Dicen que llegó a montar obras de teatro en tres días, que dirigía a los actores mientras garabateaba dibujos en un cartoncillo con plumones, que prefiere los animales a los seres humanos. Quienes lo conocen parecen coincidir en lo mismo: es un excéntrico encantador; un hombre que, para encontrar lo fundamental, prescinde de lo accesorio; un artista que no le teme a la falta de certezas; un alma dispuesta al juego. Por ello que los honores y los protocolos se antojen tan opuestos a su espíritu travieso. Pero cómo no celebrar la feliz obra y presencia de Hugo Hiriart, quien ha logrado –durante poco más de ochenta años– una labor inigualable: restituirle al mundo un poco de su imaginación, tantas veces minada.
Ese mérito no resulta menor y, por ello, este año el Festival Cultura UNAM le preparó un homenaje. El festejo inició en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario el pasado domingo 28 de septiembre. Además de las elogiosas palabras de Juan Meliá, Rosa Beltrán y Juan Ayala, se presentó el montaje de un fragmento de su obra de teatro Ámbar: la escena en donde cinco pasajeros de tren conversan sobre las cosas que suceden cuando se atraviesa un túnel. En ese fugaz imperio de las sombras, en el lapso que transcurre mientras el vagón queda en la penumbra, acontecen eventos insólitos. Una anciana –en esta ocasión interpretada por la siempre estupenda Laura Almela– cuenta que, tras pasar por el túnel del Cabezón, su prima Carolina decidió casarse con el tío Higinio y descubrió, asimismo, que había aprendido el holandés y a tocar la mandolina.
Esa creatividad ilimitada de Hugo Hiriart –capaz de concebir que la realidad sea otra simplemente por apagar la luz– anudó una conversación entre seis de sus amigos y lectores más íntimos: Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Antonio Castro, Ángeles Mastretta, Héctor Aguilar Camín y Germán Jaramillo. Reunidos con el propósito de compartir anécdotas e impresiones sobre su valiosa y heterogénea obra, construyeron un retrato colectivo.
¿Por qué resulta tan singular la escritura de Hiriart? Quizá porque ha logrado, con “inimitable gracia”, crear un “universo distinto, enteramente suyo”. Se trata, en palabras de Krauze, de un mundo personal edificado por un “escritor filosofante”. Hiriart es heredero de una sólida tradición literaria donde se citan Alfonso Reyes, Julio Torri, Juan José Arreola –a quienes, por cierto, conoció– y otros más como G. K. Chesterton o Marcel Schwob. De ahí que, para Sheridan, sea un representante “de una tipología en particular que no abunda: la del heterodoxo mexicano”. Esa “impúdica turba” de escritores “amigos del fragmento y el retazo que, por no saber a dónde quieren llegar, agitan las aguas con el remo de la duda y la acidez de su imaginación: la encomiable advocación de la anomalía”.
Hiriart, añadió Sheridan, parece vivir en una “perpetua ocurrencia” que le permite hacer conversar su vida interior con las cosas que lo rodean; pues “¿quién más podría poner en la misma página a Marsilio Ficino y a un carro de hot dogs?”. Esa capacidad por integrar mundos antitéticos es la que, para Aguilar Camín, conforma el signo de su elegancia: descubre lo que es a la vez inesperado y verdadero, pasa “sin solución de continuidad de un orden de realidad a otro” y con ello nos invita a la sorpresa.
También su relación con el teatro ha sido una perpetua invocación del asombro. Así lo refirió el director Antonio Castro, con quien Hiriart ha tramado incontables proyectos basados en su idea de que “para mejorar la calidad del teatro se debe adelgazar el tamaño de la producción”. Tomando como ejemplo una carta de Lope de Vega, Hiriart solía expresar: “Hay escritores y productores que se tardan seis meses en una obra, mientras que Lope escribía y montaba en un día; algo estamos haciendo mal”. Incluso, dicen, se ufanaba de las innumerables bondades de no tener dinero para un montaje. “Su gran pasión”, añadió Castro, “ha sido siempre no saber qué va a ocurrir, dejarse afectar por el proceso y por los accidentes”.
El actor colombiano Germán Jaramillo también rememoró lo que significó encabezar una obra como El rey viejo, versión libre que Hiriart hizo de El rey Lear de Shakespeare y que dirigió con su extravagante método: guardando para sí las palabras, se concentraba en el dibujo y apenas dirigía una mirada con la que era capaz de expresar todos sus pareceres. Para quienes, por conocer al ensayista y al maestro, desconozcan al Hiriart dramaturgo, al guionista y al pintor, los próximos días se presentarán algunas lecturas dramatizadas de sus obras en el Teatro Santa Catarina (del 2 al 5 de octubre) y en el Centro Universitario de Teatro (8 de octubre); sus películas, en el Cinematógrafo del Chopo y en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (9 y 10 de octubre), así como una muestra de casi cuarenta obras plásticas en el vestíbulo de la Sala Covarrubias.
Después de escuchar las diferentes intervenciones de sus amigos y colegas, se podría asegurar que Hugo Hiriart, además de ensayista, pintor, maestro, dramaturgo es un devoto observador de perros. Sheridan mencionó que ambos se conocieron hace cincuenta y cinco años en una casa donde habitaba un perro salchicha llamado Tamarindo, Castro rememoró que en su primer encuentro escuchó quejarse a Hiriart de cómo su fox terrier Timoteo se había atrevido a orinar los papeles de su escritorio, Aguilar Camín señaló que mientras acariciaba a un perro y citaba a sus filósofos de cabecera ponderó: “cómo nos miran los perros, alguien tendría que decirles que son mejores que nosotros”.
Cuánto se parece el Hugo Hiriart que conocen sus amigos al que conocemos sus lectores. Inquieto, sabio, juguetón. A su homenaje no llegó de frac ni engalanado por colores sobrios, sino cobijado por un traje marrón de elegante humildad. Sonrió, sobre todo, ante los comentarios más desparpajados. El gesto habitualmente solemne del aplauso de pie se sintió en la sala como una expresión sincera de gratitud y cariño. La forma de estar de Hiriart ilustró las palabras de Ángeles Mastretta: “no le importa escuchar que él es importante. De ahí, entre otras maravillas, su importancia”. ~