El libro que Borges nunca dejó de reescribir

Se cumple un siglo desde la aparición de Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Jorge Luis Borges, del cual nunca se apartó. Su larga historia de ediciones modificadas, aumentadas o disminuidas es muestra de ello.
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Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Jorge Luis Borges, cumple un siglo en este 2023, y desde comienzos de año se vienen realizando homenajes y celebraciones. Es ahora, no obstante, a mediados de julio, cuando se cumple un siglo exacto desde que aquella edición princeps de 300 ejemplares saliera de la Imprenta Serantes, de Buenos Aires. Comenzaba así un largo camino: no solo el de la obra total de uno de los escritores fundamentales del siglo XX, sino también el del propio Fervor de Buenos Aires, un libro que Borges no dejó de modificar y reescribir a lo largo de toda su vida.

Ese primer libro “fue producido con un espíritu un tanto juvenil”, dice Borges en su Autobiografía, un texto de 1970. “Fue impreso en cinco días –agrega–; hubo que hacerlo con urgencia porque teníamos que volver a Europa, donde mi padre quería volver a consultar a su oculista de Ginebra”. Los Borges se embarcaron rumbo a Europa el 21 de julio de 1923: de ahí se deduce que Fervor apareció a mediados de ese mes (y no a principios de ese año, como cree recordar el propio autor casi cinco décadas después).

Si hay que deducir la fecha de publicación es porque no está impresa en el libro. Tampoco hay un índice. No hubo corrección de pruebas. A último momento quedaron fuera cinco poemas. Ni siquiera están numeradas las páginas. La causa de estas desprolijidades fue –además de la prisa– la ausencia de un editor: fue una edición de autor, una práctica que no era infrecuente en esos años, unos lustros antes de que Buenos Aires se convirtiera en la capital del mundo editorial hispanohablante. Un poco por eso Borges señala en su Autobiografía que “en aquellos tiempos publicar un libro era una especie de aventura privada”.

Los versos de Fervor de Buenos Aires fueron escritos entre 1921 y 1922, cuando Borges era uno de los principales representantes del ultraísmo, un movimiento literario de vanguardia que básicamente proponía despojar los textos de todo lo que no fuese esencial y “reducir la lírica a su elemento primordial: la metáfora”. Sin embargo, los cuarenta y seis poemas que componen ese primer libro se ciñen bastante poco a esos preceptos: recurren a cierto barroquismo para hablar de las calles, los patios y los atardeceres de la ciudad.

Citemos, como ejemplo, la primera estrofa del poema “Atardecer”, incluido en esa primera edición:

Toda la charra multitud de un poniente
alborota la calle
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar
La límpida arboleda
que serena i bendice mi vagancia
se olvida del paisaje
i acalla el barullero resplandor de sus ramas
La tarde maniatada
sólo clama su queja en el ocaso
La mano jironada de un mendigo
esfuerza la congoja de la tarde

Es célebre el hecho de que Borges regaló la mayoría de los ejemplares de esa primera edición. Muchos de ellos, a través de un método curioso: le pidió a uno de los directores de una revista que dejara ejemplares en los bolsillos de los sobretodos de los periodistas, que quedaban colgados en el guardarropas. “Cuando regresé después de un año de ausencia, descubrí que algunos de los habitantes de los sobretodos habían leído mis poemas e incluso escrito acerca de ellos. De esa manera me gané una modesta reputación de poeta”, contó el autor muchos años después.

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En la década del veinte Borges publica otros dos libros de poesía: Luna de enfrente, de 1925, y Cuaderno San Martín, de 1929. Y no volverá a publicar un libro de poesía hasta tres décadas después. Pero eso no quiere decir que en ese lapso descuide su obra poética. En 1943, veinte años después de Fervor, la editorial Losada reedita sus versos por primera vez, en un volumen titulado Poemas (1922-1943), el cual incluye sus tres libros de poesía y unos cuantos poemas más, publicados en revistas en los años treinta y comienzos de los cuarenta.

En ese momento –cuando Borges ya es un consolidado narrador y ha publicado algunos de sus cuentos más importantes, como “Las ruinas circulares”, “La Biblioteca de Babel”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y “Pierre Menard, autor del Quijote”– comienza el trabajo de reescritura de sus propios poemas.

La versión de Fervor de Buenos Aires de 1943 introduce varias modificaciones: Borges elimina algunos versos, añade otros, modifica títulos, agrega una sección de “Notas” y reduce el prólogo original, de 774 palabras, a un párrafo compuesto por las siguientes cuarenta y tres:

Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor.

Empieza así una historia de ediciones modificadas y aumentadas del libro, aunque en realidad –como apunta el crítico Sebastián Hernáiz en un artículo de 2015– sería más correcto decir que son ediciones modificadas, aumentadas y a la vez disminuidas, pues en cada versión es más lo que Borges recorta que lo que añade. De ese modo, cada edición se alejará un poco más de la original.

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Otra década más tarde, en 1953, Borges entabla relación con la editorial Emecé, que será desde entonces –y hasta el final de la vida del autor– la responsable de publicar sus obras. En los años siguientes, las reediciones de Fervor se sucedieron, casi siempre en compilaciones: Poemas (1923-1953), publicada en 1954; Poemas (1923-1958), de 1958; Obra poética (1923-1964), de 1964; Obra poética (1923-1967), de 1969. Este último año es importante en la historia de las reencarnaciones del libro por dos razones.

La primera es que Fervor de Buenos Aires vuelve a aparecer en un volumen independiente del resto de la obra poética, algo que no había sucedido desde la edición princeps de 1923. La segunda, que el autor añade un nuevo prólogo, el que acompaña todas las reediciones posteriores. Un prólogo que comienza con estas palabras: “No he reescrito el libro. He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades…” Es decir, admite que ha reescrito el libro.

Habrá aún dos versiones más en vida de Borges, también aumentadas, modificadas y disminuidas: una en 1974, incluida en la primera edición de las Obras completas, y otra en 1977, en un nuevo compendio titulado Obra poética (1923-1976). A estas alturas, más de cinco décadas después de su aparición, Fervor de Buenos Aires ha perdido 40% de sus versos originales y, de los conservados, casi la mitad han sido modificados de manera sustancial. Se han borrado poemas completos y se han incluido otros muy posteriores, como uno que aparece en 1969 y se titula –no sin cierta ironía– “Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922”.

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“Lo radicalmente llamativo de la historia de la edición de Fervor de Buenos Aires es que, en cada una de las instancias de nueva publicación del libro, el autor somete su poemario a una revisión que le permite modificarlo en cada ocasión como modo de adaptar el libro a sus vaivenes estético-ideológicos y como forma de intervenir de modo siempre actualizado en los distintos contextos político-culturales”. Así lo explica Sebastián Hernáiz en su citado artículo, incluido en el libro 100 años de fervor, publicado hace unos meses por el Ministerio de Cultura de la capital argentina.

La muerte de Borges –en junio de 1986– detiene de manera definitiva el flujo de las modificaciones y las reescrituras. Desde entonces, todas las reediciones respetan esa forma final, incluidas por supuesto las que este año celebran el centenario del libro, a cargo de la editorial Sudamericana, la actual responsable de la publicación de la obra borgeana. En estos meses, como hemos mencionado, se han sucedido los homenajes: desde la reedición de la primera poesía de Borges hasta un ciclo de conferencias en la Feria del Libro de Buenos Aires y en otros foros, así como la publicación de otros libros, como el ya citado 100 años de fervor.

Por suerte para los lectores más curiosos y obsesivos, para acceder a los versos originales de Fervor de Buenos Aires no hace falta dar con alguno de esos trescientos ejemplares primigenios confeccionados hace un siglo por la Imprenta Serantes y que hoy son carne de coleccionistas y se cotizan en miles de dólares (aunque seguro no tantos miles como los que se pagarán por el manuscrito original, si es que sale a la venta, como se anunció hace un par de meses). Los poemas eliminados en las versiones posteriores, los versos originales luego borrados o modificados y el texto completo del prólogo original se pueden leer en Textos recobrados (1919-1929), el primero de tres tomos de una colección publicada en 1997 que puso en circulación muchas páginas de Borges que nunca se habían publicado –o eran inhallables– en libro.

En el prólogo de 1969, Borges anota que “aquel muchacho” que escribió Fervor de Buenos Aires medio siglo antes ya era esencialmente “el señor que ahora se resigna o corrige”. En 1970, en su Autobiografía, señala que el libro “contenía demasiadas cosas”. “Sin embargo –apunta–, creo que nunca me he apartado de él. Tengo la sensación de que todo lo que escribí después no ha hecho más que desarrollar los temas presentados en sus páginas; siento que durante toda mi vida he estado reescribiendo ese único libro”.

Es cierto que Borges pasó toda su vida reescribiendo ese libro, aunque difícilmente podamos nosotros afirmar que toda su obra posterior sean reescrituras de ese único libro. Sabemos, sin embargo, que las sensaciones subjetivas de cada autor en relación con su propia obra son inefables. Para tener una idea de las transformaciones de Fervor de Buenos Aires, veamos cómo quedaron los versos citados arriba de un poema que hasta cambió de nombre (su título dejó de ser “Atardecer” para ser “Atardeceres”):

La clara muchedumbre de un poniente
ha exaltado la calle,
la calle abierta como un ancho sueño
hacia cualquier azar.
La límpida arboleda
pierde el último pájaro, el oro último.
La mano jironada de un mendigo
agrava la tristeza de la tarde.

Así, la estrofa pasó de doce a ocho versos, de 63 a 42 palabras, y perdió por el camino términos que hoy quizá suenan poco borgeanos, como charra, alborota, maniatada y barullero, y los nexos i que cuestionaban la ortografía. Así, el viejo Borges corrigió al joven, al otro, al muchacho que se decía ultraísta y que escribía versos cuando todavía no se había ganado ni siquiera una modesta reputación de poeta. ~

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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