–Pienso– al fin dijo Juan, levantando la voz en aquella noche de Corea.
Como el aire de abril, capítulo XVII
I
Los autores de novelas y de cuentos no suelen ser, como los poetas, de la raza de los perfeccionistas.
Borges hizo numerosas versiones, cinco o seis por lo menos, de su poema Fervor de Buenos Aires (1923). Arturo Echavarría, quien falleció el 8 de diciembre de este fatídico 2020, era uno de los conocedores más profundos de la obra de Jorge Luis Borges, autor de dos libros definitivos Lengua y literatura de Borges (1983, 2006) y El arte de la jardinería china en Borges y otros estudios (2006). No solo era un gran crítico sino también un narrador mordido por la serpiente de la perfección artística anhelada. De esa mordedura es prenda la novela Como el aire de abril, publicada originalmente en 1994, y revisada, retocada y parcialmente reescrita en 2019, es decir, cinco lustros después. La herida de la mordedura ha tardado mucho en cerrar. En el plazo de esos 25 años, el autor publicó La isla en el horizonte (2016), un libro de cuentos donde la realidad de la isla llamada Puerto Rico es recreada por la pluma incisiva de un narrador que tiene la rara virtud de hacer vivir a sus personajes en la mente de sus lectores. Como el aire de abril es, para citar las palabras del poeta Ernesto Cardenal, una obra “llena de sorpresas”.
II
“Abril es el mes más cruel”, dice el primer verso de The waste land de T.S. Eliot, y William Shakespeare habla de “la incierta gloria de un día de abril” en Los dos caballeros de Verona. El título de la novela de Arturo Echavarría remite a una cita de Cristóbal Colón en su primer viaje y a la sensación de dulzura que recuerda la atmósfera de Sevilla y de su río: “Tuvieron la mar como el río de Sevilla. ‘Gracias a Dios’, dice el Almirante. Los aires muy dulces, como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos, tan olorosos son.”
Esa sensación de suavidad, piensa el lector, ha guiado al músico de la fábula que era Arturo Echavarría cuyas tramas y voces fluyen como en un sueño hacia un Delta donde las aguas de la realidad del lector se mezclan con las de los otros lectores, en tramas paralelas y convergentes que se desarrollan al derecho y al revés y que producen una novela entre policiaca y detectivesca.
III
Leí la novela justo antes de salir de viaje hacia Sevilla el año pasado. La novela no solo me gustó. La leí de un tirón y hasta estuve a punto de perder el vuelo en la sala de espera del avión que me llevaría a España. La idea del misterioso desaparecido evoluciona de una manera eficaz y sorprendente. Mientras la leía volví a encontrar en ella ciertos aires de esa isla llamada Puerto Rico o, al menos, del Puerto Rico presente como una obsesión en los cuentos de La isla en el horizonte. Al regresar a México quedé capturado por la magia espejeante de la novela que leí y releí en las dos versiones escritas y reescritas a lo largo de los lustros.
IV
Empecé a leer la novela en una sala de espera y me transportó fuera del espacio y la leí atolondrado saboreando esa mezcla peculiar de sensualidad, sensitiva nostalgia, inteligencia narrativa y sabia administración del tiempo suspendido que va creando la narración que participa de la novela policiaca o aun de las de espionaje como las de Eric Ambler, autor que he leído mucho y cuya imaginación atraída por lo grotesco-plausible compartía Echavarría junto con la vertiente costumbrista y fantástica. Este autor, Eric Ambler (1909-1998), además de ser leído por los personajes de esta novela, quién sabe si se adentraron en el Epitafio para un espía (1938) y La máscara de Dimitrios (1939), fue también leído a mediado del siglo XX por escritores como Carlos Fuentes y Jaime García Terrés y politólogos como Rafael Segovia, el hermano del poeta Tomás. Los personajes que crea Echavarría no parecen inventados. Se diría que le han sido impuestos al autor de su fábula, tan necesarios e inolvidables son. Cumplen en el tablero de la narración que transcurre entre San Juan, Sevilla, Madrid y París una función precisa en el ajedrez de la fábula donde conviven, entre el narrador y lo narrado, el Rey, la Reina, la Torre, el Caballo, el Alfil y el Peón, el presente de la isla, su pasado inmediato, su inscripción en el Atlas de la política internacional y, antes, en el horizonte del tiempo en personajes como ese misterioso médico y botánico Nicolás Monardes (1493-1588) nacido y muerto en Sevilla y que solo había yo oído mencionar a historiadores como Miguel León-Portilla o estudiosos de la historiadores de la medicina como Carlos Viesca. Hay no pocos puntos de contacto entre los cuentos de La isla en el horizonte y la novela Como el aire de abril en sus dos inquietantes versiones. Esas versiones me hacen fantasear en una especie de palimpsesto o códice en cuyas escrituras magnéticas se desdobla la misma palabra narrativa. De todo esto se desprende una visión desolada y a la par deslumbrante e inquietante como si estuviese cautiva en una caja de cristal. No viene al caso comparar ni hacer una lectura genética del texto de 1994 con el de 2019. En ambos subsiste un exceso de realidad, una carga excesiva de historia hecha sueño, vuelta pesadilla y vértigo. Todo esto traduce una amorosa fidelidad al oficio de la ficción que hace de esta novela corta una señora novela capaz de hacer perder el vuelo al incauto lector que se ponga a leerla en la sala de espera de un aeropuerto. El horizonte de la novela es la guerra de Corea y la extraña participación en “aventuras militares de índole neocolonial (donde) miles de puertorriqueños fueron reclutados, por las disposiciones del Servicio Militar Obligatorio, para servir en las filas del ejército de la nación norteamericana. El Servicio Militar Obligatorio aplicaba tanto en los Estados Unidos continentales como en sus ‘territorio’ (que es otro modo de decir ‘colonia’), uno de los cuales era, y sigue siendo, Puerto Rico”.
V
Como el aire de abril seduce y conmueve por su sentido del ritmo y por esa forma peculiar en que se van entrelazando los puntos de vista en el tablero de la narración como si fuese un ajedrez.
(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.