Teatro de la inestable realidad, de Aldo Pellegrini

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“La repetición no es signo de cansancio, sino de la única estabilidad en un mundo que fluye hacia la descomposición y la muerte”, anotó en alguna ocasión la ensayista y crítica argentina Beatriz Sarlo. Tal vez por esa razón los autores de todas las épocas tienden a hablar, a menudo, de un mismo puñado de temas, y la obra de un escritor configura el perfil de sus obsesiones más recurrentes.

Aldo Pellegrini (Rosario, Argentina, 1903) constituye un ejemplo curioso de este paradigma, el caso de una vocación activa, y nunca cancelada, por liberar las barreras de la conciencia, por romper con las limitaciones conceptuales de su tiempo. Iniciador del vanguardismo en su país junto al psicoanalista Enrique Pichon-Rivière y los poetas Francisco Madariaga y Enrique Molina, entre otros memorables personajes; fundador del primer grupo surrealista en un idioma distinto al francés; compilador de la primera Antología de la poesía surrealista en lengua castellana (1961) y de la Antología de la poesía viva latinoamericana (1966) –que anticipó la presencia escrita de muchas de las voces mayores de nuestro continente–, y responsable de dos títulos esenciales para la interpretación de la plástica contemporánea, Panorama de la pintura argentina (1965) y Nuevas tendencias en la pintura (1967), Pellegrini fue, además de agitador, crítico de arte, ensayista y poeta “inteligente, fervoroso y notable”, según estimaba Octavio Paz. Su poesía completa acaba de ser publicada, recientemente, por la editorial Argonauta: La valija de fuego, título de uno de sus más bellos libros.

En conjunto, sus textos reflejan una conciencia vertiginosa de lo absurdo y de la confusión generalizada, pero también una reivindicación del amor como forma de resistencia; un universo, el suyo, que funciona gracias al lenguaje surreal de lo inexpresable y que manifiesta una suerte de protesta del hombre contra su propia condición. Paradójicamente, la repetición que Sarlo asociaba a la “única estabilidad del mundo” evidencia, en Pellegrini, la naturaleza inconstante, mutable de ese mismo mundo.

En este sentido, Teatro de la inestable realidad (1964) se inscribe dentro de cierta voluntad de aceptar e incluso volver juego lo endeble de la aventura existencial. Compuesto por cinco divertimentos, un paso de comedia y una pieza en dos cuadros, el volumen supone un homenaje, de acuerdo con su propio autor, a “la íntima sensación de que cada uno está actuando en una desopilante farsa”. Lo único estable es lo inestable. Lo único que se repite, como en la propia vida, es el mismo encabalgamiento de caprichos y extravagancias.

Un cazador de unicornios cuyo objeto de caza es el espíritu convive con un pescador que pesca sin agua. Un director de teatro niega la existencia de una bailarina en escena porque su presencia trastorna todos sus planes. Una escalera adherida inexplicablemente a un muro cubre la puerta de entrada de una casa y desata una disertación acerca del sinsentido vital.

A las siete piezas breves y deliberadamente casi indefinibles con que comienza el libro sigue una especie de relato poético, “Confrontación del vacío”, escrito tres años después. Unas “Advertencias e instrucciones para los lectores” preceden a la narración:

 

El autor recomienda una posición especial durante la lectura de su texto, pues considera que toda comprensión cabal debe obtenerse por la intervención de la totalidad del cuerpo. En consecuencia, aconseja que la lectura se realice derecho, sobre un solo pie, cambiando de pie en cada versículo, para soportar en equilibrio una corriente de comprensión que circule de izquierda a derecha y de derecha a izquierda alternativamente.

A medida que se avance en la lectura se irá creando la sensación física de fatiga que, según el autor, es lo más parecido a un sentimiento estético, con la evidente ventaja de que son muy pocos los que se han puesto de acuerdo sobre este último, mientras que la sensación física de fatiga podría lograr una unanimidad absolutamente alentadora para los desesperados buscadores de belleza.

 

Refiriéndose a la obra de Antonin Artaud, a quien admiraba, Pellegrini proponía al lector sumergirse en el texto liberado de preconceptos, normas y modelos, despojado de lo que él llamaba “el prejuicio de la literatura”. Del mismo modo, convendría quizás zambullirse en las hondas aguas del escritor argentino sin ninguna precaución, sabiendo sólo de antemano que su batalla se daba a favor de la libertad creativa y en contra, siempre, de la obediencia de la mayoría. “La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes”, declaraba Pellegrini en un pequeño ensayo publicado en 1961. Y añadía: “La característica del imbécil es su aspiración sistemática a cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.”

En la intersección del teatro, la poesía, el ensayo y aun el texto filosófico, las subversivas obras que conforman Teatro de la inestable realidad exigen la lectura atenta de un lector inocente en abierta confrontación con un lector imbécil, pues sólo los inocentes tienen la llave para abrir la puerta de la literatura. La inestabilidad del mundo obedece a su inevitable transformación y se contrapone, en definitiva, al pretendido orden: a la fijeza inmóvil, segura, de la imbecilidad. ~

 

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