Ilustración: Letras Libres

La desaparición de la literatura

"Descolonizar", en los nuevos libros de texto, es hacer tabula rasa de los clásicos de la literatura, alejando a los niños de las obras que podrían estimular el apetito de unos pocos aventureros.
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No soy el primero en señalar que entre las muchas falencias y aberraciones de los nuevos libros de texto que la llamada 4T pretende hacer circular está la desaparición, en sus contenidos, de la gran literatura. Adrede escribo “gran”, porque una de las características de los novatores de nuestro tiempo instruidos por las variadas escuelas del Resentimiento es el desprecio a una tradición literaria inmemorial que asocian a un supuesto Occidente colonizador, patriarcal y racista, el cual, desde los tiempos de Homero y Jenofonte (cuya obra, para dar un ejemplo, prueba que la frontera entre razas y religiones, entre griegos y persas, entre naturales y extranjeros, siempre fue muy móvil) se empeñaría –nos dicen– en imponer la “blanquidad” y su corolario de esclavitudes. Que los promotores de un despropósito semejante, en su versión mexicana, lleven Marx de nombre propio y escriban (aunque muy mal) en una lengua neolatina, sería cosa menor si el objetivo no fuera el alma cautiva de millones de niñas y niños, los cuales, en un país sin lectores, serán alejados, aún más irremediablemente de lo que ya están, de los clásicos antiguos, modernos y contemporáneos, lo mismo los nacionales que los extranjeros.

Descolonizar, se entiende, para los comisarios en el poder, es hacer tabula rasa de los clásicos, alejando a los niños de las obras, aun fuesen un puñado de páginas selectas e introductorias para estimular el apetito de unos pocos aventureros. Nada de La República, El sueño de una noche de verano, El avaro, El Quijote, Frankestein, Fortunata y Jacinta, La muerte de Iván Ilich, Los tigres de la Malasia, Juan de Mairena, El Aleph, El llano en llamas, El viejo y el mar, Siddhartha, La semana de colores, Hojas de hierba, Balún Canan, Crónicas marcianas,ni de versos de Sor Juana, de Nervo, de Poe, de Verlaine, de Alfonsina Storni, de Lugones, de Villaurrutia, de Pellicer, de Paz, de Pacheco y de tantos poetas vivos a los que deberíamos introducir a los niños. Eso sí, algunos de quienes diseñaron los LDT tuvieron la humorada de “autoantologarse” o de mencionar a autores de última fila (todos los intelectuales de la autoproclamada 4T se hacinan allí) solo por ser amiguetes del gobierno en turno. Pero indigna (y eso es lo que importa) que la tradición literaria, en su origen y en su vitalidad, haya sido sustituida por los “múltiples lenguajes”, otro eufemismo para nombrar el vacío.

Muchos de los grandes escritores, de tantas latitudes, que he mencionado aparecían en los anteriores libros de la reforma educativa de 2012-2013, cuyos LDT hoy se pretende descontinuar. Ello debe decirse para desbaratar la principal falacia de quienes defendieron o defienden al régimen: sea cual sea el saldo del sexenio por terminar, el diagnóstico, en 2006 o en 2018, era el correcto. Esa es la eterna palinodia de los amigos de la Revolución rusa: importa la sustancia, no el accidente. No, la sustancia estaba corrompida desde el principio y una reforma educativa que puso a leer a los niños a Cervantes, Mary Shelley, Tolstói, Wilde, Martí, Rosario Castellanos o García Márquez debe ser defendida como una de las virtudes de la democracia que nacía en México durante las dos primeras décadas del siglo. Si la esencia está en el relato, haber diagnosticado que el dizque Antiguo Régimen fue la edad de las tinieblas es la mentira fundadora. Dan ganas de llorar y de reír leyendo a algunos de los arrepentidos del día, cuando aseguran que la visión del autócrata era preclara pero, como siempre les sucede a quienes creen que la historia tiene libreto, el diablo metió la pata.

Atrás del comunitarismo posmoderno (es decir, antimoderno, como dice un amigo) de los LDT se esconde una viejísima idea: la literatura es obra anónima de los pueblos, obsesión anticanónica que es una verdad a medias –lo sabe quien haya leído bien a Herder– porque la literatura no hubiera sido trasmitida sin los rapsodas, cuya asombrosa individualidad estudió Platón. Se trata de “deconstruir” toda idea de genio estimulado por la lectura creativa, de impedir la distinguida soledad que ha caracterizado a los creadores irrepetibles –en la literatura y en el resto de las artes– por encima de esa masa informe con la que sueñan –admiradores de Corea del Norte, la inverosímil dictadura que generosamente adiestró aquellos jóvenes matarifes de la guerrilla hoy endiosados en los LDT– los comisarios en el poder.

Nada tan desagradable para los regímenes populistas como el que hoy impera en México que estimular al artista para que intente, apenas munido por el Estado de lo esencial, cumplir con su legítima ansiedad de absoluto, porque no otra cosa, del todo antidemocrática, es lograr una obra de arte. Nadie regala o fabrica talento, pero cuando se persiguen las aspiraciones sociales como forma suprema del egoísmo –así lo hemos oído decir desde Palacio Nacional– es natural que se prive a los niños de la lectura de los clásicos. Que ello se esparza desde el que fue despacho de José Vasconcelos revela que el propósito es destruir casi todo aquello que civilizó a México tras la Revolución mexicana. Desde hace rato, la llamada 4T dejó de ser solo una mutación genética del viejo PRI para convertirse en un proyecto, a medio hacer, contrahecho, pero en marcha al fin, de imponer, desde la escuela primaria, una peligrosa ensoñación totalitaria, como lo muestran los LDT. Que estén siendo rechazados por miles de estudiantes, maestros y padres de familia, detenidos en su circulación por los jueces y por gobiernos estatales ajenos al partido oficial, muestra que no les será fácil enfrentarse con el extendido liberalismo que profesan, con conocimiento de causa o por natural intuición, al menos la mitad de los mexicanos, que sí, si tienen ideología: son verdaderos liberales. El temperamento liberal no teme la discusión de las novedades, aun de aquellas que, como es frecuente, lo ponen en predicamento. Pero también es clásico y es canónico. Por ello los niños, cuando termine el costoso desvarío populista, volverán a leer a nuestros grandes escritores y la auténtica literatura regresará a las aulas. ~

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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