En el Reino Unido, cada vez se empuja más a los autores a contratar a lo que se denomina como “lectores de sensibilidad” cuya tarea consiste, realmente, en ser fact checkers morales (no sé si el fenómeno es tan común en el resto de la anglosfera -Canadá, Australia y Nueva Zelanda-, pero aunque no lo sea sin duda es solo cuestión de tiempo que lo sea). Esos lectores de sensibilidad están ahí para detectar y advertir a sus clientes autores de lo que la escritora de viajes y comentarista Monisha Rajeesh describió en una columna en The Guardian como “contenido ofensivo”. Rajeesh insistía en su texto en que “Nadie vigila la imaginación o le dice a los autores sobre qué deberían escribir y sobre qué no”. Eso puede ser cierto de la propia Rajeesh, pero sin duda no lo es de muchos otros que están de su lado en el debate. En todo caso, es totalmente deshonesto por su parte, porque aunque no les diga a los autores qué deberían escribir sobre algo o qué personaje retratar en una novela, les está diciendo cómo deberían hacerlo. Y más o menos lo admite en la siguiente frase cuando dice: “Tenemos una obligación de diligencia debida antes de empezar a escribir”.
En el British Bookseller, la escritora y editora Tara Tobler elogia a escritores de color por “dar un paso adelante para decir que el inglés blanco podría hacerse más compasivo, más inteligente, más preciso”. “¿Por qué diablos -se pregunta Tobler (que es blanca)- no les damos las gracias?” Y continúa: “El lenguaje inclusivo está ahí porque el lenguaje racista es un fracaso. Fracasa ética y estéticamente. Causa trauma [las cursivas son mías]. Es reductor. Está cargado de clichés”. Con fingido asombro, concluye: “no sé por qué alguien querría luchar por aferrarse a él”.
Que a Tobler no le guste lo que llama “la novela blanca”, que considera “infestada de parálisis y narcisismo” precisamente porque esta rechaza la reforma moral del “inglés blanco”, es cosa suya. Pero cuando escribe que para los escritores y editores “rechazar la obra del antirracismo es no entendernos a nosotros mismos tal como existimos en el mundo, y el mundo en su verdadera complejidad”, es “rechazar escribir o publicar bien”, presenta una visión de lo que hace la literatura que está totalmente politizada. Ofrece a los demás editores el mismo binarismo woke repugnante al estilo de Kendi y DiAngelo –blanco/no-blanco–. La literatura que es inclusiva y antirracista es buena literatura; la literatura que no lo es es mala literatura. La literatura, por utilizar una palabra que Tobler emplea varias veces en su artículo, debe tener un mensaje para valer algo. Y no cualquier mensaje, sino el mensaje moralmente correcto. Ahí quedó, entre otras cosas, la abstracción.
El abyecto absurdo de la idea del inglés blanco debería ser evidente por sí mismo, aunque, si existiera en absoluto, lo que no es el caso, ese binarismo requeriría excluir a novelistas no blancos como Ellison o Naipaul, o poetas como Walcott, que escribían en un inglés “no reformado”. Pero Tobler habla por muchos jóvenes escritores y editores en el mundo de habla inglesa, y eso es lo que hace que sus argumentos, como los de Monisha Rajeesh, resulten tan destructivos como el esencialismo racista, que en el fondo es lo que están vendiendo: siempre es eso. Pero, como esta opinión se ha extendido tan ampliamente en la anglosfera, no es muy sorprendente que los “lectores de sensibilidad” sean cada vez más buscados, por parte de autores (blancos) y, cada vez más, de editores. Porque si escribir bien significa por definición ser inclusivo, antirracista, etc., es obvio que los escritores querrán protegerse de lo que antes he llamado fact-checking moral.
Lo que más me asombra de todo esto es la visión romántica de la vocación del artista, el rechazo a admitir que gran parte de la literatura perdurable del pasado era inmoral o amoral. Pero en 2021 esto no sirve. Igual que los victorianos, por mojigatería sexual, intentaron incluso cubrir las patas de los pianos, los victorianos del siglo XXI como Rajeesh y Tobler intentan, por una nueva forma de mojigatería moral politizada que navega bajo la bandera del antirracismo y la inclusividad, y también bajo la medicalizada fetichización del trauma, imponer la idea de que el arte moralmente defendible es el único arte aceptable.
Traducción de Daniel Gascón .
Publicado originalmente en el blog del autor.
David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.