RepresiónJulián Casanova, Francisco Espinosa Maestre, Conxita Mir y Francisco Moreno Gómez, Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Crítica, Barcelona, 2002, 364 pp.Isaías Lafuente, Esclavos por la patria. La explotación de los presos bajo el franquismo, Temas de Hoy, Madrid, 2002, 344 pp.José Luis Rodríguez Jiménez, Los esclavos españoles de Hitler, Planeta, Barcelona, 2002, 322 pp.Rodolfo Serrano y Daniel Serrano, Toda España era una cárcel. Memoria de los presos del franquismo, Aguilar, Madrid, 2002, 382 pp.Hasta el día de su muerte, Franco se cobró la venganza de mantener dividida a España entre los vencedores y los vencidos de 1939. Todavía mucho después de su victoria en la Guerra Civil hubo ocasión para sangrientas purgas políticas, y hasta las investigaciones más conservadoras han determinado cifras de ejecutados que alcanzan las decenas de miles. El uso de la tortura explica el gran número de suicidios en prisión, a lo que las autoridades, sintiéndose engañadas por estas "huidas" de la justicia, a menudo reaccionaban ejecutando a un familiar del prisionero. La detallada reconstrucción de la represión ha sido uno de los rasgos notables de la reciente explosión historiográfica española.
Este empeño esencial se ha visto dificultado por la destrucción de material de archivo llevada a cabo por el bando vencedor. Como en el caso de la muy publicitada neutralidad de Franco durante la Segunda Guerra Mundial, esto deja entrever cierta conciencia culpable. Si a los franquistas no les inquietaba lo que hicieron en el extranjero y dentro del país, ¿por qué desaparecieron los testimonios? Después de todo, se puso gran cuidado en reunir archivos documentales, que existen al día de hoy, de los crímenes reales o imaginarios de los republicanos. Francisco Espinosa Maestre ha mencionado ya la destrucción por parte de "los secuestradores del pasado, los amos de la memoria histórica" de millones de documentos entre 1965 y 1985. 1965 fue el año en que los franquistas empezaron a pensar lo impensable, que el Caudillo no era inmortal y que el futuro exigía la puesta en marcha de ciertos preparativos. 1985 fue el año en que el gobierno español, tardía y dubitativamente, emprendió acciones para proteger las fuentes documentales de la nación. A pesar de las pérdidas sufridas durante esos veinte años cruciales, durante los cuales convoyes de camiones sustrajeron los registros "judiciales" de la represión, lo que ha sobrevivido permite reconstruir lo que Julián Casanova denomina "un plan de exterminio y una justicia posbélica inclemente y calculada".
La reconstrucción completa y a escala nacional del coste humano que supuso el golpe militar de 1936 es tarea imposible. Sin embargo, el magnífico y oportuno volumen coordinado por Julián Casanova nos permite acceder a algunos de los trabajos más importantes en este ámbito. El repaso que hace Casanova de la dictadura supone una brillante demostración de por qué es uno de los historiadores más estimulantes de cuantos trabajan ahora en Europa. A pesar de los peligros inherentes a un trabajo colectivo, este libro es tan importante como ameno. Francisco Espinosa Maestre demuestra de modo convincente que en el sur y en las provincias castellanas que cayeron rápidamente en manos de los golpistas en el verano de 1936, lo que tuvo lugar no fue una guerra civil sino el principio de un plan de exterminación predeterminado. Cuando los militares sublevados, ayudados por las fuerzas aéreas, luchan con civiles desarmados, conceptos como "guerra civil" carecen de sentido. Su relato del reino de terror impuesto por los militares rebeldes es un retrato escalofriante de cómo aquellos que perdieron el poder en las elecciones democráticas de 1931 lo recuperaron por la fuerza en 1936.
Igualmente impresionante es el sutil y perspicaz relato que hace Conxita Mir del conglomerado de terror, carencias sociales, explotación económica y humillación psicológica que padeció Cataluña luego de la caída de la región en enero de 1939. Mir reconstruye con esmero la atmósfera de terror que envolvió un periodo en el que mantenerse con vida fue ya para muchos un logro mayor. Así, ha reunido un catálogo estremecedor de hambre y enfermedad, represión arbitraria y miedo miedo al arresto, miedo a la denuncia de vecinos o de curas. Mir exhuma numerosos casos de extorsión económica y sexual a cargo de los poderosos. La retórica franquista que invocaba la "redención" convirtió a las mujeres en objeto de una crueldad considerable: violaciones, confiscación de bienes, encarcelamiento en respuesta al mal comportamiento de un hijo o un esposo. Las viudas y las mujeres de los prisioneros eran violadas. Muchas fueron obligadas a vivir en la más completa pobreza y a menudo, de pura desesperación, a prostituirse.
Mir subraya el vínculo entre la represión y la acumulación de capital que hizo posible el boom económico de los sesenta. La destrucción de los sindicatos y la represión de la clase trabajadora impuso sueldos de miseria que permitieron a los bancos, la industria y las clases terratenientes registrar espectaculares subidas de beneficios. Si había alguna duda sobre hasta qué punto se trataba de una política deliberada, queda resuelta de manera perturbadora por el brillante estudio de Isaías Lafuente sobre cómo el Patronato para la Redención de Penas llevó en la práctica a miles de prisioneros republicanos a trabajar como esclavos. Así pues, examina los destacamentos penales que procuraron mano de obra para la minería, la construcción ferroviaria y la reconstrucción de lo que se dio en llamar "regiones devastadas", las "colonias penitenciarias militarizadas" que se establecieron al hilo de proyectos a largo plazo como el Canal Bajo del Guadalquivir, cavado a lo largo de 180 kilómetros y veinte años, los "batallones disciplinarios de trabajadores", los "talleres penitenciarios" que producían ropa, mobiliario y otros bienes diversos en el interior de las prisiones.
Isaías Lafuente escribe con brillantez, tejiendo su macabro relato con ironía y mordiente, señalando cómo el propio Franco podría haber sido juzgado según las leyes que instauró en contra de aquellos que sirvieron a la República. Como deja dolorosamente claro, el coste humano del trabajo forzado, las muertes y el sufrimiento de los trabajadores se corresponden con las fortunas conseguidas por las compañías privadas y las empresas públicas que los explotaron. En la aguda expresión de Lafuente: "Media España se convirtió en gendarme de la otra media". Fue una situación que se prolongaría en cierta medida hasta la muerte de Franco, si bien, dado el éxito de la inversión en terror realizada por Franco entre 1936 y 1943, no fue preciso mantener la represión con el mismo grado de intensidad. Rodolfo y Daniel Serrano añaden una dimensión más humana al relatar la historia del régimen carcelario franquista con los testimonios de los prisioneros. Las historias que cuentan son horrendas de niños encerrados en cuartos oscuros y obligados a comer su propio vómito, pero el aspecto más conmovedor de su relato es el modo en que la humanidad de tantos sobrevivió a dicha experiencia.
Menos conocida aun es la fascinante historia que cuenta José Luis Rodríguez Jiménez sobre los españoles que fueron víctimas del nazismo de resultas de acciones tomadas por el régimen de Franco. Su dilatado estudio de la operación de propaganda que engañó a un buen número de trabajadores españoles, empujados por el hambre, a trabajar en el Tercer Reich, arroja nueva luz sobre la más amplia historia de las relaciones entre el régimen de Franco y el Tercer Reich. Franco tenía con Hitler una deuda considerable, y la necesidad de mano de obra de la industria armamentística alemana proporcionó una forma de pago inmediata. Una visita a Alemania de Gerardo Salvador Merino, de la Organización Sindical, resultó en una campaña de propaganda sobre el alto nivel de vida en Alemania, con sueldos altos y posibilidades de ahorro. No se hacía mención alguna del hecho de que el dinero ganado por los trabajadores españoles debía cubrir la deuda contraída durante la Guerra Civil. Pocas semanas después de que el ejército alemán invadiera la Unión Soviética, la División Azul emprendió camino hacia Rusia. Además de combatientes voluntarios, el 21 de agosto de 1941 la Deutsche Arbeitsfront ("Frente de trabajo alemán") y la Delegación Nacional de Sindicatos llegaron a un acuerdo para enviar cien mil trabajadores españoles a Alemania. Una vez que la primera remesa de siete mil llegó y empezó a enviar informes sobre las condiciones imperantes, se hizo más difícil para la Falange encontrar nuevos voluntarios.
Estas descripciones de los diversos aspectos de la violencia que el régimen de Franco infligió a los vencidos tocan también el asunto de la oposición. En el volumen coordinado por Julián Casanova, el capítulo de Francisco Moreno Gómez viene a resumir las conclusiones de su ya clásico La resistencia armada contra Franco. Tragedia del maquis y la guerrilla (Crítica, Barcelona, 2001). En él narra la historia de dos grupos antifranquistas que, por diversas aunque no inconexas razones, lograron evitar las peores consecuencias de las hostilidades y concentrarse en una sola tarea primordial, la lucha contra la dictadura. Estos dos grupos serían, el primero de 1939 a 1944 y el segundo de 1944 a 1951, el núcleo de las fuerzas de guerrilla antifranquistas. Se trataba de los huidos, republicanos desgajados de sus unidades durante la Guerra Civil que prefirieron echarse al monte a rendirse, y los maquis españoles, exiliados que jugaron un papel crucial en la resistencia francesa y que, con el colapso gradual de Alemania, empezaron a poner sus ojos en España.
A largo plazo, la guerrilla estaba destinada a fracasar. No obstante, durante unos años, de 1945 a 1948, supuso un notable motivo de irritación para el régimen. Parte de la táctica comunista era inflar la importancia de la guerrilla mediante la creación de una estructura nacional de ejércitos guerrilleros para cada región del país. La esperanza era minar los temores de la población civil y la creencia de las fuerzas represoras en la estabilidad del régimen. De hecho, las fuerzas empleadas en la lucha contra la guerrilla, principalmente la Guardia Civil pero también unidades regulares del ejército, de la Legión y de la policía española, los Regulares Indígenas, tenían la impresión de estar combatiendo contra decenas de miles de guerrilleros. Es difícil, teniendo en cuenta las exageraciones de ambos bandos, calcular el número exacto de hombres y mujeres que participaron en la guerrilla. Aunque en un tiempo se pensó en unos quince mil, algunos estudiosos han sugerido cifras tan bajas como los dos mil; con todo, Moreno Gómez señala de manera convincente que la cifra exacta se acerca más a siete mil. Moreno Gómez había alterado previamente nuestra percepción de la guerrilla al demostrar que el fenómeno ejerció un impacto mayor de lo supuesto previamente. Su detallada reconstrucción lo mismo de las operaciones guerrilleras que de la salvaje represión que despertaron sus actividades tiene el efecto de convertir la lectura en una experiencia apremiante. Moreno, como todos los demás autores reseñados, escribe con pasión y su pasión es la verdad. – Traducción de Jordi Doce