Reformar el capitalismo, preservar la democracia

The crisis of democratic capitalism

Martin Wolf

Penguin Press

Nueva York, 2023, 496 pp.

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El debate sobre el orden socioeconómico y político dominante de la modernidad occidental –en sus formas de capitalismo de mercado y democracia liberal– no pierde actualidad. A los trabajos recientes de Branko Milanović, Thomas Piketty y James Robinson se une ahora el último libro de Martin Wolf, The crisis of democratic capitalism. El autor, voz autorizada del Financial Times, mezcla en las casi quinientas páginas de esta obra una buena dosis de memoria personal y familiar, diagnóstico profundo –con abundantes datos, tablas y cientos de referencias bibliográficas– y sobria prognosis. Logra con esos elementos una sugerente lectura híbrida –que mezcla teoría económica, historia política y psicología social– de los desafíos actuales.

Los retos de hoy en día, nos dice Wolf, son tan importantes como los de la primera mitad del siglo XX: cambios en los ejes de poder global, crisis económicas, guerras entre potencias, pandemias, colapso de las democracias e incremento del autoritarismo. Su tesis es que el éxito de nuestras sociedades depende de un delicado equilibrio, hoy roto, entre lo económico y lo político, lo individual y lo colectivo, lo nacional y lo global. La economía no brinda seguridad y prosperidad a grandes mayorías, hay pérdida de confianza en las élites políticas e intelectuales, crecen el populismo –de izquierda y de derecha–, el autoritarismo y la política de identidad. Se viraliza una pérdida de confianza en la noción de verdad que erosiona la posibilidad de un debate informado y racional entre los ciudadanos, el fundamento mismo de la democracia.

Su libro está dividido en cuatro apartados. El primero aborda, conceptual e históricamente, la relación entre política y economía con el foco puesto en el nexo entre democracia (liberal) y capitalismo (de mercado). El segundo examina la crisis de ambas formas de organización política y económica a partir del ascenso global, paralelo e interrelacionado, del capitalismo burocrático y predador y la política populista y despótica. La tercera parte analiza las reformas necesarias para alcanzar, en las condiciones actuales, economías más inclusivas y democracias más saludables. El último apartado aborda cómo el relanzamiento de una alianza de Estados capitalistas democráticos debe participar, de manera defensiva y proactiva, en el nuevo orden global en reconfiguración. En las conclusiones, remarcando lo expuesto a lo largo de la obra, Wolf destaca la responsabilidad de las élites económicas, políticas e intelectuales para preservar al capitalismo democrático, frente a las “alternativas” plutocráticas y despóticas.

La democracia liberal y el capitalismo global –triunfantes hace tres décadas frente al modelo leninista de partido único y economía de comando– han perdido legitimidad. El “capitalismo democrático”, síntesis inestable de ambos sistemas, está en crisis. Aunque sigue siendo históricamente el sistema político y económico más exitoso –en términos de su capacidad para generar de modo combinado prosperidad, seguridad y libertad–, debe hoy redefinir y reequilibrar sus lazos internos entre economía de mercado y política democrática. El conflicto potencial entre estos dos ámbitos, recuerda el autor, es evidente: la política democrática, basada en la idea igualitaria de “una persona, un voto”, tiene base nacional; la economía de mercado, sustentada en la idea desigual de que los competidores exitosos cosechan las recompensas, opera a escala global.

Por democracia, Wolf refiere a su forma liberal con elecciones libres y justas, la participación activa de los ciudadanos, la protección igualitaria de los derechos humanos y la vigencia de un Estado de derecho, elementos todos necesarios en su combinación. Por capitalismo define a una economía de mercados, competencia, iniciativa y propiedad privada. El tamaño, el alcance y la naturaleza del gobierno, con respecto a la intervención regulatoria, los impuestos y el gasto, varían entre los países.

A diferencia de las sociedades jerárquicas de la antigüedad, en las que la riqueza y el poder eran dos caras de una misma moneda, el capitalismo democrático exige la separación –siempre relativa y contingente– del poder y la riqueza, de la política y la economía. En una economía de mercado no competitiva –“capitalismo de amigos” o “capitalismo de conexiones”– el acceso a la riqueza proviene primordialmente de las conexiones personales y el sistema político se explota para el beneficio particular de los poderosos y sus familiares, favoritos y partidarios. Si la riqueza compra el cargo o el apoyo de quienes ocupan el cargo, el sistema político será una plutocracia, donde los oligarcas destruirán la economía de mercado competitiva.

Un grado de separación entre los sistemas económicos y los políticos y su protección mutua a través de instituciones independientes, normas aceptadas y reglas vinculantes es una condición necesaria para que cualquiera de los sistemas funcione de forma correcta. Por lo tanto, estos dos socios en el matrimonio del capitalismo con la democracia se necesitan uno al otro. Pero también deben permitirse una existencia independiente. Es este frágil equilibrio el que debe mantenerse para que cualquiera de los dos prospere y su fusión, el capitalismo democrático, sobreviva. Si el autoritarismo de algún tipo reemplazara a la democracia liberal, sería poco probable que el capitalismo de mercado competitivo sobreviviera. Una forma corrupta de neopatrimonialismo sería mucho más probable.

El delicado equilibrio entre la política y el mercado puede ser, según el autor, destruido tanto por el hipercontrol estatal sobre la economía como por la captura capitalista del Estado. La forma extrema de control estatal sobre la economía es el socialismo estatista –llevado a cabo un siglo atrás por la Revolución bolchevique y reeditado por sus discípulos en diversos rincones del globo– que Wolf define como un sistema donde la política autoritaria somete a la esfera mercantil y en el que el Estado posee y el gobierno controla los principales medios de producción. Este sometimiento estatal de la economía se traduce, por otro lado, en la captura plutocrática del Estado bajo una forma de capitalismo depredador que genera enormes desigualdades de ingresos y riqueza mientras fusiona poder económico y político, bajo el control del primero.

El autor enfatiza que el Estado de derecho es un pilar esencial y compartido de la democracia y el capitalismo, en tanto protege libertades esenciales para ambos. Si bien tales libertades no son absolutas, pues deben estar acotadas por límites legales e institucionales, las personas deben poseer derechos que las protejan de la coerción arbitraria de los gobernantes y la coacción ambiciosa de los empresarios. La idea de igualdad de estatus, indica Wolf, es crucial aquí y aproxima la democracia con el capitalismo. En una democracia, todo el mundo tiene derecho a tener voz en los asuntos públicos. En un mercado libre, todos tienen derecho a concurrir ofreciendo o adquiriendo algo. Además, prosigue el autor, tanto la democracia liberal como el capitalismo de mercado comparten un valor fundamental: la creencia en el valor y la legitimidad de la agencia humana.

Sin embargo, recuerda Wolf, el matrimonio entre estos opuestos complementarios –la búsqueda de mercados competitivos para la toma de decisiones colectiva de la democracia– es siempre un arreglo contingente, frágil. La viabilidad del capitalismo democrático también depende de la presencia de ciertas virtudes en la población en general y especialmente en las élites. Ni la política ni la economía funcionarán sin un grado sustancial de honestidad, confiabilidad, autocontrol, veracidad y lealtad compartidas a las instituciones políticas, legales y de otro tipo. En ausencia de estas virtudes, un ciclo de desconfianza corroerá las relaciones sociales, políticas y económicas.

Lejos de lo que uno esperaría de un especialista del orden financiero global, Wolf pone en el centro de su reflexión el rol y la integralidad de la ciudadanía. La lealtad a la comunidad política es una condición necesaria para la salud de cualquier sistema político y económico democrático. Cierto sentido de identidad, de pertenencia mutua, que da forma a un demos, debe combinarse con la preocupación de los Estados democráticos por garantizar –sin sesgos de raza, etnia, religión o género– la igualdad de trato, acceso y el bienestar de sus ciudadanos. Para ello, enfatiza, todos los ciudadanos deberían tener la posibilidad razonable de adquirir una educación que les permita participar de la manera más plena posible en la vida de una economía moderna altamente calificada. También deben tener la seguridad jurídica necesaria para prosperar y las protecciones necesarias para estar libres de abuso físico y mental.

Una dimensión de solidaridad colectiva resulta clave para ese empeño. La política debe tratar de crear y mantener una clase media vigorosa, al tiempo que garantiza una red de seguridad para todos. Todos los ciudadanos deberían poder cooperar con otros trabajadores para proteger sus derechos colectivos; todos –especialmente los exitosos dueños de corporaciones– deben esperar pagar impuestos suficientes para sostener la sociedad que hizo posible su existencia.

A contrapelo de otras obras de similar tema y perspectiva, Wolf no propone un regodeo nostálgico en el pasado. Reconoce que es imposible volver a la década de 1960, bajo un mundo de industrialización masiva, con claras jerarquías y exclusiones étnicas, raciales y de género, donde los países occidentales todavía dominaban el mundo. Enfatiza que actualmente, con el cambio climático, el ascenso de China y la transformación del trabajo a partir de la tecnología de la información, los desafíos son diferentes. La necesidad de reformar la relación entre la política democrática y la economía de mercado está hoy impulsada por imperativos endógenos y por el ascenso global de la autocracia y el capitalismo burocrático.

Los seres humanos, recuerda el autor, deben y pueden actuar, tanto colectiva como individualmente, para reformar las instituciones que proveen a sus comunidades la seguridad, el bienestar y la libertad necesarios. Actuar juntos, dentro de una democracia, significa actuar y pensar como ciudadanos, por las generaciones presentes y futuras. Como señala Wolf, vivimos un momento donde confluyen la expansión del temor y la fragilidad de nuestra esperanza, donde solo el reconocimiento de los peligros (políticos, ambientales, tecnológicos) que enfrentamos y la lucha por superarlos puede convertir nuestra esperanza en realidad. El precio del fracaso, al igual que en otros momentos de la historia reciente de la humanidad, sería otro eclipse de la luz de la libertad y la justicia, colectiva y personal, a escala global. ~

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es politólogo e historiador, especializado en estudio de la democracia y los autoritarismos en Latinoamérica y Rusia.


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