Más que por su poesía, la estadounidense Laura Riding es conocida en España por haber sido una de las mujeres de Robert Graves, concretamente la que se instaló con él en Mallorca, por sugerencia de Gertrude Stein, en 1930. También fundaron juntos Seizin Press, donde publicaron a la propia Stein, a Honor Wyatt o a James Reeves. Riding había nacido en Nueva York en 1901, estudió en la Universidad de Cornell y desde que a los veintipocos años empezó a dar a conocer sus poemas hasta que abandonó la escritura de poesía en los años 40, publicó cerca de una veintena de libros. Su escritura se reconoció como exigente y especial. Vivió en Inglaterra, Egipto, España, Francia y Suiza antes de volver a los Estados Unidos e instalarse en Wabasso, en el estado de Florida, hasta su muerte en 1991. Durante la segunda mitad de su vida se dedicó al cultivo de frutas cítricas, con su marido, el crítico Schuyler B. Jackson, para sufragar su escritura. Aunque a partir de entonces publicó muy ocasionalmente, se zambulló en la composición de un diccionario que se fue complicando hasta convertirse en un estudio sobre la naturaleza del lenguaje −es lo que llevaba estudiando toda su vida, de manera práctica, en sus poemas y sus andanzas− que se publicó por fin en 1997 con el título de Rational Meaning: A New Foundation for the Definition of Words and Supplementary Essays.
Mientras que la obra de Graves ha sido muy difundida en España, de Riding apenas había nada publicado, hasta ahora, que acaba de aparecer un libro de lo más curioso en la editorial greylock. Los expertos están perplejos se publicó originalmente en 1930, cuando la autora tenía 29 años. El libro tiene casi cien años pero todavía cruje. Es una colección de prosas que sigue una lógica sacada de quicio. Se plantean situaciones fabulosas o de aire abstracto, cuyo desarrollo dramático depende íntimamente de cómo se fuerza el lenguaje. A veces parecen pequeños tratados filosóficos delirantes, pero lo verdaderamente asombroso es que no llegan a perder pie; siempre se mantiene un hilo de sentido, y mucho más firme que el que encontramos en un lenguaje convencional, sostenido por el consenso. Es decir, si hablásemos en serio, lo dicho tendría este aspecto. Las historias se componen mediante repeticiones con mínimas variaciones, con silogismos que dentro del sistema funcionan perfectamente, aunque si se sacan de contexto revelen su locura. De esta manera, a veces se consigue un efecto cómico, a través del cual advertimos siempre el muy firme edificio que ha construido Riding con las palabras. Un efecto no funcionaría sin el otro.
Una de las piezas más asombrosas es precisamente la más larga, La señorita Banquett o la población de Cosmania, que empieza así: “La señorita Banquett emprendió aquel viaje porque era hermosa, no por vacaciones”. El viaje de la señorita Banquett comienza con un naufragio, y a medida que la vamos acompañando en sus aventuras asistimos al despliegue prodigioso de una verdadera teología. La peripecia se desenvuelve con un aire naif, con personajes como de cuento, pero lo que se está montando delante de nuestros ojos es una moderna mitología que tiene que ver con la belleza y su contemplación y con la relación entre los vicios y las virtudes y que no desmerece ninguna de las mitologías clásicas. Yo siento volver a sacar a Graves para hablar de Laura Riding, como si para justificar el interés de la obra de ella fuese preciso recurrir a la mayor fama de él, pero la lectura de estas páginas sugiere que la potencia imaginativa a partir de la que Graves produjo gran parte de su obra se debe en gran medida a sus relaciones con Laura Riding. Su influencia en La Diosa Blanca está reconocidísima, pero en esta pieza de 1930 es bastante evidente la similitud con Siete días en Nueva Creta, novela publicada en 1949.
Hay también Un mensaje para los Estados Unidos de América, alucinante y lleno de fuerza, consistente en una especie de retrato espiritual de la patria de Riding, que consigue una muy difícil mezcla vanguardista entre lo chulesco y casi punki y la clarísima exposición de los rasgos de una comunidad. Se acaba produciendo una especie de recolocación del papel de los países en el mundo, más que desde un punto de vista geopolítico, desde uno espiritual.
En estas piezas y las demás lo que percibimos es una inteligencia brillante y un sentido de la literatura de corte casi sobrenatural. Además resulta muy divertida. Riding exprime las posibilidades de cada frase y casi podemos ver cómo párrafo a párrafo compone virtuosamente la pieza. Me ha parecido un libro subyugante, y la traducción, de Paula Zumalacárregui Martínez, excelente. La traducción de una obra como esta no solo sirve para que puedan leerla los interesados, ya que, a estas alturas, gran parte de los lectores españoles interesados que puedan sacar algún disfrute de la lectura de la literatura de Laura Riding podrían leerla en su lengua madre, el inglés, sino también para convocar la atención sobre su figura y recuperarla para el panorama editorial en español. En los próximos meses, la editorial greylock seguirá contribuyendo a la compleción de la inmensa e imaginaria biblioteca con dos libros más de Laura Riding. Su obra señala unos modos de hacer que, por mucho que se hayan iniciado hace casi un siglo, aún señalan muchos caminos que no se han agotado en las décadas que nos separan de su publicación original. Me refiero a caminos literarios, pero también a caminos vitales.
Los expertos están perplejos
Laura Riding
Traducción de Paula Zumalacárregui Martínez
greylock, 2024
153 páginas
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).