Vivir para contarla

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1. Las doy por ciertas, pero no encuentro la referencia exacta de un par de sentencias relacionadas con la obra de Gabriel Garcรญa Mรกrquez. Una es de Jorge Luis Borges, al comentar su aprecio por Cien aรฑos de soledad, que dijo al paso: “Aunque yo la hubiera dejado en cincuenta”. La frase no descalifica la novela del colombiano (como si se dijera que le sobran pรกginas) sino que califica al argentino como frecuentador dificultoso del gรฉnero novelรญstico, quien solรญa perderse en el laberinto de personajes y situaciones, y preferรญa por ello, como lector y artรญfice, las formas breves. De haberse enfrentado a un orbe narrativo como el de Aracataca/Macondo (lo que resulta impensable en un bibliotecario citadino, que se enterarรญa de ello sรณlo por mapas y enciclopedias), efectivamente Borges lo hubiera simplificado o cifrado al mรกximo hasta dejarlo “en cincuenta”.

El segundo eco es difuso, y viene de una entrevista a la madre de Garcรญa Mรกrquez, Luisa Santiaga, que reconocรญa en los libros de su hijo la historia familiar, alterada por la incapacidad de Gabito por referir las cosas de modo lineal y cierta manรญa, ademรกs, por modificar la realidad hasta volverla inverosรญmil. Lo sintetiza Garcรญa Mรกrquez, acaso, en el epรญgrafe de sus memorias: “La vida no es la que uno viviรณ, sino la que uno recuerda y cรณmo la recuerda para contarla”.

ร‰l mismo reconoce esas faltas desde niรฑo cuando dice, por ejemplo: “porque las cosas que contaba les parecรญan tan enormes que las creรญan mentiras, sin pensar que la mayorรญa eran ciertas de otro modo”. O: “mis relatos eran en gran parte episodios simples de la vida diaria, que yo hacรญa atractivos con detalles fantรกsticos para que los adultos me hicieran caso”. Y tambiรฉn, aunque de modo indirecto, cuando refiere su entusiasmo por Las mil y una noches: “Hasta que me atrevรญ a pensar que los prodigios que contaba Sherezada sucedรญan de veras en la vida cotidiana de su tiempo, y dejaron de suceder por la incredulidad y la cobardรญa realista de las generaciones siguientes”.

El comentario de Borges dibuja, por contraste, la exuberancia de un cuerpo narrativo; y la queja de Luisa Santiaga retrata un estilo: esas alteraciones (del tiempo, que zigzaguea, o del dato cierto, que se vuelve irreal sin perder su carga de realidad) son el realismo mรกgico.

 

2. Las memorias arrancan de un modo impetuoso. Con la peticiรณn de Luisa Santiaga a su hijo mayor, entonces un joven periodista que intentaba encontrar su rumbo en la escritura, de que la acompaรฑe a vender la casa de los abuelos en Aracataca, el lector emprende con ambos el camino del descubrimiento. Es un viaje a la semilla, a la raรญz; es, para el escritor, el darse cuenta que en esa memoria difusa, recuperada a fuerzas por el pedido de la madre, estaba la fuente original, el gran surtidor de las historias que habrรญa de contar por el resto de sus dรญas. Significativamente, su lectura de acompaรฑamiento es Luz de agosto, de William Faulkner.

Los demonios de la infancia se hacen presentes: las plantaciones de banano y los campamentos de la United Fruit Company, que eran casas de madera al estilo del viejo oeste norteamericano; los abuelos maternos, el coronel Nicolรกs Ricardo Mรกrquez Mejรญa (hacedor en la vejez de unos pescaditos de oro) y Tranquilina Iguarรกn, su esposa; el sitio exacto de la matanza de jornaleros, ocurrida en 1928, y que marcรณ el fin de una รฉpoca; o el portal de una finca bananera con el nombre de Macondo.

El efecto Proust, las magdalenas mojadas en te de tila que disparan la bรบsqueda del tiempo perdido, ocurre en Garcรญa Mรกrquez, a la edad de veintidรณs aรฑos (cuando realiza ese viaje con la madre), por la comida criolla: “Desde que probรฉ la sopa tuve la sensaciรณn de que todo un mundo adormecido despertaba en mi memoria. Sabores que habรญan sido mรญos en la niรฑez y que habรญa perdido desde que me fui del pueblo reaparecรญan intactos con cada cucharada y me apretaban el corazรณn”.

Los lectores mรกs fieles de Garcรญa Mรกrquez reconocerรกn en cada detalle de ese camino hacia la infancia pasajes de los libros; quienes lo han leรญdo con pausas estarรกn invitados a revisar, en la obra, lo que ha quedado de esa รฉpoca que el escritor/periodista investiga, como si รฉl mismo fuera el sujeto de su gran reportaje, invitados a ir, desde la infancia recuperada, a los tรญtulos que ese deslumbramiento autobiogrรกfico provocรณ, de Barranquilla a Aracataca o Cataca (donde ara es rรญo), hasta el cuarto en que empezรณ todo, cuando le dice doรฑa Luisa al joven Garcรญa Mรกrquez: “Aquรญ naciste tรบ”.

Es ahรญ donde ademรกs nace la escritura, que, como dirรญa Juliรกn Rรญos, es criatura.

 

3. Como sucede con los conductores automovilรญsticos, con los escritores no hay edad para el retiro. Uno puede seguir manejando su coche hasta los noventa o cien aรฑos. Segรบn mis indagaciones, los reglamentos de trรกnsito no tienen algรบn capรญtulo dedicado a ese aspecto. Garcรญa Mรกrquez cierra estas memorias, publicadas en 2002, con acontecimientos del aรฑo 1955, cuando publica La hojarasca, su primer libro; seguirรญan otro u otros volรบmenes, que la vida no le permitiรณ concluir. Entregรณ aรบn a la imprenta en 2004 un tรญtulo fallido, Memoria de mis putas tristes, en donde copia a Kawabata; ahรญ ya se pasa los altos, pues confunde los colores del semรกforo, y cuando quiere ir al frente mete reversa. Habrรก que valorar esa รฉpoca final. Yo dirรญa que su รบltima gran conducciรณn al volante fue Vivir para contarla.

 

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(ciudad de Mรฉxico, 1963) es editor y escritor, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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