas, Cuba, 1964) es poeta y narrador. Su libro más reciente es Villa Marista en plata (Colibrí, 2010).