Fantasmas, visitas y la muerte, que se pone imposible

Los cuentos de fantasmas que reúne Leanne Shapton a veces están contados solo con texto, a veces hay texto e imagen, que no ilustración, en el sentido subsidiario, y en esas imágenes hay un poco de todo, pero predomina la fotografía.
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“Todas las historias de amor son historias de fantasmas”, escribió David Foster-Wallace. Vale, pero entonces, ¿qué son las historias de fantasmas? ¿Historias de amor? (Si Foster-Wallace hubiera escuchado a OBK en su adolescencia tal vez no habría escrito esa frase nunca). Diría que todas las historias, también las de amor, son historias de fantasmas. Es lo que me queda claro tras leer Libro de visitas. Historias de fantasmas, de Leanne Shapton. Shapton, que fue nadadora en su juventud, tal y como cuenta en Bocetos de natación (Blatt & Ríos, 2022, traducción de Laura Wittner), es editora de arte de The New York Review of Books. Este Libro de visitas, que acaba de publicar la editorial Comisura con traducción de Ana Flecha, es un libro de cuentos sobre fantasmas en los que a veces no salen los fantasmas, porque un fantasma no siempre se ve: a veces es una presencia o la huella de una ausencia, o una sombra, o el recuerdo del dolor que queda mucho después de una ruptura. A veces, hay algo fantasmal en determinadas fotografías, algo como un velo. A veces, el fantasma es lo que no se ve, pero se intuye.

Los cuentos de fantasmas que reúne Leanne Shapton a veces están contados solo con texto, a veces hay texto e imagen, que no ilustración, en el sentido subsidiario, y en esas imágenes hay un poco de todo, pero predomina la fotografía, aunque también hay unas acuarelas, inspiradas en el Tadzio de Muerte en Venecia que se hacen acompañar de un texto sobre una mujer desde su infancia hasta que su pareja se enamora de otra, el paso del tiempo lo marca en parte representaciones de Madame Butterfly. Otra de las historia, está compuesta por una serie de fotos de camas diferentes, “A los pies de la cama” se llama. Al final se añaden los pies de cada una de las fotos. Shapton juega con las redes sociales: una de las historias parece la recopilación de los comentarios suscitados por una imagen que no está incluida, se llama “Figura pública Amante de la belleza Talento digital Viajera Spinario Parma / Abu Dhabi”; otra añade a fotos de su colección personal –casi todas las que incluye el libro lo son– números de “me gustas”. Una de mis piezas favoritas es “Patricia Lake”, un cuento de texto, sin nada más, ni foto ni acuarela ni nada: “Me habló dos veces de la aparición, una de ellas poco después de que sucediera y de nuevo aproximadamente trece años más tarde. […] Ella murió cuando él tenía diez años, y la mayoría de los recuerdos de él procedían de una película que una amiga de su madre había hecho sobre ella. La cineasta era amiga de la familia y una poeta famosa. Famosa en Canadá”. Luego el cuento es tierno y un poco triste, pero ese punto de humor me encanta. 

Leyendo el libro de Leanne Shapton me he acordado de que escuché en el podcast de Rubén Lardín, La mano contra el sol, que dice Laurie Anderson que está enganchada a la IA, a la que ha entrenado para que responda como si fuera Lou Reed. O sea, es imposible morirse, y esa idea, que brilla como las luciérnagas que ya no se ven en verano, me parece que se la he robado a Mariano Gistaín. Una de las profesiones con las que igual acaba la IA es, entonces, la de médium. Deberían estar ya sindicándose los médium y planeando protestas en Bruselas, hacerse lobby con los guionistas, los ilustradores, los traductores, etc., y presionar, como los taxistas contra Uber. 

En fin, que morirse es imposible, como decía de otro modo Agustín Fernández Mallo en las entrevistas a propósito de Madre de corazón atómico: “Yo lo que vengo a negar es la muerte”. No podemos ni morirnos. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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