The Monstrosity of Christ / Paradox or Dialectic, de Slavoj Žižek y John Milbank

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El duelo intelectual entre un ateo y un creyente ha llegado a constituir una significativa tradición contemporánea. El debate entre Bertrand Russell y el jesuita Frederick Copleston sobre la racionalidad de lo divino, y la fragmentada conversación entre Ernst Bloch y Jürgen Moltmann acerca del ateísmo en el cristianismo, son dos de las piezas fundacionales de este género en el siglo xx. En los años recientes, el intercambio epistolar entre Umberto Eco y el cardenal Carlo Maria Martini en torno a la ética como campo común de creyentes y no creyentes, y el diálogo de Jürgen Habermas y el cardenal Joseph Ratzinger sobre las consecuencias de la secularización, han sumado un par de eslabones más a la tradición.

Pero, a pesar de existir una historia de antecedentes, nunca antes el género había propiciado el encuentro de dos figuras tan discrepantes como las que dialogan sobre la interpretación del cristianismo en The Monstrosity of Christ. El volumen, editado por Creston Davis, surge de la colisión de dos personalidades extremas. En una esquina, el filósofo esloveno Slavoj Žižek, teórico marxista y lacaniano, conocido por sus exégesis psicoanalíticas del cine de Alfred Hitchcock y otros productos de la cultura popular. En la otra, el teólogo británico John Milbank, impulsor desde el catolicismo anglicano de un proyecto de “ortodoxia radical”, para el que todo pensamiento ajeno a lo divino desemboca, en última instancia, en el nihilismo. Mientras Milbank afirma la imposibilidad de sostener cualquier ámbito temporal sin el reconocimiento de su participación en la eternidad de Dios, Žižek se propone, desde la filosofía de Hegel, el desarrollo de una “teología materialista” sin recurso a lo trascendente.

La postura de Žižek parte de la aseveración de que la muerte de Dios no es, como en Nietzsche, una condición post-cristiana, sino la esencia del cristianismo. Quien muere en la cruz no es la Encarnación de Dios: es Dios mismo. Y el que muere es un Dios débil y disminuido, incapaz de intervenir en el mundo. El momento revelador es la exclamación de Cristo en la cruz: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Haber discernido que el cristianismo constituye “la única religión en la que, por un instante, Dios pareció ser un ateo”, es, según Žižek, la intuición fundamental de G.K. Chesterton, uno de los autores esenciales de esta contienda. Para Žižek, la dialéctica es la mejor lectura posible de la fe cristiana: mirar que el cristianismo incluye, dentro de sí mismo, su propia negación: el ateísmo moderno. Pero sólo la creencia en Cristo, la aparición de Dios en la carne finita de un individuo –esa “monstruosidad” en el sentido de una singularidad absoluta–, articula una lógica universal y fundamenta la libertad humana. Después de haber sido negada en la cruz, la sustancia divina regresa bajo la forma del Espíritu Santo en la comunidad de los creyentes: la existencia mortal de los individuos. La postura atea correcta no es entonces la lucha contra el teísmo ni la indiferencia hacia la religión sino, en una negación de la negación, el regreso a la creencia sin referencia a lo divino: “Sólo los ateos pueden creer de verdad.”

En su réplica a Žižek, Milbank juzga que el cristianismo heterodoxo por el que el filósofo esloveno aboga sólo puede conducir a una versión pesimista del universalismo cristiano. Ante la concepción dialéctica de la fe, Milbank reivindica la alternativa radicalmente católica del compromiso con la paradoja de la Encarnación y su genuina trascendencia. Para Milbank, el ateísmo hegeliano de Žižek (y, en general, todo ateísmo), lejos de ser una proposición neutra –una suerte de opción por defecto una vez que la ilusión religiosa se ha suprimido–, resulta por lo menos igual de problemático y difícil de sustentar que el teísmo tradicional. En el pensamiento hegeliano, el comienzo de todo es una nada inalterada que genera toda la complejidad a partir de sí misma. Para Milbank, este relato de los orígenes y la evolución de la realidad no es más que una parodia de la cadena del ser neoplatónica, una estructura de pensamiento incapaz de sostenerse sin inferir la existencia de un impulso primordial, bastante parecido a la divinidad.

La polémica entre Žižek y Milbank a propósito del cristianismo es un síntoma más de la existencia de una nueva dimensión post-secular de la filosofía, antecedida décadas atrás por pensadores como Gianni Vattimo y Jacques Derrida. No deja de sorprender que los responsables de esta recuperación del cristianismo para las reflexiones contemporáneas casi siempre pertenezcan a los márgenes más radicales del ateísmo o la indiferencia religiosa. Esta restitución del lenguaje y de los temas de la fe cristiana por parte de pensadores agnósticos o ateos no representa, sin embargo, una secularización ni una apropiación del cristianismo, sino una reconfiguración de los planos, el sentido y el vocabulario de la reflexión a partir de un hallazgo: la teología no es, como afirmaba Borges, una rama de la literatura fantástica, sino una región del conocimiento.

En una dimensión, el proyecto de Žižek es, sencillamente, una nueva articulación de la gramática común a todas las teologías revolucionarias que, bajo diferentes signos políticos, han incendiado a los espíritus más radicales de los últimos tres siglos. Lo distingue, sin embargo, un rasgo fundamental: la voluntad de formular, desde el marxismo, el contenido liberador de la religión. Esa conexión entre la apertura a lo teológico y el materialismo militante tiene un insigne precedente: El ateísmo en el cristianismo, de Ernst Bloch. En este libro, Bloch postula la existencia de una tendencia atea en el cristianismo, de una Biblia subterránea articulada a partir de un eje anti-teocrático. En este cristianismo subversivo, la resurrección de Cristo es un signo de la resurrección material de la esperanza. La conclusión de Žižek en The Monstrosity of Christ es un claro eco del subtítulo de la obra de Bloch: “Sólo un ateo puede ser un buen cristiano” –a lo cual el teólogo alemán Jürgen Moltmann respondería: “Sólo un cristiano puede ser un buen ateo.” Lo mismo en Bloch que en Žižek, la recuperación marxista de la religión no es una excentricidad ideológica ni un acto de oportunismo, sino una maniobra de autoconciencia histórica del marxismo con respecto a sus orígenes intelectuales.

Uno de los aspectos más estimulantes de esta discusión reside en sus posibles consecuencias para una subversión en el canon de la filosofía. Si bien Žižek insiste, previsiblemente, en la perennidad de Hegel como horizonte del pensamiento, su intercambio con Milbank acerca de un replanteamiento de la filosofía gira en torno a dos ejes imprevistos: la mística medieval de Meister Eckhart y la literatura de G.K. Chesterton. Žižek y Milbank parecen coincidir por lo menos en dos puntos: 1) en Meister Eckhart –uno de los raros de la historia del cristianismo– y su visión heterodoxa de las relaciones entre lo humano y lo divino, se oculta uno de los centros secretos de la teología y la filosofía; 2) Ortodoxia y El hombre que fue Jueves, de Chesterton, representan algo más que testimonios confesionales o tours de force del ingenio literario: son obras capitales del pensamiento moderno (no hay que ver “a Chesterton como un sub-Hegel, sino a Hegel como un sub-Chesterton”).

No es difícil entender entonces por qué el “nuevo ateísmo” de Richard Dawkins y Christopher Hitchens resulta culturalmente estéril e intelectualmente regresivo. No ofrece nada más allá de la involución a las versiones más convencionales del anticlericalismo dieciochesco y el “libre pensamiento” decimonónico –ese paraíso mental en el que, discutiendo la existencia de Dios, el boticario y el cura del pueblo, como dos jumentos, se topan eternamente contra la pared. ~

 

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es ensayista.


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