Pasión políticaOctavio Paz, Sueño en libertad. Escritos políticos, Seix Barral, México, 2001. La maldita política no fue la pasión de Octavio Paz, poeta. La historia de la literatura moderna, desde los románticos alemanes e ingleses hasta nuestros días, es la historia de una larga pasión desdichada por la política. De Coleridge a Mayakovski, la revolución ha sido la gran Diosa, la Amada eterna y la gran Puta de poetas y novelistas. La política llenó de humo el cerebro de Malraux, envenenó los insomnios de César Vallejo, mató a García Lorca, abandonó al viejo Machado en un pueblo de los Pirineos, encerró a Pound en un manicomio, deshonró a Neruda y Aragón, ha puesto en ridículo a Sartre, le ha dado demasiado tarde la razón a Breton.
La política como una maldición. Una maldición que envilece inteligencias y encaja gusanos en la manzana de los afectos. A Paz nunca le entusiasmó la política. Le interesaba, eso sí; más bien, le preocupaba. Pero sabía que la maldita política no podía ser ignorada: ignorarla sería peor que escupir contra el cielo.
La idea del mal no la noción de la justicia o el orden subyace en todas sus meditaciones políticas. Desde ahí es un liberal que ve al poder como amenaza, nunca como puente de redención. Liberalismo que en algunos momentos llega a coquetear con el anarquismo: "Deberíamos quemar todos las sillas y tronos", llega a escribir en un arranque zapatista. Jamás puede bajarse la guardia frente al demonio cruel o seductor del poder. La larga reflexión de Octavio Paz sobre la historia y la política desemboca justamente en dos preguntas. "¿Somos el mal? ¿O el mal está fuera y nosotros somos su instrumento, su herramienta?" No, responde Paz. El mal está dentro: en el centro de nuestra conciencia, en la raíz misma de la libertad. "Esta es la única lección que yo puedo deducir de este largo y sinuoso itinerario: luchar contra el mal es luchar contra nosotros mismos. Y ese es el sentido de la historia". Por eso, y a diferencia de muchos de los más brillantes hombres de su siglo, no se acercó jamás a la política como quien busca a Dios, como quien pretende encontrar por fin al Bien, como quien cree que en la política están las respuestas esenciales de la vida.
Por supuesto, ese liberalismo en guardia permanente frente al mal no está solo, como no está sola ninguna palabra en Paz. Todo vocablo en su lengua invita a su contrario a aparearse con él. Decir que Octavio Paz fue un liberal es decir una obviedad incompleta. Evidentemente fue liberal: defendió tercamente la autonomía del individuo, denunció el despotismo en todos lados, criticó los absolutos, pensaba en la historia como una caja de sorpresas. Pero fue un liberal que hizo suyas muchas de las críticas al liberalismo, al que vio como un temple a un tiempo admirable y terrible: "Nos encerró en un solipsismo, rompió el puente que unía el yo al tú y ambos a la tercera persona: el otro, los otros". "Liberalismo romántico", lo llama Yvon Grenier, responsable de la composición de esta antología, en buena cápsula del pensamiento político de Paz.
Es cierto que no hay una doctrina política en estas páginas pero hay, sin duda, una densa y coherente meditación sobre los azares de la historia, las trampas de la ideología y las posibilidades del convivir. No voy, sin embargo, a concentrarme en los trazos del pensamiento político de Octavio Paz. Quiero detenerme en sus aportaciones a la comprensión del cambio mexicano. No podemos pasar por alto que esta colección de textos aparece un año después del voto de la alternancia en México. El fin del régimen al que tantas reflexiones dedicó Octavio Paz coloca este manojo de escritos ante una nueva luz. Leer hoy los apuntes de Paz sobre la naturaleza del corrupto patrimonialismo autoritario, los vicios del PRI, las carencias intelectuales del PAN, las lacras de la izquierda, la baba de la demagogia, la textura del pluralismo democrático, es comprobar la chispa viva de su mirada. Quizá valga la pena decirlo de una buena vez y no andarse con rodeos: nadie entendió al monstruo político posrevolucionario, nadie anticipó los caminos de la democratización de México, nadie previó con tanta claridad el ritmo de su cambio y la coloratura de sus amenazas como Octavio Paz. Con mucha mayor lucidez que todos los catedráticos universitarios, el poeta que se burlaba de la politología palpó las peculiaridades de la dominación priísta, vislumbró y demandó su cambio auténtico, previó las penurias políticas que hoy padecemos. Al leer a Paz encontramos el presente.
Pensar el hoy significa recobrar la mirada crítica de Paz. "Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad". Sueño en libertad. En esas palabras desemboca Posdata. De ahí viene el título de esta antología de escritos políticos de Octavio Paz. "Si la política es una dimensión de la historia, es también crítica política y moral. Al México del Zócalo, Tlatelolco y el Museo de Antropología tenemos que oponerle no otra imagen todas las imágenes padecen la fatal tendencia a la petrificación sino la crítica: el ácido que disuelve las imágenes". La crítica es la batalla contra los sueños estancados: sablazo contra la telaraña de las ideologías. De ahí proviene la vigencia de Paz: el enemigo de la ideología en el siglo de las borracheras ideológicas.
Riguroso en el pensar y en el decir, Paz cultiva el arte del discernimiento: ve, entre las muchas cosas, lo que es cada una. Por eso nunca simpatizó con los simplificadores. A la caricatura del régimen posrevolucionario como una dictadura semejante a las sudamericanas o como un primo cercano de los sistemas de partido único en Europa del Este, Paz opuso siempre sus razones. Cualquiera que haya vivido una dictadura se dará cuenta de que en México no existe tal cosa. La política posrevolucionaria no habrá sido en modo alguno democrática, pero tampoco puede dibujarse como un facsímil del franquismo. Fue un crítico del poder pero antes fue un crítico. Su inteligencia estaba siempre por delante de su voluntad. Para oponerse al régimen político priísta lo primero era entenderlo sin las desfiguraciones de los ideólogos que todo lo acomodan a su conveniencia. Creen que mientras más descalificaciones se lancen al cuerpo del adversario, más fuertes se hacen. Se debilitan, argumenta Paz, porque se engañan al abdicar de la inteligencia crítica. Antes que nada, buscaba comprender. "Me niego, para criticar al PRI, a caer en simplificaciones de moda".
Las peculiaridades del ogro mexicano le hicieron anticipar la ruta de la democratización. No sería la revolución sino la reforma lo que terminaría con ese régimen de emergencia que inauguró Calles. Una reforma, anticipaba Paz desde Posdata, que no rendiría frutos inmediatos. El camino del reformismo sería lento y azaroso. Desde el régimen había muchos actores que se resistirían a entregar sus privilegios; en la oposición había terribles flaquezas. Desde luego, la superstición jacobina de la ruptura no lo embelesaba. Creía que el régimen político podía caminar hacia su transformación democrática. Lo que obstruía esa transición era la "antinatural prolongación del monopolio político" del PRI tanto como la inmadurez de sus adversarios.
Este último punto me parece relevante. Enemigo de cualquier esencialismo, no llegó a la conclusión de que la energía democratizadora se depositaba en algún sujeto históricamente privilegiado. No había Clase Predestinada, no era la Oposición la portadora exclusiva de la bandera democrática; no era la Sociedad Civil la madre elegida de la democracia. El problema político de México es que no hay demócratas. "El PRI debe ir a la escuela de la democracia", decía Paz. Y de inmediato agregaba: "También deben matricularse en esa escuela los partidos de oposición". De ahí viene lo que a muchos pareció parsimonia frente al ritmo de la democratización. Puede ser cierto: al ver a los adversarios del PRI, Paz no tenía prisa por verlo en la oposición. En el PAN vio un partido provinciano ligado en sus orígenes al autoritarismo franquista. A lo largo de los años matizó sus desconfianzas, pero seguía creyendo que a los panistas, como a toda la derecha, no les interesaban las ideas y los debates les producían dolor de cabeza. Podrán crecer y ganar elecciones, pero no tienen proyecto para México. En los grupos ex priístas y ex comunistas que después se agruparían en el PRD, veía los adefesios de la peor izquierda: demagogia, populismo, estatolatría, autoritarismo. Si las ardientes convicciones democráticas de los neocardenistas son sinceras, escribió, son muy recientes.
No deja de llamar la atención que el escritor más invocado en las páginas de Sueño en libertad sea Karl Marx. Los grandes autores liberales apenas surgen de vez en vez. Benjamin Constant aparece solamente en un epígrafe, Locke es convocado tres veces, Isaiah Berlin ninguna. Marx es citado 29 veces. Paz discutió toda su vida con ese intelectual llamado de izquierda. Con la derecha (ya lo dijimos) no tenía nada que hablar. Y lo que le indignaba era recibir el insulto y el silencio como las respuestas a sus razones. "La gran falla de la izquierda su tragedia es que una y otra vez, sobre todo en el siglo XX, ha olvidado su vocación original, su marca de nacimiento: la crítica. Ha vendido su herencia por el plato de lentejas de un sistema cerrado, por una ideología".
En el pensamiento político de Paz hay una pasión por la mesura. "Hay que ser prudentes cita a Diderot con gran desprecio hacia la prudencia". Así, su "amor" por la democracia es, como el de Tocqueville, muy moderado, es el cariño de un escéptico. Veía, por eso, la llegada de la democracia a México con una mezcla de contento y preocupación.
La creación de una democracia sana exige el reconocimiento del otro y de los otros. Una política de venganzas o la imposición de reformas que encontrarían un repudio en vastos sectores de la opinión pública […] nos conducirían a lo más temible: a las disputas, las agitaciones, los desórdenes y, en fin, a la inestabilidad, madre de las dos gemelas, la anarquía y la fuerza. […] Tan mala como la impunidad es la intolerancia. Lo que necesitamos para asegurar nuestro futuro es moderación, es decir, prudencia, la más alta de las virtudes políticas según los filósofos de la Antigüedad.
Dije que la maldita política no había sido una pasión para Paz. Tal vez me equivoqué. La política fue la sombra permanente de sus dos pasiones: la libertad y su aguijón, la crítica. Por ello a Octavio Paz tanto le apasionó, aunque indirectamente, la política. –
(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).