Foto: INBAL

La lección de los maestros

Discurso leído durante la entrega del Premio Internacional Alfonso Reyes 2022.
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Gracias es la primera palabra que digo. Muchas gracias a las instituciones convocantes; al jurado del premio; a las autoridades y amigos que en esta ocasión nos acompañan. Hoy tengo el privilegio de estar frente a ustedes y no puedo más que admitir mi enorme turbación que intentaré paliar recordando que en 2007, en una ocasión similar, George Steiner citó los versos de Alfonso Reyes que nos dicen: “a siglos de distancia / la sangre es siempre una”. Al citar “Homero en Cuernavaca”, Steiner no solo distinguió la fe universalista de Reyes, sino la suya propia.

Con ese hilo de la conversación quiero enhebrar la aguja para sumarme a la plática. En “El caracol y la sirena”, Octavio Paz nos dijo que “ser coetáneo” de Goethe o Tamerlán era una coincidencia en la que no había intervenido la voluntad; “desear ser su contemporáneo –dijo–implica la voluntad de participar, así sea idealmente, en la gesta del tiempo, compartir una historia que, siendo ajena, de alguna manera hacemos nuestra”. Quienes este año formaron parte del jurado me invitan a acompañarlos y es mi voluntad convertirme no solo en su contemporánea, sino en la de todos los que aquí vinieron con un mismo propósito: agradecer la invitación y honrarla. Viendo los nombres inscritos en la historia de este premio, la tarea se me antoja imposible, pero si la literatura nos congrega, ella misma, también, debe salvarnos y aquí solo soy un aprendiz.

Gran literatura es aquella que construye una metáfora tan amplia que nos incluye a todos. Más allá del color de mis manos, el tono de mi voz, la forma de mi sexo, la religión que yo profese o no, hay algo que me une al otro, a ese otro que es distinto de mí, pero es mi semejante. Independientemente de nuestra identidad, anhelos o apetencias; de nuestro origen, la lengua en que charlemos o el documento que exhibe nuestra nacionalidad, la literatura y el arte nos vuelven ciudadanos del mundo. Estamos aquí, pero asimismo en Troya; somos Cordelia y también Josie Bliss. Somos Funes. Leemos junto a Emma mil novelas románticas o deshojamos viejos manuales de caballería. Tenemos la furia de Raskólnikov o la piedad de Aliosha y todos los días sufrimos igual que Josef K. Sentados “sobre una piedra aparente”, somos capaces de ver el centro de la tierra, volvernos por instantes Homero en Cuernavaca o acompañar a Maqroll en viaje por la selva. Nos alumbra el sol de Monterrey y deseamos ser dignos de las nubes del Valle de México. Viajamos en un libro.

Somos “contemporáneos de todos los hombres”, pero hemos olvidado el latín. ¿Quién viene, en esta hora del mundo, a recordar esa lengua olvidada? Junto con Reyes, hemos dicho mil veces “Quiero el latín para las izquierdas”, pero olvidamos que lo dijo en una ocasión cardinal, cuando en 1932 el presidente de México llamó a conmemorar el segundo milenio de Virgilio, el poeta. Hoy nos cuesta trabajo imaginar que alguna vez las autoridades de este país creyeron que en lo universal estaba también lo mexicano, que un mismo río de cultura nos bañaba y podía unirnos. Aquella vez don Alfonso advirtió que olvidar el latín o ignorar su importancia nos llevaría a “decretar la abolición total del saber humano, por mal entendida piedad para los analfabetos que antes y ahora han abundado en la tierra”. Entonces, Reyes pronunció la frase que debería ser nuestro ideal político: “igualar hacia arriba, no hacia abajo”. Ése debería ser siempre el espíritu que animara la defensa de la cultura y de la educación.

Un año más tarde, el hombre que reclamó para nosotros un lugar en el concierto de las naciones escribió desde Brasil una misiva para celebrar el nacimiento de esta Universidad. “Voto por la Universidad del Norte” se llamó aquel escrito donde Reyes nos enseñó que los profesionistas mexicanos serían mejores mexicanos entre mejores profesionistas fuesen. Nos pidió que abandonáramos las querellas estériles sobre el nacionalismo y nos dedicáramos a las obras, al trabajo, con la certeza de que, dijo, “la cultura quiere alumbrar por igual a todos los hombres –y este todos los hombres lleva en sí el postulado político. Oigan los que saben oír, hagan los que saben hacer: la cultura debe ser popular y nadie tuerza mis palabras ni piense que he dicho demagógica”.

Sobre la demagogia y sus peligros, cuarenta años después Octavio Paz nos previno. En 1976, luego del conocido golpe del presidente Echeverría a Excélsior, apareció el primer editorial de la revista Vuelta. Un espíritu igualmente universal, no dogmático, plural, animaba al poeta cuando dijo: “los populistas tienen una idea más bien baja de la inteligencia y la sensibilidad de la gente. En el fondo del populismo hay un gran e inconfesado desprecio por el pueblo”.

Seguramente soy ingenua porque pienso que la literatura es eslabón que puede unir las diferencias. La poesía, ya nos lo dijo Gabriel Zaid, es “fundamento de la ciudad” y “la inspiración creadora no sólo hace versos: sopla y lo mueve todo. En ese movimiento, la práctica no es algo estrecho, mecánico y sin misterios, sino creación; y la poesía es práctica: hace más habitable el mundo”. La poesía siempre está ahí, digo yo. Es para todos siempre que todos creamos que no hay una sola vía, pues cada poema encuentra a su lector. No es, entonces, adorno: es historia, revelación, transgresión, diversidad, política, celebración, indignación… Es un modo de ver el mundo y el mundo es muchos mundos; también muchas palabras.

“Todos los días nos sirven el mismo plato de sangre”, dijo Paz en su “Ejercicio preparatorio” y –si hoy se me concede– yo añadiría, en ese plato, a las palabras: “Todos los días nos sirven el mismo plato de sangre” y de palabras. Alrededor de ellas, y con ellas, cada mañana construyen castillos de mentiras y de agravios.

Aquí también nos han traído las palabras, otras palabras. Un gesto de concordia nos reúne, porque aún la entrega de un premio es un gesto que dice. En estos días oscuros para México, agradezco otra vez a quienes hoy han venido a acompañarme, a las instituciones convocantes y a la Universidad, que con esta ceremonia extraordinaria no me celebra a mí, celebra la cultura; pero a mí me ha permitido venir a honrar a mis maestros.

Muchas gracias.

Discurso leído durante la entrega del Premio Internacional Alfonso Reyes, el 23 de noviembre de 2022, en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

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(Ciudad de México, 1961) es poeta, ensayista y editora de poesía en Letras Libres. Este año su libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020) recibió los premios Mazatlán de Literatura y Xavier Villaurrutia.


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