Me niego a aceptar lo sucedido y declaro solemnemente que no pienso echar de menos al recientemente fallecido escritor británico, maestro y amigo David Lodge. Y baso esta declaración en tres razones fundamentales.
En primer lugar, tengo sus libros (para más señas en papel y algunos subrayados con lapicero). Los he colocado todos juntos en cuanto me he enterado de su fallecimiento e inmediatamente he sentido su presencia, a la vez tímida y traviesa, siempre inspiradora, a mi lado. Nadie puede morir del todo si deja una obra escrita tan redonda como la de David Lodge. Quizá por eso nos hacemos escritores, una iniciativa cada vez más frecuente, porque todos aspiramos a la inmortalidad a través de la ficción, dejando nuestra voz impresa en las páginas de los libros.
En segundo lugar, no voy a echar de menos a David porque conservo todos los correos que nos intercambiamos desde que allá por el año 2001 le escribí sin siquiera estar seguro de dirigirme al David Lodge con quien quería contactar. Han sido más de veinte años de intercambio epistolar contándonos proyectos literarios, confesando mis dudas y mis miedos, y deseándonos la mejor de las suertes en la literatura y en la vida. En tercer lugar, no voy a echar de menos a David porque guardo las fotos que nos hicimos en el festival La Risa de Bilbao en septiembre de 2011, donde él fue homenajeado y yo le hice una entrevista repasando su trayectoria profesional en una abarrotada sala BBK. Para mí aquel encuentro fue un sueño hecho realidad, conocer nada menos que a quien considero uno de mis maestros literarios. Pasamos tres días juntos, con Mary, su esposa, que era una mujer encantadora, con un sentido del humor agudo y generoso. Paseamos por la ciudad y compartimos comidas y desayunos, como dos viejos amigos que acababan de conocerse, si es que tal cosa es posible.
No voy a echar de menos a David Lodge y sin embargo ya he comenzado a releer su obra, desde su primera novela, The Picturegoers, publicada en 1960 hasta la última, Deaf Sentence, de 2008, pasando por su famosa trilogía de campus, compuesta por Changing Places (1975), Small World (1984) y Nice Work (1988), sin olvidar Paradise News (1991), Therapy (1995) o Thinks… (2001). Todas estas novelas, dramas con un altísimo potencial cómico, pueden encontrarse traducidas al castellano en la Editorial Anagrama. Posteriormente escribió dos novelas más, con un trasfondo histórico, basadas en vivencias de escritores anglosajones a los que admiraba. Fueron Author, Author (2004), protagonizada por un Henry James que se debatía entre la calidad literaria y el éxito de público y ventas, también con versión castellana en Anagrama, y A Man of Parts (2011) donde recuerda las andanzas amorosas y literarias de H.G. Wells, esta última publicada en nuestro país por Impedimenta.
También quiero recordar a David a través de su otra vida, la académica. Durante más de veinticinco años fue profesor de literatura en la Universidad de Birmingham y su obra no literaria es de un valor incalculable, por ser además muy prágmática. Tengo ante mí The Art of Fiction (1992) y The Practice of Writing (1997), en las que, a través de ejemplos concretos de autores y obras de la literatura universal, habla del arte de escribir y también del arte de leer, usando el análisis y la reflexión en cada caso, sin olvidar nunca el entretenimiento del lector.
En definitiva, no voy a echar de menos a David, porque no quiero admitir que se ha ido un amigo, un maestro y un clásico de la literatura inglesa de finales del siglo XX. Su obra de ficción fue paralela a su vida real, de modo que sus personajes iban creciendo y madurando a lo largo de su carrera, desde un joven profesor universitario hasta un anciano ya retirado de la vida académica. Sus personajes son él, o una parte de él. Y por si eso no fuera suficiente, tengo su autobiografía, publicada en tres volúmenes, Quite A Good Time to be Born: A Memoir: 1935-1975, Writer’s Luck: A Memoir: 1976-1991 y Varying Degrees of Success: A Memoir 1992-2020.
En todos esos libros llenos de literatura e inteligencia, a medio camino entre la comedia y el drama, es donde pretendo encontrar el consuelo de haber perdido a un amigo tan querido, a un maestro tan lúcido y a un autor tan admirado al que siempre echaré de menos, no importa cuántas razones haya para no hacerlo.
Joaquín Berges es escritor.