Este es un libro alegre, retozón más que “histórico”, como pretenden sus editores (Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos) en la hiperbólica introducción. El éxito en todos sentidos de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en el momento álgido del boom (hasta 1975) se aplaude ampliamente, obra por obra; de los típicos escritores marginados y pobres que fueron, estos cuatro se convierten en celebridades con generosas fuentes de ingresos de premios, regalías, universidades (sobre todo de Estados Unidos), la televisión y otros medios. Poseen casas, incluso de campo, apartamentos en diversas ciudades, se codean con políticos encumbrados (como Fidel Castro y Bill Clinton) y escritores de otras lenguas, particularmente la francesa y la inglesa, amén de los principales hispanoamericanos o españoles. Publican en las más connotadas revistas en el mundo de habla española y más allá, sus libros aparecen en estimadas casas editoriales y hasta intervienen en la política de sus respectivos países y de América Latina en general. Todo esto y un largo etcétera se discute en estas cartas, llenas de elogios mutuos, a veces críticas (de literatura y política), y de buen humor, chistes y chismes a todo nivel.
No hay que dudar de que las obras de estos cuatro tuvieron un impacto decisivo y duradero sobre la literatura en lengua española. Sus libros alcanzaron un nivel de difusión sin paralelo en la historia literaria del mundo hispánico. Leer en estas cartas cómo se comunicaban entre sí, cómo se estimulaban e inspiraban unos a otros es lo más valioso de este volumen que quedará como un testimonio íntimo y prolijo de sus preocupaciones y la forma en que lidiaron con la creación y la creciente popularidad. Esto hará de Las cartas del boom una obra de necesaria consulta para todos los que se dediquen a estudiar el fenómeno literario que fue el movimiento y la obra específica de cada uno de sus autores.
Pero aparte de las exageraciones de la introducción los editores cometen descuidos de profesionalismo académico, lo cual le resta a Las cartas del boom peso como fundamento crítico o histórico. El más obvio es que el boom, que se centra en el París de los sesenta del siglo XX, no se ubica acertadamente en la tradición literaria latinoamericana. Se supone, de manera irreflexiva, que los modernistas fueron el primer grupo de escritores que, radicados en la capital francesa, iniciaron un movimiento literario latinoamericano. Pero la realidad fue otra. Una generación anterior, desde mediados del siglo XIX, en pleno romanticismo, se congregaron y reconocieron mutuamente en París una serie de escritores, diplomáticos y exiliados de las dictaduras posteriores a las independencias, que se dieron cuenta de lo mucho que tenían en común y, por decirlo así, fundaron la literatura latinoamericana. (Estudio esto en mi Historia de la literatura hispanoamericana.)
{{ Historia de la literatura hispanoamericana, Madrid, Gredos, 2006, pp. 36-59. Original: The Cambridge history of Latin American literature, Roberto González Echevarría y Enrique Pupo-Walker [eds.], 3 vols., Nueva York, Cambridge University Press, 1996.}}
Estos individuos publicaron revistas, tratados sobre la pertinencia de lo escrito durante la Colonia, hicieron ediciones críticas de aquellas obras, y sobre todo antologías que recogían textos literarios de diversos países. Como siguió ocurriendo después, París resultaba ser la ciudad ideal para realizar semejantes actividades, porque ninguna de las capitales americanas aglutinaba a escritores e intelectuales de diversas naciones de la misma manera, ni poseía el aura que llevó a Walter Benjamin a proclamar –es el título de uno de sus ensayos– que París había sido la capital del siglo XIX. Hasta el boom, pasando por las vanguardias, esta realidad ha continuado vigente; el peregrinaje a París se convirtió desde entonces en el ritual de iniciación de todo escritor de un país hispanoamericano que pretendiera una especie de retorno ritual a los orígenes y esencia de nuestra literatura.
La otra carencia evidente es que los editores no toman en consideración importantes obras previas, algunas por participantes cruciales en el fenómeno que pretenden presentar. Por ejemplo, nada se dice sobre la Historia personal del boom (1972), del notable novelista chileno José Donoso, a quien no pocos consideran como integrante del grupo, incluso alguno de los cuatro exaltados en Las cartas del boom. Y, por supuesto, El boom de la novela latinoamericana (1972), de Emir Rodríguez Monegal, quien mediante su polémica revista Mundo Nuevo contribuyó eficazmente al desarrollo del movimiento (hablaré de él más adelante). Hay libros más académicos con oportunas observaciones sobre el boom, y hasta sobre lo que le sigue, como The post-boom in Spanish American fiction, de Donald L. Shaw (1998). La bibliografía sobre el boom es enorme y los editores no la toman en consideración.
Hay, además, omisiones o errores sobre otros autores latinoamericanos, como Alejo Carpentier. Por ejemplo, hablando de los festivales del libro organizados por el peruano Manuel Scorza en Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador y Cuba, no se menciona que Carpentier también fue uno de sus directores, sobre todo de los de Caracas y La Habana. (El Che Guevara hizo que el novelista dejara ese proyecto que consideraba, y era, capitalista en su esencia.) También se dice en el libro que El siglo de las luces fue escrito en París, cuando lo fue en Caracas, donde Carpentier residía en los años cincuenta. En general los editores hacen eco de la lectura superficial de esta novela por parte de los autores del boom, que la consideran meramente histórica, pero que oculta toda una trama cabalística, que he estudiado en otra parte (1977), que se remonta a Borges y es un experimento narrativo tan osado como el de los novelistas del boom.
{{Alejo Carpentier. The pilgrim at home, Ithaca, Londres, Cornell University Press, 1977; Alejo Carpentier. El peregrino en su patria, Ciudad de México, UNAM, 1993; Alejo Carpentier. El peregrino en su patria, 2ª ed., Madrid, Gredos, 2004.}}
Esa falta de distancia crítica de lo que los autores del boom dicen de la literatura que les precede es otra falla de la introducción y las notas. Por ejemplo, sobre todos Carlos Fuentes se regodea afirmando que los nuevos novelistas han superado a los “regionalistas” (la llamada novela de la tierra), es decir: Rómulo Gallegos y José Eustasio Rivera, principalmente. Eso no es cierto, parten de ellos y en muchos casos no los mejoran. Este gesto de rechazo forma parte de la típica reacción de los escritores principiantes contra los predecesores que hay que ver con cierto desapego crítico, no sumarse a ella sin más.
Las cartas, ni cómo dudarlo, son entretenidas y pasto para la curiosidad de aquellos que quieren saber cómo viven las celebridades literarias (se incluyen 207 cartas). Es notable la dedicación, la tenacidad de estos cuatro narradores para seguir adelante con su obra, especialmente después de que alcanzan un nivel económico que les permite entregarse a la escritura de tiempo completo. Solo los interrumpen los avatares de su fama, que los hace objeto de atenciones que podían distraerlos, como a veces sucedía. La trama implícita en las cartas es la creciente inclinación que tienen los cuatro hacia la política, que los irá separando gracias a acontecimientos como la invasión de Praga por los soviéticos, avalada por Fidel Castro, y el “caso Padilla” o “los casos Padilla”. Los cuatro se declararon en favor de la Primavera de Praga, para enojo del régimen cubano.
Las polémicas y desavenencias surgen, pues, en torno a la Revolución cubana, de la que los cuatro son, en sus inicios, firmes promotores. La dictadura de la isla, con su bien aceitada maquinaria propagandística, les exige una fidelidad (valga la palabra) absoluta con insistentes invitaciones a viajar a La Habana para participar en actividades culturales y hasta formar parte del liderazgo, como por ejemplo ser miembros de la comisión editorial de la revista Casa de las Américas, principal órgano delproselitismo cultural y político castrista. La invasión soviética de Checoslovaquia no solo fue condenada por los cuatro, sino que incluso viajaron a Praga para irritación del comandante en jefe, y todos, al principio, condenaron la represión de Padilla, y firmaron una primera carta de protesta a Fidel, pero no todos una segunda: Cortázar se mantuvo firme (hasta su muerte) en su apoyo al aparato represivo de Cuba.
En medio de todo esto se encontraba Mundo Nuevo, la revista que dirigió Rodríguez Monegal desde París de julio de 1966 a julio de 1968. Creada como secuela de Cuadernos, que había desaparecido tras un escándalo sobre su financiación por parte de Estados Unidos, Mundo Nuevo surgió para dar expresión a lo mejor de la literatura latinoamericana y ponerla en el centro de la cultura contemporánea internacional. Emir había dirigido Marcha en Montevideo y era un crítico conocido, con una trayectoria que incluía la defensa de Jorge Luis Borges cuando este fue atacado por la izquierda argentina (El juicio de los parricidas, 1956) y un libro sobre Horacio Quiroga (El desterrado. Vida y obra de Horacio Quiroga, 1968). Después de Mundo Nuevo, ya en Yale, llegué a conocerlo bien. No fui alumno suyo (yo estaba haciendo una tesis sobre Calderón), aunque seguí de oyente su excelente curso sobre la novela latinoamericana y la norteamericana, y lo acompañé en su muerte debida al terrible cáncer que se lo llevó relativamente joven (64 años), cuando yo era jefe del Departamento de Español. Sin preparación o título universitario, Emir era un autodidacta que hablaba portugués, porque había nacido en la ciudad uruguaya de Melo, próxima al Brasil, y se defendía en francés e inglés (había pasado una temporada en Inglaterra con una beca británica). Era culto y sofisticado, con un vasto conocimiento de la literatura moderna en las principales lenguas y un estilo de pensar periodístico, con una gran elegancia en la escritura, que siempre tenía un dejo irónico muy suyo.
Desde su fundación, Mundo Nuevo fue atacada por la izquierda instituida, particularmente por el régimen cubano y la publicación que se irguió como su rival, Casa de las Américas. Pero Emir siguió adelante y convirtió a Mundo Nuevo en el foco de la literatura latinoamericana, donde publicaron escritores de todas las tendencias políticas, como por ejemplo Pablo Neruda (sobre quien Emir escribiría un libro), Ernesto Cardenal, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Nicanor Parra y prácticamente todos los escritores latinoamericanos de nivel, incluso los brasileños Clarice Lispector y João Guimarães Rosa. Dio a conocer, además, a otros más jóvenes que lograron establecerse al aparecer en Mundo Nuevo, por ejemplo, Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig. En Las cartas del boom nuestros cuatro escritores le dedican no pocos elogios a Mundo Nuevo, en la que Emir dio a conocer a García Márquez con anticipos de Cien años de soledad, cuyo manuscrito había leído. Se ve que los cuatro lo veían como una especie de líder, incluido Cortázar, que nunca publicó en la revista. Fuentes fue prominente desde el primer número, y a Vargas Llosa se le dedicaron estudios, uno muy amplio e influyente del propio Emir. El único que se abstuvo de participar en nada que tuviera que ver con Mundo Nuevo fue Julio Cortázar, que de todos modos elogia la revista y se ve que se llevaba bien con Emir. Pero la policía habanera tenía bien atado al argentino.
La prominencia en Mundo Nuevo de Cabrera Infante y Sarduy, amén de José Lezama Lima, sin duda provocó al estalinismo cubano, que reconocía solo a aquellos autores que se mostraran públicamente favorables a la Revolución. Todo esto produjo una crisis sobre todo a propósito de los affaires Padilla, en los que, desde La Habana, Lisandro Otero, Ambrosio Fornet, Roberto Fernández Retamar y otros justificaron la represión del poeta o hicieron caso omiso de los abusos de que fue objeto. Aunque Emir se vio forzado a dimitir después del número 25 de la revista por el escándalo que causó la revelación de la posible contribución de la cia a la Fundación Ford que la respaldaba, sin que nadie recordara que Casa de las Américas y Cuba entera eran sostenidas por el oro de Moscú, lo cierto es que a la postre el uruguayo ganó la partida. No sé si llegó a darse cuenta antes de morir. Tengo delante, encuadernados en París, los veinticinco números dirigidos por Emir y la más somera ojeada a sus índices revelará que lo mejor de la literatura latinoamericana se publicó en la revista y, más aún, que los escritores cubanos exiliados que Emir promovió, Sarduy y Cabrera Infante, tienen en la actualidad una enorme influencia sobre lo escrito en la isla. Ni Otero ni Fornet ni Fernández Retamar dejaron obra de peso –son insignificantes.
Si algo novedoso revela Las cartas del boom es el humorismo de los cuatro escritores. Las cartas son a veces francamente cómicas. Esto es reflejo de las obras literarias que produjeron. Antes del boom la literatura latinoamericana carecía de humor (excepto tal vez en Machado de Assis). Pero las obras principales y secundarias de nuestros cuatro escritores son humorísticas, a veces –pero no siempre– a causa de la ironía. Hay episodios de Cien años de soledad que son hilarantes y Rayuela, desde su misma estructura, es una gran broma. Podemos reconocer momentos de burla en algunas de las novelas de Fuentes y en La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, encontramos una sátira mordente de las dictaduras latinoamericanas que resulta cómica. Pienso que todo esto se debe al carácter lúdico de la nueva novela latinoamericana, que ha logrado desprenderse de la solemnidad de cierta literatura que se yergue sobre temas, como la identidad, de inevitable prosopopeya. Una cosa así ya no es posible, como se ve en escritores como Cabrera Infante o, entre los actuales, Fernando Vallejo. Esto es lo que sobrevive del boom.
Pero en cuanto a las obras, ¿cuáles quedan? Libros que nos parecieron fundamentales al salir, como Rayuela, hoy se nos caen de las manos. ¿Quién lee hoy Cambio de piel? Para no hablar de Terra nostra, que solo tendrá lectores entre los más dedicados estudiantes universitarios. ¿Se acordará alguien de 62/Modelo para armar? Pienso que de Vargas Llosa queda sin duda La guerra del fin del mundo, y de Fuentes La campaña. Claro, ahí está Cien años de soledad, pero también magníficas colecciones de cuentos de Cortázar y García Márquez, que todavía sorprenden por su perfección. Las cartas del boom nos permite, como todo lo externo en crítica literaria, aproximarnos al momento de creación de algunas de esas obras, pero nunca sustituirá el vislumbre crítico del lector que tiene en su imaginación las más profundas fuerzas creativas que asistieron a García Márquez cuando se sentó frente a su máquina de escribir y puso: “Muchos años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” ~
(Sagua la Grande, Cuba, 1943) es Sterling Professor de literatura hispanoamericana y comparada en la Universidad de Yale.