En Tienes que mirar (Impedimenta, 2021, traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado) la escritora rusa Anna Starobinets (Moscú, 1978) cuenta una historia triste, que empieza bien pero se tuerce pronto: tiene una hija de ocho años y está embarazada de dieciséis semanas. En una revisión, detectan que el bebé tiene una malformación en los riñones. El diagnóstico se confirma tras varias visitas a diferentes especialistas: el bebé no sobrevivirá. Starobinets cuenta también la maraña de sentimientos de la mujer que toma esa decisión. El título hace referencia a lo que le decía el equipo médico poco después del parto de ese bebé sin vida, que se produjo en Berlín, donde acudió buscando precisamente una atención más humanizada. Tenía que mirar a ese bebé y despedirse de él, solo así podría hacer el duelo. Tienes que mirar es la historia de una pérdida y de cómo se sobrepone a esa pérdida, pero es un libro lleno de belleza, con un humor a veces negro y quizá cruel, como la broma macabra que le gastó el destino: tuvo otro bebé sano y risueño, pero poco después su marido, el también escritor Aleksandr Garros, enfermó y murió de cáncer en 2017, en Tel Aviv, donde había ido a tratarse. Anna Starobinets está acabando su próxima novela. Desde Moscú responde a las preguntas de Letras Libres.
Este es el primero de sus libros en el que cuenta una historia autobiográfica. Todo lo que hay en el libro es verdad, incluso aparecen los nombres reales de los médicos. ¿Por qué decidió contar su experiencia?
Debo confesar que no me interesa cultivar la prosa confesional o autobiográfica, me siento más cómoda en la ficción, donde puedo construir mundos nuevos sin prestar atención al que me expongo diariamente. Sin embargo, en este caso, me pareció más honesto que quedasen reflejados los nombres reales de los sanitarios. Este libro acoge mi deseo y compromiso con la sociedad. No por nada, sino porque la interrupción del embarazo en una frase tan tardía, y tan traumática para la mujer, es un verdadero tabú en Rusia. Algo que contrasta, por ejemplo, con la realidad de Estados Unidos, Alemania u Holanda, donde sí logré encontrar libros acerca de ello. Por eso pensé que si aquello me sucedía precisamente a mí, siendo escritora, ¿por qué no hablar de ello? Sería la primera en hacerlo desde Rusia.
La historia es trágica –un bebé enfermo que necesitaría un milagro para sobrevivir fuera del vientre de la madre–, pero lo que la hace realmente terrorífica es cómo los médicos y el sistema sanitario la tratan. Y la cosa sigue igual después del parto en Berlín: nadie en Moscú parece entender su pérdida.
Desafortunadamente, desde la época soviética, el aborto temprano se normalizó, esto es, cualquier interrupción del embarazo estaba al mismo nivel que una gripe. Ahí residía todo. Se esperaba que la mujer no lo interpretase como que estaba perdiendo a su bebé, sino como que lo sintiese como un proceso de aceptación o una pretensión quizá de entender esta interrupción como algo restringido al espectro de problemas de salud que únicamente atañen a las mujeres. Si echamos la vista aún más atrás, a la etapa patriarcal rusa, existe una especie de contrato social por el cual todo “asunto femenino”, incluyendo la interrupción espontánea del embarazo y el aborto más avanzado, se consideran temas “sucios” e incluso “indecentes”. Algunos médicos aún hoy comparten esta visión, este enfoque tradicional.
Tienes que mirar cuenta una tragedia, pero hay belleza, humor y también amor.
El suspense es fundamental tanto en la literatura como en la vida. Ser capaces de contemplarnos a nosotros mismos de manera crítica (y puntual), no sintiendo lástima alguna, es tremendamente útil. Este es el enfoque de mi novela. Una heroína, si se quiere decir así, que sufre y que se ve arrastrada por las circunstancias se combina con la existencia de un alter ego que es igualmente capaz de reírse un poco de esta heroína.
En el libro dice que no quería escribir su propia historia, pero que lo único que sabe hacer es escribir. ¿Se ha arrepentido alguna vez de haberlo hecho?
No. No me arrepiento en absoluto de haber escrito este libro, aunque el debate público posterior fuese muy duro para mí. Porque el libro reveló un malestar público, removió algunos tabúes de nuestra identidad e incluso condujo a un escenario donde el cambio, o los cambios, eran posibles en el sistema sanitario de aquí.
La publicación del libro le causó problemas a propósito de las críticas al sistema sanitario. ¿Cree que esa tendencia a esconder los fallos del sistema y las grietas personales tiene que ver con la experiencia del régimen soviético?
Quizá ya haya respondido a esta pregunta en parte. Lo soviético está muy próximo a lo espartano, es decir, la división de la población entre fuertes y débiles. Los primeros forman parte del sistema, silencian tanto los mecanismos del propio sistema como el dolor. Si es que lo hubiese. Los segundos en cambio son los juguetes rotos que quisieran aspirar a otra cosa.
¿Ha cambiado algo la manera en que el sistema sanitario ruso trata el embarazo? Tras la publicación de Tienes que mirar, se inauguró en el famoso hospicio infantil de Moscú un departamento de maternidad para mujeres cuyos hijos padecían patologías fetales mortales. Allí reciben un trato médico apropiado y normal, y no se ven obligadas a interrumpir su embarazo “fallido”, pese a ser alertadas de ello. También en el centro clínico que aparece en la novela los médicos ahora tienen la posibilidad de realizar un curso de formación sobre cómo transmitir o comunicar malas noticias a los pacientes. Muchos de ellos han leído el libro y han llegado a reconocer públicamente el problema que recoge. Se podría decir que está habiendo cambios, sí.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).