Entrevista a Hernán Bravo Varela: “La crítica es una suerte de autorretrato a lápiz”.

El poeta, ensayista, editor y traductor habla acerca de Malversaciones sobre poesía, literatura y otros fraudes (Almadía, 2019), su tercer libro de ensayos.
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Hernán Bravo Varela (Ciudad de México, 1979) no olvida que antes de ser poeta, editor y traductor es lector y del tipo crítico. En Malversaciones sobre poesía, literatura y otros fraudes (Almadía, 2019), su tercer libro de ensayos, explora las influencias y desafíos a los que el crítico se enfrenta. A lo largo de estas páginas queda plasmada su “declaración patrimonial”, es decir, sus ideas, confesiones, máscaras y obsesiones que muchas veces no se vuelven aparentes en sus versos.

A lo largo de tus ensayos hay una idea constante: el poeta como intérprete o el poeta como interlocutor. ¿Es el crítico una especie de intérprete del intérprete?

Habría que pensar si en realidad tomamos el ejercicio de la poesía como una ejecución original, de una partitura que no estaba antes, o si lo vemos como una interpretación de una interpretación de la naturaleza. Estas visiones se diferencian por el grado de “originalidad” que le demos al oficio del poeta como al del lector de poesía. La interpretación vendría por el lado de que la poesía se vale de la apertura, de la multiplicidad de sentidos. La obra está en constante estado de renovación y apertura, que exige al lector o escucha descubrir un universo sonoro y verbal. De cierta manera, la crítica y la propia escritura de la poesía son otras maneras posibles de ejercer la traducción.

Entonces, ¿cuál es la relación entre la crítica y la traducción?

Varios poetas que ejercen el oficio de la traducción afirman que no hay mejor lectura crítica de un poema que su traducción. Coincido, pero me gustaría pensarlo en términos musicales, la traducción como una instrumentación o una orquestación. Hay traducciones extraordinarias que parece que amplifican el original, como una orquesta. Por ejemplo, la traducción de Tomás Segovia a Hamlet, de Shakespeare. Pero también pienso en traducciones que tienen alcances más discretos, que llamo instrumentaciones. Como los Cien poemas chinos de Kenneth Rexroth. En las amplificaciones valdría la pena pensar en autores que han incluido en su obra poética también un capítulo de traducciones que integran la voz de los otros como parte del repertorio propio, como haciendo covers.

En el libro queda muy claro que hay dos tradiciones poéticas que has estudiado: la mexicana y la norteamericana. ¿Cómo han influido estas en tus facetas como crítico y poeta?

Me gustaría pensar que varios de los autores que aparecen en este libro forman parte de mis intereses, pero no ejercen una influencia decisiva en la poesía que yo he escrito. El oficio del crítico no tiene que ver necesariamente con sus elecciones afectivas, aunque aparezcan a veces ahí. La crítica es una suerte de autorretrato a lápiz. El crítico lo que hace son paseos, derivaciones, conjeturas que alimentan su inquietud. Muy probablemente el crítico tiene otra tradición de por medio y esa se desarrolla vía la lectura íntima o la manera en que se comparten ciertos autores. Buena parte de esos intereses que aparecen retratados en mi libro, de Lezama Lima a Eliot, han sido menos troncales para mi voz como poeta. Sin embargo, siempre han estado presentes y son una brújula constante de lo que quiero leer, no de lo que quiero escribir. Lo primero es fundamental para garantizar lo segundo. El buen lector también admite cosas que están muy lejos de su zona estética de confort y de su propia voz. No debería sorprendernos que un buen lector tenga en su radio de intereses íntimos poetas cursis o narradores de page turner, pero en sus intereses a la hora de escribir crítica se encuentre desde Li Po hasta Coral Bracho. No importa. Ese radio de intereses termina trazando una biografía del crítico que, por supuesto, también es ficción y forma parte de un proceso en el que el crítico se hace de su propia leyenda. Así tendríamos que leer a Edmund Wilson, George Steiner, María Negroni y a los grandes críticos que tenemos en la cabeza.

En tu libro queda manifiesta la madurez del proceso de escritura. Al inicio te concentras solo en la obra de algunos poetas, pero más adelante la poesía empieza a abarcarlo todo, hasta la esfera política y social. El último ensayo, “Malversaciones”, aterriza en un momento particular de la historia del país. ¿Cómo ha cambiado tu mirada crítica de la poesía a lo largo del tiempo?

Las cuatro partes del libro podrían leerse como las cuatro etapas del crítico. En el primer apartado hace los honores o imita las voces de los poetas que fueron cruciales para su formación. Posteriormente, amplía su mundo y conoce otras culturas y otras posibilidades de estar desde su lengua y otras. En la tercera parte, ese lector que ha vuelto de sus numerosas odiseas abre el angular y le empiezan a interesar cosas más mundanas, desde la locación de la escritura hasta cómo un emoji puede decirle algo sobre la manera de legislar en torno al mundo del lenguaje en nuestros días. Y la parte final presenta un escenario francamente bronco. Si hubo una guerra contra el narcotráfico, ¿por qué esa guerra no va a tener facciones y ejecuciones casi holográficas en el mundo de la poesía?

Resulta aterrador pensar que el crítico tiene un criterio y que este es inamovible. La trayectoria del crítico también debe permitirse sus devaneos y darse al error. Cualquier aproximación crítica que se haga en torno a una obra viva es no solo falible, sino que gracias a esa falibilidad adquiere un presente de una gran incandescencia. Al crítico no debería importarle lo perenne de sus ideas, sino su carácter presentista, porque no hay otro momento para hacer crítica que el ahora. Y así el tema de nuestra crítica, sea Ovidio o una poeta mexicana de diecinueve años que esté publicando en este momento, la aproximación siempre está tamizada por el tiempo inmediato que la crítica abre en el texto. Querer fijar la crítica para una especie de perdurabilidad resulta incluso más pedestre que la inmortalidad buscada por la obra poética. La crítica de poesía es una revisión exhaustiva y actual de los deseos y ambiciones de inmortalidad de ciertos poetas y obras, que buscan alcanzar en el atisbo del instante un más allá. Para que la labor crítica se haga como se debe, el lector tiene que estar plantado en su aquí y su ahora mortal.

A diferencia de Historia de mi hígado y otros ensayos, donde tu cuerpo está manifiesto en los textos, en Malversaciones conocemos tus pensamientos en torno a la crítica de poesía. ¿En qué se diferenciaron sus procesos de creación?

No creo que sean muy distintos unos de otros. Entre otras cosas porque la crítica no es sino la iluminación argumental de un determinado punto de vista. Lo cual quiere decir que la crítica es lo menos objetivo que hay, es una forma aterciopelada del capricho que pretende revestir de aparente objetividad algo que no es sino una elección arbitraria. Ya sea un texto que nos interese o no, lo que terminamos haciendo es desarrollar ideas que nos preocupan y también un abordaje formal que revela una determinada manera de entender la pasión crítica y la pasión lectora. La gran crítica lo es, entre otras cosas, porque su prosa es también exquisita y aspira a ser ensayística personal. No vería mayores diferencias entre los ensayos que componen Historia de mi hígado y otros ensayos y los que componen Malversaciones. Son quizás momentos diferentes del día a día del crítico. Creo que el crítico tiene que ser un lector total.

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estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.


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