Nadar de noche

Las novelas de Peter Rock pueden leerse como casos de estudio de la naturaleza humana, que destacan sobre el fondo de la vida estadounidense de las últimas décadas.
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Peter Rock (Salt Lake City, 1967) ya había publicado cuatro novelas y un libro de relatos breves cuando, en mayo de 2004, leyó la noticia de que un hombre y una niña habían sido hallados por la policía en un bosque de Portland. Llevaban cuatro años viviendo allí en lo que las autoridades describieron como “un refugio con paredes de madera cubierto con una lona” en el que encontraron “sacos de dormir, un tronco quemado, una pila de viejas enciclopedias, rastrillos y otras herramientas”. El padre, un hombre profundamente religioso de cincuenta y tres años que dijo que había servido en Vietnam, bajaba a la ciudad con su hija, de doce, un par de veces a la semana. Iban a la iglesia, retiraban el dinero de su pensión y compraban víveres y ropa en tiendas Goodwill. El hombre la estaba educando con ayuda de las enciclopedias y la niña estaba en buen estado de salud, de modo que las autoridades decidieron no separarlos. Los alojaron en una granja de caballos con la expectativa de que se reinsertaran en la sociedad y la niña se escolarizase, pero huyeron de la granja poco después. Nunca se volvió a saber de ellos. Las preguntas que el caso despertó en Rock –quiénes eran realmente, qué los había llevado a vivir en el bosque, cómo se las habían arreglado para pasar desapercibidos durante tanto tiempo; en especial, qué hace que tantas personas desaparezcan en Estados Unidos sin que nadie las eche de menos– continuaron, sin embargo, rondándolo mucho tiempo después de haber leído la noticia, y el escritor estadounidense terminó intentando darles respuesta primero en Mi abandono (2009) y luego en Klickitat (2016); la primera de estas novelas fue llevada al cine por Debra Granik con el título de Leave no trace (No dejes rastro) en 2018, con Ben Foster y Thomasin McKenzie en los papeles principales.

“En el bosque hay formas correctas de hacer todo para no llamar la atención”, anota Caroline, la narradora infantil de Mi abandono: “si le sacas punta a un lápiz, levantas las virutas. Si quemas papel, hay que desparramar las cenizas”. Nunca sabemos de qué huye su padre, ni qué piensa Caroline en realidad del modo de vida que este le impone, pero ya desde las primeras páginas se nos hace evidente que el deseo y la curiosidad de la niña acabarán poniendo un trágico punto final a la sociedad fuera de la sociedad que conformaron padre e hija. (¿Pero eran realmente padre e hija?) “Caroline aprendía sola con libros en lugar de ir a la escuela, y sembraba su propia comida. Vivía escondida, era invisible, nadie podía encontrarla”, le cuenta Audra a Vi- vian, la narradora adolescente de Klickitat; Audra desarrolla una fijación con Caroline y escapa de sus padres para vivir como ella con el deseo de que Vivian se le una, pero Vivian, que casi lo consigue, sabe que “los animales, como los humanos, cometen en la vida los errores que finalmente los conducen a la muerte, sea física, espiritual o emocional”, y tanto Mi abandono como Klickitat son relatos acerca de esos errores.

Los nadadores nocturnos, la penúltima novela de Rock, podría parecer muy distinta a las dos anteriores, pero no lo es; su narrador recuerda un verano de mediados de la década de 1990 que pasó con sus padres junto al lago Míchigan, en Wisconsin, escribiendo cartas a su novia, preguntándose si era realmente un escritor y nadando de noche con una mujer que lo doblaba en edad: en una de sus incursiones algo les sucedió bajo las aguas oscuras, en un estrecho conocido como la Puerta de la Muerte por los numerosos naufragios que se produjeron en él, pero la novela no intenta explicar ese suceso –solo accesible mediante el arquetipo, en realidad– sino más bien en la naturaleza del recuerdo, en especial en la del recuerdo de la reservada, misteriosa Claire Abel, que quedó viuda poco menos de un mes después de haberse casado, que no hablaba inglés “de nacimiento” y cuyos ojos azules eran descritos por la gente como “punzantes, como si fueran cuchillos”. Rock amplía aquí el repertorio de sus recursos incorporando fotografías y dibujos al relato –así como las figuras tutelares de excéntricos como el artista visual autodidacta Albert Zahn, el “fotógrafo psíquico” Ted Serios y el pintor y visionario estadounidense Charles E. Burchfield, sobre los que los lectores harían bien en indagar–, pero el asunto de fondo aquí, al igual que en Mi abandono y en Klickitat, es el de la enorme cantidad de manifestaciones que pueden derivarse de una misma experiencia, y el hecho de que narrarlas no solo transforma esa experiencia, sino también a quien lo hace. El narrador de Los nadadores nocturnos no sabe qué es lo que sucedió en realidad aquella noche –se dice que Claire pudo ser una criatura marina, por ejemplo–, pero sabe que lo ha transformado profundamente y que él también estuvo a punto de cometer ese error que conduce a la muerte “física, espiritual o emocional” de personas y animales: de forma más profunda, lo que se pregunta es si él no sucumbió a esa muerte con su transformación en escritor, su matrimonio, el nacimiento de sus hijas.

Lo que hace extraordinarias a estas novelas es, por una parte, el modo en que Rock hace hablar a sus personajes –su lenguaje es expresivo, pero lacónico; por lo general hablan mucho más del paisaje y de la meteorología que de lo que sienten y piensan, y siempre están a punto de deslizarse del “otro lado”, el del mito, las interpretaciones erróneas y los sueños–; por otra parte, las tres pueden ser leídas como casos de estudio, que destacan sobre el fondo de la vida estadounidense de las últimas décadas. Rock nunca lo dice así, y posiblemente rechazaría una lectura política de su trabajo, pero el hecho es que estas novelas pobladas de adolescentes, instinto, inocencia, crueldad, naturaleza, pobreza y misticismo parecen estar hablando de los errores y los peligros que acechan tras la promesa del Sueño Americano.

“Quieren que vaya a la universidad, que conozca a un chico, me case, y después nos levantemos todos los días y vayamos a un trabajo donde nos sentemos en cubículos y probablemente no haya ni ventanas”, se queja Audra en Klickitat; al igual que otros personajes de Rock –Caroline; Vivian; el apostador profesional que se obsesiona con una mormona de diecinueve años en This is the place (1997), su reescritura siniestra de Lolita; el Alan Johnson de Carnival wolves (1998), que recorre los Estados Unidos de este a oeste solo para descubrir que personas y animales son la misma cosa distorsionada por el miedo a lo indisciplinado, lo inmaduro y lo incomunicable; los homeless de The ambidextrist (2002) y los hombres y las mujeres de su novela de no ficción The shelter cycle (2013) que se encerraron con sus padres una noche de 1990 a esperar el fin del mundo–, el protagonista de Los nadadores nocturnos sabe que la oscuridad puede ser luminosa, que la crueldad y la piedad son extrañamente parecidas, que nuestro anhelo de independencia y libertad se opone a la existencia social pero no es mejor que ella y que lo salvaje no acecha en los bosques sino en el interior de las personas y en las zonas intermedias que algunas de ellas habitan, los refugios ocultos en la espesura, las periferias y los espacios bajo las casas con bandera estadounidense en el porche: sabe que, como se nos recuerda en Klickitat, “las personas y los animales que en la vida hacen siempre el mismo camino eventualmente harán un surco. Pronto los surcos se hacen tan profundos que las personas no pueden ver hacia los costados. No ven el peligro ni la belleza, solo el camino que tienen delante, porque temen perder su seguridad y temen entrar en terreno desconocido”.

Peter Rock estudió en Yale, dio clases de escritura creativa en las universidades de Pensilvania y de San Francisco y recibió una beca Guggenheim; es autor de un libro de relatos (The unsettling, 2006) y un proyecto multimedia (Spells, 2017), además de nueve novelas, pero solo tres de ellas están disponibles en español: Mi abandonoKlickitat y Los nadadores nocturnos, las tres traducidas por Micaela Ortelli y publicadas por la editorial argentina Godot. Nadar de noche junto a sus personajes supone aprender a ver en la oscuridad y descifrar las corrientes bajo la superficie, y es una de las experiencias más perturbadoramente satisfactorias que ofrece al lector la literatura estadounidense contemporánea. “Por ese tiempo, ese verano, me acuerdo de haberle dicho a alguien que con todos mis relatos yo quería decirle implícitamente al lector: ‘Voy para tu casa’”, escribe Rock en Los nadadores nocturnos: “Creía que era una frase fuerte, y la dije para impactar a esa persona, a esa mujer joven; en verdad, pienso que también creía eso, que esa especie de terquedad era algo deseable, algo necesario. Ahora, más de veinte años después, mi declaración cambió: ‘¿Vendrías conmigo, por favor? No quiero estar solo. No estoy seguro de adónde estoy yendo y estoy un poco asustado’”, admite. ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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