Erika Pani
Para pertenecer a la gran familia mexicana: procesos de naturalizaciรณn en el siglo XIX
Mรฉxico, El Colegio de Mรฉxico, 2015, 204 pp.
La imagen de Mรฉxico como paรญs de asilo se reitera en las visiones histรณricas predominantes. Los mรญticos refugios de revolucionarios y comunistas latinoamericanos entre los aรฑos veinte y cincuenta, el exilio de Leรณn Trotski, la solidaridad del gobierno de Lรกzaro Cรกrdenas con la Repรบblica espaรฑola, la gestiรณn de Gilberto Bosques en el consulado de Marsella a favor de los transterrados republicanos o la recepciรณn de la emigraciรณn sudamericana y centroamericana, que huรญa de las dictaduras militares y las guerras civiles, en los aรฑos sesenta, setenta y ochenta, han afincado esa percepciรณn de Mรฉxico como paรญs con una polรญtica migratoria flexible o abierta. Bien pensado el asunto, sin embargo, aquella polรญtica de asilo parece haber sido mรกs una sucesiรณn de coyunturas, determinadas por el acomodo del rรฉgimen migratorio a la diplomacia ideolรณgica de la Revoluciรณn mexicana o del Estado posrevolucionario, que la evidencia de una legislaciรณn abierta al extranjero.
Estudios recientes como los de Pablo Yankelevich y Daniela Gleizer cuentan la otra cara de la historia: frecuentes aplicaciones del artรญculo 33, tonos xenofรณbicos en el nacionalismo revolucionario, mรบltiples trabas al asentamiento de comunidades forรกneas. No hay una explicaciรณn simple para ese contraste entre polรญticas de asilo coyunturales y una estructura migratoria cerrada o poco flexible. Pero algo de la explicaciรณn tal vez se encuentre en la tradiciรณn jurรญdica y polรญtica de las leyes e instituciones migratorias, en el proceso de naturalizaciรณn de extranjeros y en la propia concepciรณn de la ciudadanรญa mexicana, heredados del siglo XIX. El libro mรกs reciente de la historiadora Erika Pani describe aquella nociรณn rรญgida de la frontera entre nacionalidad y extranjerรญa en el Mรฉxico decimonรณnico.
Comienza Pani llamando la atenciรณn sobre el reducido flujo migratorio hacia Mรฉxico, entre 1820 y 1910, si se compara con otras experiencias americanas como Estados Unidos o Argentina. En todo el siglo XIX los extranjeros en Mรฉxico nunca alcanzaron el 1% de la poblaciรณn, como consecuencia de una timorata polรญtica de colonizaciรณn, que reprodujo trabas religiosas, morales y รฉtnicas al proceso de naturalizaciรณn. Pani reconstruye la legislaciรณn migratoria republicana, entre la primera ley de 1828 y la mรกs acorde al canon liberal, redactada por Ignacio L. Vallarta en 1886, y reseรฑa exhaustivamente la multiplicidad de obstรกculos jurรญdicos y burocrรกticos que se interponรญan a la concesiรณn de derechos de ciudadanรญa a los extranjeros. Para principios del siglo XX, menos del 10% de aquella minorรญa de extranjeros habรญa completado el proceso de naturalizaciรณn.
La apuesta por el ius sanguinis, en detrimento del ius soli, que en la ley Vallarta sobreviviรณ a la interdicciรณn de otra religiรณn que no fuera la catรณlica, superada en 1857, dejรณ una huella profunda en la tradiciรณn constitucional mexicana hasta 1917. Las crรญticas que adelantaron algunos eminentes observadores como el liberal argentino Juan Bautista Alberdi –quien en sus Bases y puntos de partida (1852) habรญa cuestionado los “temores hacia el extranjero” del nacionalismo mexicano– no persuadieron a los constitucionalistas de la Reforma, la Repรบblica Restaurada y el Porfiriato de las ventajas de abrirse al ius soli y a una estrategia de naturalizaciรณn mรกs abierta.
En sus pesquisas en el ramo de pasaportes del Archivo General de la Naciรณn, Erika Pani constata que hasta 1857 la aplicaciรณn de restricciones religiosas para el asentamiento y naturalizaciรณn de extranjeros fue severa. Pocos aรฑos antes de las leyes de Reforma, a mineros ingleses como Richard Blackuel les era denegada la ciudadanรญa por falta de fe de bautizo en su expediente y hasta presbรญteros, como el polaco Estanislao Rogoski, tuvieron que someterse a una investigaciรณn en fuentes vaticanas, que exigรญa la Iglesia local para aceptarlo como nacional.
El tortuoso camino hacia la ciudadanรญa mexicana, descrito por Erika Pani, se enredaba aรบn mรกs cuando el extranjero era asumido como perteneciente a razas “inferiores” o ajenas a la composiciรณn รฉtnica predominante en Mรฉxico. Los afrodescendientes, los chinos y los judรญos de Europa del Este debieron superar mayores obstรกculos que otros inmigrantes. La reconstrucciรณn de la identidad, de la historia personal e incluso del nombre y el apellido formรณ parte de esa estrategia de integraciรณn. En las solicitudes de naturalizaciรณn que presentaban a las autoridades migratorias, los extranjeros se proyectaban como ciudadanos aculturados o plenamente asimilados a las tradiciones y costumbres mexicanas, lo cual implicaba, en muchos casos, la conversiรณn religiosa al catolicismo. El extranjero aprendรญa a valerse de la mentalidad xenรณfoba para acelerar su incorporaciรณn a la nueva nacionalidad.
3,845 mexicanos por naturalizaciรณn entre 1828 y 1917 es una cifra exangรผe, pero aun asรญ, en casi un siglo de inmigraciรณn los naturalizados crecieron moderadamente aรฑo con aรฑo. Si antes de 1871 raras veces llegaban a mรกs de cincuenta naturalizados al aรฑo, poco antes del estallido de la Revoluciรณn, en 1910, rebasaban los cien anuales. Aunque en el Porfiriato tardรญo se observa una tendencia al incremento de las naturalizaciones, nunca se llegรณ al tope que alcanzรณ en 1843, como consecuencia de un decreto de ese aรฑo que prohibรญa a los extranjeros el comercio al menudeo y que provocรณ que cientos de ellos decidieran nacionalizarse. El aumento de las naturalizaciones en el Porfiriato tuvo que ver con una toma de conciencia sobre la materia, dentro de la burocracia migratoria y diplomรกtica, como se expone en el ensayo Nacionales por naturalizaciรณn (1903) del exjefe de despacho del canciller Ignacio Mariscal, Carlos Amรฉrico Lera, un cubano naturalizado, partidario de la anexiรณn de la isla a Mรฉxico, que llegarรญa a ser cรณnsul en Japรณn.
La apariciรณn de este libro de Erika Pani es saludable en un campo historiogrรกfico que, en las รบltimas dรฉcadas, ha cargado el รฉnfasis sobre la dimensiรณn simbรณlica o imaginaria de la naciรณn. Si bien la conocida tesis de Benedict Anderson, sobre las identidades nacionales como “comunidades imaginadas”, es correcta, en la dimensiรณn propiamente jurรญdica del Estado nacional se manifiestan la exclusiรณn y la xenofobia como mecanismos de construcciรณn de una ciudadanรญa republicana. La historia parece haber dado la razรณn a Juan Bautista Alberdi y hoy esa concepciรณn restrictiva de la naturalizaciรณn de extranjeros y de la incorporaciรณn plena de los inmigrantes a la vida pรบblica mexicana se perfila como una de las mayores limitaciones del liberalismo en el siglo XIX y del nacionalismo revolucionario en el XX. ~
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crรญtico literario.