Todos somos Crusoe

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Bruno H. Pichรฉ

Robinson ante el abismo. Recuento de islas

Mรฉxico, DGE Equilibrista/UNAM, 2010, 147 pp.

 

John Donne escribiรณ famosamente que ningรบn hombre es una isla. Casi cuatrocientos aรฑos despuรฉs, Carlo Ginzburg apuntalรณ la sentencia llevรกndola un poco mรกs allรก: ninguna isla es una isla. Finalmente, Mark Zuckerberg hizo una rotunda demostraciรณn de aquellas aseveraciones al crear Facebook.

Pero las islas existen, y la soledad es probablemente mรกs nรญtida cuando se recorta contra la multitud. Todo hombre a su manera es una isla, una isla es una isla y Facebook, como un archipiรฉlago, es en estricto sentido una agrupaciรณn de soledades.

Robinson ante el abismo. Recuento de islas, de Bruno H. Pichรฉ, es el testimonio de una depurada obsesiรณn por esas porciones de tierra rodeadas de agua por todas partes que son, a su vez, la metรกfora perfecta de la soledad.

Cuando el nรกufrago Crusoe llega a tierra, descubre que todos sus compaรฑeros han muerto y hace este recuento: “nunca los volvรญ a ver ni a tener ninguna seรฑal de ellos, salvo por tres de sus sombreros, una gorra y dos zapatos que no eran pares”. En esa รบltima frase (“two shoes that were not fellows”) me parece que se destila con gran concentraciรณn la imagen del aislamiento mรกs estricto. Y, no obstante, Crusoe se las arregla para poblar su soledad. Bruno H. Pichรฉ supo articular su obsesiรณn como quien reรบne pares de zapatos: en sus andanzas (es viajero empedernido) y en sus lecturas fue coleccionando islas que dieran cabal cuenta no solo de su predilecciรณn por aquella metรกfora, sino de su propia condiciรณn de individuo que insiste en refutar el apotegma de Donne.

Mitad florilegio y mitad crรณnica de un periplo vital por ciudades y libros, Robinson ante el abismo es un libro sin gรฉnero preciso que no hubiera desdeรฑado un W. G. Sebald. Pero al final todo tiende a la autobiografรญa, y sabemos –como รฉl lo sabe y propone– que los paseos que H. Pichรฉ nos comparte con una prosa bien temperada terminan por configurar, en parte, su propio rostro. Son muchos los ingredientes que componen el retablo, tantos que agradecemos la bibliografรญa bรกsica que aparece al final del libro: Aira, Auden, Ballard, Cabrera Infante, Cioran, Coetzee, Deleuze, Ferlinghetti, Huxley, Lawrence, Merwin, Magris, Pacheco, Perec, Pessoa, Piรฑera, Revueltas, Simic, Stevenson, Vila-Matas y Yeats son solo algunos de los autores en que H. Pichรฉ se apoya para establecer su propia escritura. En efecto, el coro de voces calla puntualmente para que figure el solista: “no pretendo hablar como el viejo que no soy, no todavรญa, sino como cualquiera a quien previsiblemente las primeras cuentas adultas le empezaron a arrojar puros saldos rojos, antes del cumplimiento del destino en el que todos รญntimamente nos soรฑamos alguna vez como promesa”. Hay una especie de resignada elegancia en estas lรญneas que permea a todo lo largo del libro y que hace trascender el simple “recuento”. El “cazador de รญnsulas y archipiรฉlagos” es en realidad un pausado perseguidor de sรญ mismo que probablemente no ignora que jamรกs se alcanzarรก, pues la completitud de ese rostro, su acabado final equivale a la inutilidad de la escritura.

Su caso no es รบnico, por supuesto: todos somos un poco Crusoe. “Queda claro que al nรกufrago lo encarnamos todos en algรบn momento, en tanto que la figura superior de la isla a la postre nos sigue resultando imposible. Nรกufragos sin isla, eso somos en esencia.” La distinciรณn entre el personaje y su contexto es importante: acaso la soledad mรกs aguda es la que se da en las megalรณpolis y ya no hay parcela de tierra o concreto que podamos llamar nuestra, solamente nuestra. Esta paradรณjica nostalgia de la isla nos enfrenta con nosotros mismos, y es entonces cuando la metรกfora, literalmente, toma cuerpo. “Se me ha anunciado que maรฑana, / a las siete y seis minutos de la tarde, / me convertirรฉ en una isla, / isla como suelen ser las islas”, dice Virgilio Piรฑera en un poema que no es “La isla en peso” sino sencillamente “Isla”. Todo nรกufrago necesita una isla y, si esta no aparece por ningรบn lado, habrรก que encarnarla.

He hablado de elegancia, pues la prosa de este libro es elegante, y de resignaciรณn, pues el autor no pretende que sus archipiรฉlagos se unan en una sรบbita e inverosรญmil masa continental. Tampoco pretende alcanzarse, pero sรญ hacerse acompaรฑar, de vez en cuando, en su persecuciรณn. Todos queremos eso. H. Pichรฉ lo dice con sentencioso humor: “Hay tres temas: el amor, la muerte y las islas. […] Yo me ocupo de las islas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres.” ¿Y cuando una mujer aparece en la isla? Parecerรญa ser el escenario ideal para el nรกufrago, pero ya Bioy nos ha enseรฑado, en La invenciรณn de Morel, que esa mujer puede ser el simulacro de una mujer… Entre que sรญ y que no, siempre estรกn la amistad y los libros, y yo podrรญa combinar ambos perfectamente llevรกndome un ejemplar de Robinson ante el abismo a mi propia isla desierta. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1969) es poeta. Es autor, entre otros tรญtulos, de 'Bipolar' (Pre-Textos, 2008), 'Pitecรกntropo' (Almadรญa, 2009) y 'Ex profeso' (Taller Ditoria, 2010).


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