El éxito literario le llegó tarde a Andrea Camilleri (Sicilia, 1925-Roma, 2019), pero qué más da cuando consigues que tus novelas, aunque ambientadas en Sicilia, se conviertan en universales y tu protagonista, el comisario Salvo Montalbano, en uno de esos personajes irrepetibles y anclados para siempre en la memoria del lector. Tenía ya casi 70 años cuando publicó La forma del agua (1994), el primer libro en el que habitó este singular comisario, excelente gastrónomo y mejor investigador, capaz de cazar a cualquier criminal con deliciosas ideas que siempre aparecían en las últimas páginas de las novelas. Desde entonces, escribió otros 110 libros, entre los que se incluyen los de esta saga, pero también otras novelas históricas, contemporáneas y libros de memorias. La palabra prolífico se queda corta. La bombilla ultralúcida de este escritor, empedernido fumador, comunista de carnet, se apagó cuando aún estaba en el campo de batalla.
A Camilleri se le demoraron los aplausos, pero no era ningún desconocido en la esfera cultural italiana. Antes de Montalbano había sido director de montajes teatrales de autores como Pirandello, Ionesco o Beckett para la RAI, en televisión y radio, de los años 50 y 60. Tiempos en los que la televisión pública aún daba cabida al teatro, conciertos y debates, mucho antes de ser berlusconizada bajo el estilo Mediaset. La primera novela de su famoso comisario la escribió casi por casualidad –y no fue aceptada de inmediato por las editoriales– porque él tampoco deseaba elaborar una novela negra al uso. Pero tuvo un éxito enorme. Y entonces llegó la segunda, El perro de terracota, y la tercera, El ladrón de meriendas. Y hasta hoy. Casi 25 años de convivencia entre el personaje y el escritor.
“Camilleri lo que hizo fue reflejar con estas novelas un mundo romántico mediterráneo muy pintoresco. Y en ellas de lo que hablaba era de las pasiones humanas. No se consideraba un autor de novela negra, y como comentó una vez un policía en un congreso sobre el escritor, los métodos de Montalbano no tienen nada que ver con los que usa la policía de verdad”, comenta Carlos Mayor, que ha traducido diez de sus libros al español. De hecho, la muerte del escritor le ha pillado trabajando en una de sus novelas, que trata la llegada de los barcos de inmigrantes a las costas sicilianas. “Los asesinatos nunca son lo más relevante. Él de lo que te sabe hablar es de los dramas humanos en ese entorno de Sicilia, y por eso recrea la comida tradicional siciliana, la mentalidad siciliana con las diferencias entre la gente mayor y la gente joven, entre el campo y la ciudad. Y todo siempre a través del diálogo, que es lo que mejor manejaba al venir del mundo del teatro”, añade Mayor.
El lenguaje tan propio del escritor es una de sus más famosas características. Y todo un quebradero de cabeza para los traductores. Para muchos italianos, Camilleri inventó el camilleriano, aunque él lo llamaba vigatés, en alusión al pueblo de Vigàta, que él imaginó. Sin embargo es un trasunto de Porto Empedocle, donde nació, a escasos kilómetros de Agrigento, en el sur siciliano, una ciudad que convive con el espectacular Valle de los Templos de la época romana.
“Mucha gente aborda este lenguaje como si fuera una invención suya, cuando en realidad es un ejercicio de memoria. Camilleri tenía una memoria y una atención al detalle prodigiosos. Lo que hace es recrear las cosas que conserva su memoria de cuando era pequeño, ya que hace 70 años que se fue de Sicilia”, comenta Mayor, que trabaja en las traducciones con dos diccionarios de italiano del siglo XIX, “y es ahí donde encuentro la mayoría de los términos”. Pero tampoco es sencillo. “Hay dos grandes dificultades, por un lado la oralidad, ya que él reproduce el lenguaje hablado. Es muy poco descriptivo y si ya ha descrito a un personaje, él no va a insistir. Y por otro lado, con la serie de Montalbano, el problema es la serialidad. Tienes que tener un respeto a esos personajes y al lector que los conoce y que no puede sentirse traicionado si haces un cambio a medio camino”, explica el traductor.
En esos diálogos anidan personajes como el desquiciante Catarella, el lugarteniente y fiel Fazio, el mujeriego Mimi Augello, Livia, su novia con la que no llega a convivir nunca, pese a llevar más de treinta años de relación, el sarcástico forense Pasquano o el periodista Nicolo Zito, de la televisión local Retelibera –la crítica a la televisión más sensacionalista y menos informativa, quizá porque la conocía bien, suele estar bastante presente en sus novelas–. “Todos los personajes están muy bien dibujados, y tienen características propias que hay que saber reproducir, y además, según con quién hablen tienen un tipo de lenguaje diferente. Por eso, en apariencia sus libros pueden resultar muy accesibles, pero una vez que te metes son muy complejos porque están muy bien armados”, sostiene Mayor.
El escritor siciliano militó en el Partido Comunista Italiano en su juventud, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Los asuntos políticos han sido parte argumental de sus novelas, con sus tejemanejes y corruptelas. En definitiva, esa manera tan loca que tiene Italia de abordar la política. En 2015 escribió un pequeño relato titulado “El homenaje”, que es también una especie de obra de teatro de cariz Pirandelliano, ambientada en 1940, en el que hablaba con ironía del revisionismo en su país, pero trasladable a cualquier parte. En Mujeres, escrito también en los últimos años, recordaba a aquellas que pasaron por su vida como un reconocimiento por lo que hicieron, desde las jóvenes que vivieron la guerra a las que le acompañaron en el mundo de la literatura. Por supuesto, entre las temáticas no falta la de la mafia, si bien de una forma soterrada. Siempre está en las novelas policiacas como un trasfondo con las luchas entre las dos principales familias mafiosas de la zona. “Pero no quería destacarlo mucho, quizá para no caer en la novela típica sobre la mafia”, cuenta el traductor.
Y así como hablaba a través de las novelas, también lo hacía en el debate público. Camilleri, a sus más de noventa años, nunca dejó de dar su opinión. “Estaba muy presente y en estos tiempos tan polarizados en Italia se granjeó muchos enemigos. De hecho, cuando fue ingresado hubo una campaña en su contra deseándole lo peor por parte de seguidores de Salvini”, señala Mayor, que recuerda cómo en Italia el director de los seminarios sobre el escritor solía decir que allí existían dos poderes, uno el religioso, representado por el Papa, y otro, Camilleri, “a quien se podía recurrir como autoridad moral laica. Quizá suena exagerado, pero es indicativo de su presencia en la vida pública de y lo muchísimo que le quería también la gente”.
Por eso quizá en la última etapa de su vida lo que más le preocupaba, aunque en buena parte siempre había sido así, era el ejercicio de la memoria. El próximo libro, que saldrá al mercado español tras el verano, y que es uno de los últimos que Camilleri escribió, es una carta a su bisnieta Matilde en la que le cuenta que, como va a morir, le quiere dejar escrito cómo fue el ascenso del fascismo de Mussolini en Italia, cómo fue su reacción, cómo se vivía entonces en Porto Empedocle y cómo fue su vida. No es lo único que ha querido dejar cerrado. El escritor tenía ya también pensado el final de Montalbano y lo escribió en la novela Riccardino, que verá la luz en Italia próximamente. Será el último caso de un comisario creado por uno de los grandes intelectuales progresistas italianos en una época en la que se echan en falta.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.