“Vámonos ya de aquí, franca es la puerta.” Dos líneas de un poema de Julio Trujillo que hoy golpean como nunca:
anda,
echa a andar de sabueso la nariz,
de ciego el tacto,
avienta hacia delante la primera
y azarosa pierna
no pienses en llenar
de adiós la boca
te espera el aire del desplazamiento
vámonos ya
a colmar el espacio en que no estamos.
Julio quiso leer todos los días en su brazo lo mismo que Montaigne veía en la viga de su torre cuando se sentaba a escribir. Por eso se tatuó las palabras de Sexto Empírico: “sigo estudiando”. Así lo imagino en sus últimos minutos, al entrar al espacio en el que ya no somos. Contemplando la luz mojada, esa que, como decía en otro poema, “es siempre la más fina”, hundiéndose en el silencio, sorbiendo mar.
El asombro radical puede ser también una condena, tanto como es una fuente de gozo. Asombro que disparaba el trueno de su risa y que, al mismo tiempo, bombardeaba el tráfico doméstico de los días. En “Blues del súper”, Julio Trujillo evocaba una historia budista, trasladando la experiencia de la iluminación a un centro comercial. El poeta se descubre de pronto en el pasillo de los cereales. Todo lo ataca repentinamente y lo marea. Como si toda la vida hubiera vivido bajo la coraza del sueño y, de pronto, lo asaltaran la luz, el “mundo tétrico de Tetra Pak”, todas las marcas del pan, la guerra de las ofertas, la musiquita idiota, el traqueteo del carrito. La intensidad del mundo ordinario le resulta insoportable. De sus ojos sale entonces una lágrima perfecta con la que desempaña el mundo y, solo entonces, logra continuar.
Poeta que se maravilla y se abisma, que se encuentra al perderse. Jueves, el último libro que publicó, quedará para siempre como uno de los grandes poemas de nuestro tiempo. Un trompo que taladra su derrota. Un vaivén de olas donde se ahoga y se enjuaga. El rezo de Julio ante el mar es una letanía que se inserta en la gran tradición mexicana del poema extenso donde están Piedra de sol, Muerte sin fin, Canto a un dios mineral y, desde luego, Incurable de David Huerta. Jueves, lo decía este último, es una ceremonia poética que es “ritual, exorcismo, tentativa de recobrar la vida y el sentido”. Una confesión honesta y brutal que nos deja sin aliento:
estás naciendo siempre
en busca de un perdón o de un olvido
por eso dejas tu aguijón
clavado en la epidermis del papel
para morirte ayer
Y renacer mañana
pero es tan larga tu agonía que se confunde
con la vida
y te ata
te esposa al día de hoy
y te consigna entre dos fechas
esta es tu bendición y tu condena
tu machacón estar y tu pesquisa.
Se miró muchas veces en el espejo y se vio siempre como un enigma miope. Las dos palabras más extrañas para mí, dejó escrito en una “Selfie”, son “Julio Trujillo”. Juntar esas sílabas era desconcertante para él, era “imponerle un flujo absurdo a la corriente natural, / tasar el agua / o contenerla en una red”. Esas dos palabras eran dos hemisferios sin puente. A uno de sus libros le puso como título Bipolar:
Una mitad se para en las cornisas,
asoma las falanges
y sacia en ese imán su sed de abismo.
La otra mitad hipotecó las rótulas,
evita los perímetros,
se para en la certeza del aquí.
La poesía fue una fatalidad para Julio. No era su oficio ni era tampoco el engranaje de su pensamiento. Era algo más, una manera de dar vueltas por el mundo, de enroscarse en él. Pasa un helicóptero por encima de su cabeza y lo que él ve es el mediodía en rodajas. Gajos de cielo. Lo que lo golpea ante esa revelación es el ruido insoportable del monstruo: ¿por qué no suena el helicóptero a la preciosa palabra helicóptero?
La poesía estaba incorporada al desayuno, a la caminata, a la conversación, a su noche. Era la manera en que descifraba el rumor de una podadora, las insinuaciones que aparecían en las fotos, la íntima complicidad que trababa con sus autores, la fascinación con las sutilezas de la ciencia, la entrega al deleite de los sentidos. ¿Qué es una pera? “Agua para morderse que se fuga en hilos por la cara.” ¿Qué hace el mar? “Rompe sus olas en la espalda de sus olas.”
En la poesía de Julio se escucha a Gorostiza y a Paz, a Lucrecio, a T. S. Eliot, a Gamoneda y a muchas otras voces que no alcanzo a distinguir. Poesía culta, de oído atentísimo; poesía precisa y, al mismo tiempo, fresca y libre. En todos sus ensayos, en sus crónicas de ciudad, en las notas impecables que publicaba cada lunes aparece la poesía como fuente de vida. ¿Cuándo es más vida nuestra vida?, se preguntaba para detenerse, no en el transcurrir del tiempo, sino en su interrupción. Son las pausas las que nos permiten “descubrir la consistencia de las cosas, el brillo exacto de la luz y el aire que pasa y le da voz y cuerpo al tiempo”. La mirada del poeta detiene el párpado para partir la ciudad en dos mitades y convertirse en el punto donde todo el universo confluye. En ese instante, el poeta es todo.
Dejar de ser para ser todo un poco,
los panes y los peces,
la hélice entre el águila y el sol.
Pasar o ser
en estas pausas,
henchir como una fruta los paréntesis
o apresurar la cláusula y elegir
a lo que sigue
¿No fue su vida otra manera de plantear la trágica pregunta del príncipe danés? ¿Ser poeta o vivir? ~