Es una magnífica noticia que Alfaguara haya puesto a circular la obra completa de Adolfo Bioy Casares, monstruo de la imaginación. Hay novelistas cuyo lenguaje delata envejecimiento, como los clichés existencialistas en Rayuela. Las ficciones de Bioy se mantienen perfectamente legibles, brillantes, como acabadas de escribir.
Alfaguara publica todas las novelas (La invención de Morel, Plan de evasión, El sueño de los héroes, Diario de la guerra del cerdo, Dormir al sol, La aventura de un fotógrafo en La Plata, Un campeón desparejo, De un mundo a otro), los libros de cuentos (La trama celeste, Historia prodigiosa, Guirnalda con amores, El lado de la sombra, El gran Serafín, El héroe de las mujeres, Historias desaforadas, Una muñeca rusa, Una magia modesta) y sus Memorias. Deja fuera sus libros de ensayos, sus diarios, sus guiones cinematográficos, sus libros de cuentos en colaboración con Borges. Queda también fuera, por lo pronto, el prodigioso volumen Borges, registro íntimo de la inteligencia, la ironía y los prejuicios de su gran amigo.
Se trata de una apuesta colosal, la de colocar en la mesa de novedades –con extraordinarias portadas, con una caja aireada y elegante– las obras más significativas de un autor esencial.
¿Qué dice hoy la decisión de Bioy Casares de borrar de su bibliografía sus primeros seis libros –escritos entre 1929 y 1937, cuentos y novelas– por malos? A los dieciocho años, en 1932, conoció a Borges en la casa de Victoria Ocampo. Afinó con él sus puntos de vista literarios. Se casó en 1940 con Silvina Ocampo; casi desde el principio de ese matrimonio se aparecía Borges puntual a cenar. Conversó con él sus tramas, las ideas que estaban en juego en sus ficciones, la forma que revestirían. Su modelo a imitar y a superar era su amigo. Ahora sabemos qué crueles y derogatorios podían ser los comentarios literarios de Borges, ironía siempre afilada. Ante ese formidable rival y compañero se enfrentaba Bioy Casares cuando decidió eliminar de su incipiente bibliografía sus primeros libros, hacer tabla rasa y comenzar a escribir algo nuevo, una novela de ideas que fuera también una novela de amor, una novela llena de prodigios pero al mismo tiempo lógica. Esa novela fue La invención de Morel, obra insignia de Bioy Casares, con la que Alfaguara comienza en México el desembarco de su obra.
En 1940 Bioy publica La invención de Morel con prólogo de Borges, que califica a la novela de perfecta. Que el más grande escritor en nuestro idioma en el momento más alto de su creatividad declare una obra “perfecta” no es un dato menor. Perfecta en su factura, en sus ideas, y en lo que Borges valoraba más en ese momento: en su trama.
Borges también señaló en su prólogo que Bioy con su novela “traslada a nuestras tierras y nuestro idioma un género nuevo”, el de la “imaginación razonada”. Destaco esos dos elementos: la trama perfecta y la novedad de ese género en nuestro idioma. Hay algo extraño en esto. Es difícil que algo nuevo, que cambia los parámetros con los que se juzga lo existente, nos parezca “perfecto”.
Recordemos. En la Nochebuena de 1938 Borges sufre un accidente casi mortal. Subiendo las escaleras de su casa se hiere con una ventana abierta. La herida se agrava, pero el escritor se recupera, con miedo de haber perdido sus dones literarios. Le dicta a su mamá “Pierre Menard, autor del Quijote”, una obra maestra de ficción perteneciente al género de “imaginación razonada”, que no es otra cosa que tramas guiadas por la inteligencia. El cuento lo publica Borges en Sur en 1939.
Luego de la Primera Guerra Mundial el panorama literario era abundante y creativo. Para Eliot el horizonte era una tierra baldía. Para Pound había que hacer las cosas de nuevo. Los surrealistas introdujeron el subconsciente, los sueños y la magia. En prosa, tal como lo denuncia Borges en su prólogo, reinaba un realismo pobre y falto de imaginación literaria. Frente a esa penuria y caos, Borges y Bioy plantean otra literatura, una literatura del orden, de tramas de solución geométrica, de elegante ejecución racional. A punto de entrar a la Segunda Guerra, cuando el mundo desbordaba sus límites racionales, la reacción de Borges y Bioy fue la de apostar por la razón, mediante un género nuevo en nuestro idioma, el de la imaginación razonada.
Dos argentinos decidieron plantar cara al siglo. Si este exigía cuotas de sangre y crueldad, el dueto contestaba con una exigencia mayor de inteligencia y de imaginación. Así, mientras Borges publicaba en Sur los cuentos que más tarde configurarían Ficciones y Bioy escribía, siguiendo códigos tradicionales en inglés y nuevos en nuestro idioma, La invención de Morel, ejemplo de imaginación razonada, ambos escribían a cuatro manos seis cuentos en común y firmados con seudónimo: Seis problemas para don Isidro Parodi, de H. Bustos Domecq. Un hombre que resuelve misterios de detective sin salir de la cárcel, sin necesidad de pruebas ni de exámenes forenses, con la pura inteligencia. Ejemplos también del género que Borges y Bioy impulsaban, el de la imaginación razonada.
Mientras izaban el estandarte de la racionalidad en un mundo que entraba en guerra, al dúo de Borges y Bioy se añadió Silvina Ocampo para seleccionar, traducir y prologar la muy conocida Antología de la literatura fantástica (1940). No solo impulsaban la imaginación razonada sino la fantasía como recurso extremo de la imaginación.
Me temo que no he conseguido un retrato preciso, ni de lejos, de Adolfo Bioy Casares al momento de sentarse a escribir su novela. Tenía veinticinco años. Era hijo de un prominente político argentino. Estaba por casarse con una gran escritora que era entonces una promesa. Decidido a romper con su pasado literario. Amigo de un escritor fabuloso, que jamás lo trató como su discípulo sino como su igual. Creyente en los poderes bifrontes de la razón y la imaginación. Ese joven argentino creó una obra maestra, una novela perfecta.
Borges razonó sobre la vulnerabilidad de la “página perfecta”. Se pensaba (en los años treinta del siglo pasado) que una página perfecta era aquella que había expulsado la coyuntura y los accidentes, la que se bastaba a sí misma. Borges contradecía esa creencia: esa página perfecta –sostenida tan solo por su estilo– era la más frágil, ya que al volverse anacrónicas sus connotaciones la página se volvía objeto de museo y luego polvo de olvido. La verdadera página inmortal era la que estaba contaminada de tiempo, de las ideas de su tiempo, la que podía sobrevivir malas traducciones, erratas y ediciones mal hechas. Adolfo Bioy Casares escribió una novela perfecta. No solo por la brillante resolución lógica de los misterios sobrenaturales que abundan en ella sino porque es una novela abierta a los saberes y creencias de su tiempo. Todo lo contrario a una novela hermética. En ella cabe la novela de amor, la trama fantástica, el registro científico-tecnológico, la especulación filosófica, la política (el protagonista es un hombre que huye de la dictadura). En la novela los fantasmas se resuelven en proyecciones holográficas. Se conjugan el deseo y la tecnología. La ciencia y el alma. Bioy imagina una máquina que crea prodigios. Una máquina que funciona con las mareas. La naturaleza y la tecnología al servicio de una historia de amor.
La invención de Morel es una novela perfecta. Una novela actual. Una novela de 1940 que se inserta en el presente de 2023 para hacerlo mejor. Para oponer a la caótica devastación a la que asistimos los privilegios de la literatura, que son la razón y la imaginación. ~