Nuestra relación con la tecnología se ha vuelto mucho más estrecha desde el tiempo en que J.G. Ballard declaró que el escritor ya no poseía una actitud moral y su papel era más parecido al hombre de ciencia en un safari. Hoy, ese rol parece ser el de contemplar los espectros de siniestras tecnologías que conviven en un mundo gobernado por todo tipo de ficciones. En Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía, 2020), su primer libro de cuentos, Andrea Chapela explora la idea de que los dispositivos tecnológicos han evolucionado al punto de configurar las relaciones afectivas y dictar comportamientos. Sin embargo, la también autora de la saga de fantasía Vâudïz y del libro de ensayos Grados de miopía lo hace desde un lugar de resistencia, en el centro del cual se halla algo esencialmente humano.
Publicaste tus primeros libros –la serie de Vâudiz– cuando eras muy joven. ¿Cómo empezaste a escribir una saga fantástica?
Supongo que tiene que ver con que a la gente que le gusta leer en algún punto tiene la necesidad de escribir. Comencé escribiendo fanfics de Harry Potter y luego decidí que quería hacer mis propias historias. Llevaba tres años publicando en internet. Me gustaba mucho hacerlo. Encontré en la fantasía un medio de expresión que me funcionaba y decidí que quería completar una saga, porque este género suele publicarse en series. Originalmente la idea era hacer una trilogía, que al final se convirtió en tetralogía. Me senté a escribir el primer libro cuando tenía quince años.
¿Cómo hiciste la transición del género fantástico a la ciencia ficción?
Escribir la serie de fantasía me llevó diez años. Durante ese tiempo estudié química en la UNAM e hice otras cosas. Para mí la escritura era una especie de hobby, lo que hacía durante las vacaciones. Sucedía a la par de mi vida normal, pero no sabía si después de la serie de Vâudiz iba a querer escribir algo más. Me parecía muy grande la idea de ser escritora. Después entendí que un libro lleva a otro y ese lleva al siguiente. Luego me aceptaron en el máster de escritura creativa en la Universidad de Iowa y la ciencia ficción llegó ahí. Además, había pasado diez años escribiendo los libros que planeé en mi adolescencia y me sentía muy condicionada por esa forma de escribir; sabía que necesitaba oficio. Por otra parte, me interesaba el género especulativo, no quería acercarme al realismo. En el MFA aprendí a escribir cuento y ciencia ficción, pero a la par aprendí a escribir ensayo, poesía. Los libros que tengo ahora salieron de esa experiencia intensa de estudiar escritura.
¿Qué libros tenías presentes al momento de escribir los cuentos de Ansibles?
Al principio me acompañaron libros de futurismo, investigué qué pensaban los especialistas que sabían del tema. Iba a la librería buscando divulgación científica y encontré que existe una rama entera dedicada a pensar sobre el futuro. También leí muchos libros de cuentos de ciencia ficción: Ursula K. Le Guin, Ted Chiang, la antología de Ken Liu; Sorry please thank you, de Charles Yu. También me acerqué a otro tipo de cuentistas en lengua inglesa: Lydia Davis, Lorrie Moore. A partir de la lectura de estos relatos a la usanza anglosajona, donde hay epifanías, cambios interiores en los personajes o donde se narran situaciones mundanas, comencé a preguntarme ¿cómo se hace eso desde la ciencia ficción? ¿Puedo crear un universo y contar una historia de lo pequeño e interior dentro de un mundo de ciencia ficción? Por supuesto, primero tuve que encontrar a esos autores para darme cuenta de que los cuentos que imaginaba tenían un lugar en el mundo.
En Ansibles vemos sociedades completamente adaptadas a mundos futuros. ¿Por qué te alejaste de la distopía, tan común en la ciencia ficción, o de la especulación en torno a las consecuencias negativas del uso de tecnología?
Esa es una decisión que tomé desde el principio. Mi postura es que la tecnología es una herramienta, que la responsabilidad de su uso es humana y sus consecuencias tienen que ver con lo humano. Exageran nuestros peores y nuestros mejores impulsos. La escritura de cada cuento despertaba en mí nuevas preguntas, con las que de una u otra manera me acercaba a este dilema. Pensaba qué tipo de tecnologías exagerarán problemas como la desigualdad, la gran violencia de género en medio de la cual vivimos, o traerán a relucir cosas que están ahí en la superficie de la sociedad pero que no terminamos de ver porque estamos acostumbrados a ellas. La ciencia ficción es muy interesante en el sentido de que nos hacer ver estas cuestiones desde una nueva perspectiva. Como si nos dijera “esto es real y sigue ahí”. A lo mejor en unos años, tal vez no con estas tecnologías sino con otras, los mismos problemas seguirán avanzando y tendrán otras consecuencias. Por esto creo que la tecnología es neutra. Tampoco me imagino un futuro totalmente distópico. Creo que el fin del mundo será parecido a lo que vivimos ahora: un final muy lento al que nos vamos a acostumbrar, hasta que todo sea completamente distinto y nos demos cuenta de que no pudimos detener la bola. Muchos de estos cuentos suceden en etapas intermedias de esto, pero puede verse hacia dónde nos dirigimos.
¿Por qué los personajes de tus cuentos siempre toman la decisión correcta en las situaciones difíciles? ¿Por qué tus finales son esperanzadores?
Supongo que tiene que ver con mi visión del mundo. En lo más profundo de mi ser creo en la humanidad. Por supuesto, tenemos unos impulsos terribles, pero hay cosas que vale la pena salvar y que la única manera de sobrevivir en el entorno actual es aferrándonos a que esas cosas existen; a que podemos querernos, a que la capacidad de la empatía es real y que a veces, hasta en las peores circunstancias, uno puede tomar la decisión correcta. La literatura también puede vivir en esos espacios. A veces me siento insegura de que mis cuentos suenen ingenuos, pero mientras escribía me preguntaba si estas historias cabían en un mundo donde la literatura puede ser tan oscura. Sin embargo, es algo que también vale la pena explorar. Hace tiempo hablé sobre esto con Nona Fernández, a quien entrevisté. Comentó en algún momento que si uno no tenía esperanza ahorita, era mejor darse un tiro de como está el mundo, y eso resonó en mí profundamente. Pienso que tiene sentido escribir sobre las cosas por las cuales vale la pena despertar todos los días.
En Ansibles, los dispositivos tecnológicos están en el centro de las relaciones humanas. Si en Crash Ballard escribió sobre la muerte del afecto, en tus cuentos sucede todo lo contrario. ¿Hasta qué punto crees que la tecnología pueda transformar los afectos?
De alguna manera nos ha permitido tener otro tipo de afectos. Pero lo que cambia, en realidad, es la manera en la que nos relacionamos. Estamos acostumbrados a los viejos afectos y al ritmo de las viejas cosas. Antes, conocer a alguien y quererlo llevaba más tiempo; a lo mejor ahora ya sabes cuáles son las intenciones del otro y parecería que la tecnología va a dejar saltarnos pasos que en realidad no podemos esquivar, porque hacer una conexión con una persona requiere de esas etapas. De ahí que entender cómo entra la tecnología en nuestras relaciones sea tan interesante y a la vez tan confuso, porque parecería que se nos entrega una manera de hacer las cosas más rápido y mejor, cuando no es así, las cosas son iguales, solo que ahora hay otros caminos. El problema es que para cuando te acostumbras a una situación ya estamos en la siguiente manera de conectar. Aquí regreso siempre a lo que creo que es el núcleo de estos cuentos –que para mí funciona como una suerte de faro–, y es que lo humano siempre va a estar en el centro de todo.
En esta colección, casi todos los relatos ocurren en la Ciudad de México. ¿Por qué era importante para ti imaginar el futuro de esa ciudad como un escenario que al mismo tiempo es cotidiano, fantástico y caótico, capaz de sobrevivir a un cataclismo climático?
Cuando comencé a escribir el libro, llevaba tres años viviendo en Iowa. Sin embargo, lo terminé de escribir y lo corregí en México. Algo que descubrí mientras vivía lejos era la gran añoranza que sentía por esta ciudad y la manera en que este lugar vive en mi imaginación y ha codificado todo acerca de mi pensamiento. La relación que uno tiene con ciudades tan grandes como esta es muy especial en el sentido de que la ciudad te contiene. Decidí escribir sobre este espacio porque estaba en mi imaginario todo el tiempo. Además, no se escribe lo suficiente sobre el futuro desde aquí y, por otro lado, el futuro de esta ciudad va a ser muy distinto al de otros lugares como Nueva York o Hong Kong, Tokio o París.
Tu nombre apareció en un artículo reciente que habla sobre el renacimiento de la ciencia ficción en Latinoamérica. ¿Hacia dónde crees que se dirige el panorama de este género en nuestras latitudes?
Por supuesto, hay un renacimiento. No solo porque distintos autores y autoras recién publicaron libros de ciencia ficción o por la respuesta que ha tenido mi libro; más bien tiene que ver con el año en el que estamos viviendo. Al inicio de la pandemia, Kim Stanley Robinson escribió en The New Yorker sobre cómo la ciencia ficción era el género para escribir sobre el presente, porque de alguna manera ya estamos viviendo en un mundo que parece de ciencia ficción. Es el género que históricamente ha hablado de catástrofes, de nuestra relación con la naturaleza o del cambio climático. Son sus grandes temas. Por otra parte, vivimos en un momento de la humanidad en el que el futuro es muy incierto. Esta inquietud con respecto al futuro nos permite imaginar las cosas que pueden suceder, tanto las buenas como las malas. Funciona como una suerte de advertencia y creo que hay mucho poder en que la literatura responda a estos conflictos. De igual manera, en Latinoamérica sucede algo muy interesante –que se menciona en ese artículo– que tiene que ver con que aquí los géneros son más móviles. La ciencia ficción se mezcla con la fantasía, con el horror, con lo sobrenatural de una manera más activa y, al parecer, sí se está conformando un tipo de estética, una forma de escribir desde aquí; muchos escritores notables se desenvuelven dentro de esos mundos. Porque más que un escape, la ciencia ficción permite un pensamiento lateral y tal vez sea eso lo que necesitamos en este momento.
es maestra en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del FONCA 2018-2019, en la categoría de ensayo.