Sebald: Una presencia de otro tiempo

Emerge, memoria (conversaciones con W. G. Sebald)

Lynne Sharon Schwartz (ed.)

Traducción por Cristian Crusat

KRK Ediciones

Oviedo, 2021, 315 pp.

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El escritor Édouard Levé definía las ruinas como objetos estéticos accidentales. Las ruinas no las crea nadie, en todo caso son producto de la destrucción o los caprichos del tiempo. Si se convierten en algo bello, no es, desde luego, de forma intencionada. La escritura de W. G. Sebald es un poco así: un reducto del pasado que pervive en el presente y acaba resultando bella sin que nadie sepa muy bien por qué. Su estilo, más propio del siglo XIX, y su carácter digresivo desconcertaron a los lectores, que tampoco sabían decir a qué género pertenecían los libros. Pese a ello, fueron un éxito de ventas y, salvo contadas excepciones, la gran mayoría de los críticos destacaron la belleza de su prosa melancólica. Susan Sontag llegó incluso a sugerir que era la prueba de que la grandeza literaria seguía siendo posible.

Los libros de Sebald son tan distintos, al menos lo eran en el momento de su publicación (después no dejaron de salirle imitadores), que cuando se termina de leerlos es natural preguntarse qué clase de persona está detrás de ellos. En una de las entrevistas que se incluyen en este Emerge, memoria, Carole Angier se pregunta: “¿Quién es W. G. Sebald? Acababa de leer un libro titulado Los emigrados y necesitaba saberlo.” Para responder a esta pregunta, en 1996 se encontró con él en la Universidad de East Anglia, donde daba clase. A Angier el escritor le pareció como sus libros, una presencia de otro tiempo: era más inglés que alemán y hablaba como un intelectual alemán de los años sesenta. Dado que la conversación giró en torno a la tragedia judía y al silencio que sus padres mantuvieron sobre la época nazi, era lógico que el tono fuera más solemne. En otras conversaciones, en cambio, nos encontramos ante un Sebald más coloquial, a veces incluso divertido. Así, en la conversación que tuvo con Joseph Cuomo es frecuente encontrarse con la acotación [Risas del público] tras sus intervenciones.

Además de rastrear en las raíces familiares del escritor y en hechos de su pasado, como su exilio a Inglaterra, los entrevistadores indagan en sus influencias y su método de trabajo. Con todo, la cuestión estrella es cuánto hay de verdad en su ficción. Buena parte del diálogo que mantuvo con Eleanor Wachtel y con la propia Angier trata de las personas reales en cuyas vidas se basó Sebald para escribir Los emigrados. Pero, en contra de lo que sugiere el subtítulo del libro, Emerge, memoria no solo contiene conversaciones con Sebald, sino también varios ensayos –en general, elogiosos– sobre sus libros. La excepción es el ensayo de Michael Hoffmann, que no puede entender el aplauso unánime que ha merecido el escritor alemán. Para él, lo único deslumbrante de su prosa es su “completa falta de humor, encanto, delicadeza o tacto” y no se explica cómo unos libros en los que apenas hay acción han podido enganchar a los lectores. Está claro que Sebald tenía otros intereses. En sus libros no hay una trama en sí, sino una especie de viaje mental. Independientemente de que su periplo transcurra en paralelo a un viaje en la vida real, el medio de transporte utilizado por los narradores es el lenguaje, “el único medio capaz de un peligroso vuelo de altura”. El placer que obtiene el lector se produce al dejarse llevar por las palabras mientras sigue el itinerario mental que realizan los narradores en sus divagaciones. Con todo, es difícil no estar de acuerdo con algunas de las críticas planteadas por Hoffmann. La escritura de Sebald habría ganado mucho si hubiera “observado el rol del personaje”. Es posible que si hubiera procurado que cada personaje tuviera su propia voz, en lugar de sonar todos como el narrador, el tono resultara menos monocorde.

También el poeta Charles Simic pone alguna objeción. Una parte de Austerlitz le resulta forzada y lo que Sebald cuenta en Sobre la historia natural de la destrucción no es nada nuevo: “Hans Magnus Enzensberger sostuvo esencialmente lo mismo en un ensayo titulado ‘Europa en ruinas’, escrito en 1990.” Más allá de esto, se muestra empático con Sebald y no está de acuerdo con las críticas de sus detractores. El libro trata, entre otras cosas, de los bombardeos que sufrieron las ciudades alemanas a manos de los aliados, pero Sebald no trata de hacer pasar a los alemanes como víctimas, como se ha dicho, ni de equiparar su dolor con el que ellos causaron. Simic creció “odiando a los alemanes”, pero cuestiona que sean los civiles inocentes los que tengan que acabar pagando por los crímenes cometidos por otros.

Aunque en su lengua original este libro se publicó en 2007, hasta ahora no se había traducido al español. La casualidad ha querido que su publicación haya coincidido con la de Speak, silence, la biografía de Sebald escrita por Carole Angier, quien, como he comentado, contribuye a este Emerge, memoria con una entrevista. De hecho, dicha entrevista cobra ahora una importancia inesperada, pues mientras investigaba para la biografía, Angier descubrió que algunas de las respuestas del escritor no eran del todo exactas. Hablando de las personas reales en las que se basó para escribir Los emigrados, Sebald dijo que a la hora de traspasar sus vidas a la ficción había cambiado algunos detalles menores. Sin embargo, al hablar con las familias de esas personas, Angier se dio cuenta de que esos pequeños cambios no eran tan pequeños (a uno de ellos, por ejemplo, lo había convertido en judío sin serlo). No es la primera vez que surge una polémica relacionada con las personas cuyas vidas sirvieron de “modelo” al escritor. Hace unos años, una mujer, Susi Bechhöfer, lo acusó de haberse apropiado de su vida para dar forma a la de Jacques Austerlitz. En una entrevista en The Guardian, Sebald contó que se enteró de la historia de esta mujer al ver un documental. Con todo, tal vez no debería extrañarnos tanto que un novelista haga pasar los hechos por el aro de la ficción. Al fin y al cabo, como dice Angier, el genio de Sebald fue ver la ficción en los hechos. También es interesante observar a quién se parecen los personajes de Sebald por dentro. En el caso de Jacques Austerlitz, el parecido de familia con Wittgenstein se admite de forma explícita. El escritor no solo tomó rasgos del filósofo para perfilar la fisionomía de su personaje, sino que también se sirvió de algunas de sus ideas para amueblar el interior de su mente. En otros casos, el préstamo es más velado. Angier ha encontrado en los libros de Sebald fragmentos –más o menos transformados– de obras de Chateaubriand, Francis Barker o Robert Fisk. Lo que nos recuerda algo que dijo Enrique Vila-Matas en una entrevista: “[En literatura], la originalidad en sí no existe. Somos la copia de una copia. Todo lo que decimos o escribimos es una cita de alguien.” Parece que en Sebald eso es mucho más evidente que en otros escritores. ~

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es periodista y escritora. Su novela más reciente es Las siete vidas del cangrejo (Editorial Alegoría, 2016)


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