Ricardo Strafacce, Ojo por diente seguida de El chino que leía el diario en la fila del patíbulo, Buenos Aires, Blatt & Ríos, 2014, 160 pp.
Inevitablemente asociado a los de María Kodama y Pablo Katchdjian, el nombre de Ricardo Strafacce (Buenos Aires, 1958) aparece desde hace varias semanas con regularidad en periódicos y diarios, a propósito de la ya tan manoseada polémica en torno a El Aleph engordado. Para otros resuena desde antes, ligado a otro nombre, cuya difusión, por cierto, debe mucho a César Aira: me refiero a Osvaldo Lamborghini, de quien Strafacce escribió una larga y muy completa biografía hace ya algunos años. Sin embargo, algo hay de injusto en todo esto, pues más allá del abogado y el biógrafo, está el autor de una vasta obra narrativa. O dicho de otra forma (y pronto): Strafacce es un gran autor con una vasta obra narrativa, la cual, lamentablemente, no circula en México.
Al visitar sus relatos uno se topa con un extraño artefacto en el que la carcajada no deriva en puro entretenimiento, sino que activa al ojo, lo aguza. Sin ser políticos, sus textos tienen el dedo puesto sobre la realidad social, económica y cultural, de la cual se burla y ridiculiza hasta el absurdo. Hace de la comedia una fuga, que sin embargo no escapa del presente sino que se distancia de él para hacer su grito más agudo y puntilloso. Las situaciones de las que se vale para articular sus novelas son casi trilladas: sexo y muerte. Pero al interior estos temas se revitalizan y a fuerza de insistir en ellos se produce, en proporciones más o menos iguales, la risa y la conciencia crítica. A propósito, con humor e inteligencia Álvaro Enrigue escribió hace un par de años que, precisamente, “las novelas aplastan monumentos gracias a que todas, hasta las más castas, son un poco pornográficas”. Y es que Strafacce está vinculado con esa tradición tan antigua como vigente que es la sátira. No se trata de humor fino, de hecho por momentos llega a ser sumamente procaz.
Este libro recién publicado por la pequeña editorial Blatt & Ríos está conformado por dos novelas cortas que exploran con inventiva el género detectivesco. Tanto Ojo por diente como El chino que leía el diario en la fila del patíbulo son thrillers que ocurren en la capital de Buenos Aires, el espacio que domina Strafacce, pero desde el cual —quizá sin intención— pone en jaque otras realidades geográficas del globo. Es decir, no se trata de novelas que sólo son posibles de entender si se conoce el color local, sino que el punzón de Strafacce tiene resonancia más allá de sus fronteras. Por ejemplo, cualquiera de estas dos nouvelles podría suceder en la ciudad de México —por mencionar una gran capital latinoamericana—, ya que ambas ponen sobre la mesa ciertas verdades incómodas a propósito de los organismos encargados de impartir orden y justicia, la neurosis y la demencia que nubla nuestro siglo y, de paso, la xenofobia —que de manera distinta a la Argentina, también opera con ferocidad en México—. No obstante, Strafacce no resuelve estos temas espinosos con historias tediosas, sino que por el contrario, las vuelve tramas sumamente transitables que en su misma simpleza hacen descansar su densidad.
En Ojo por diente, un detective inepto de apellido Navarro trata de resolver dos casos de asesinatos seriales: mujeres maduras que aparecen descuartizadas y hombres jóvenes bien parecidos y atléticos que son encontrados estrangulados. La otra novela, El chino que leía el diario en la fila del patíbulo, tiene como protagonista un escritor autor de un solo libro (inédito y que nadie ha leído) que en busca de conquistar el amor de una muchacha se afilia a una organización inexistente que lucha por la paraguayización nominativa de China y se convierte, arrastrado por esta mentira, en un asesino serial que extermina a todo aquel que tenga cierto aire de chino o paraguayo. Es en el marco de estas historias absurdas que Strafacce articula una denuncia combativa contra el sistema. Muta lo esperpéntico y lo trivial en un inteligente cuestionamiento a la sociedad y a los gobiernos operantes.
Por otro lado, es importante recordar que como Strafacce hay otro puñado de autores latinoamericanos cuya vigencia y actualidad de sus reflexiones más allá de las fronteras nacionales reclama el libre tránsito a través de los mercados editoriales. Nombres que en el anonimato internacional están construyendo una obra cuya censura al autoritarismo, ineficacia y fracaso de los aparatos gubernamentales precisa mayor difusión.