Foto: Abril Cabrera A. / Secretarรญa de Cultura, CC BY-SA 2.0 , via Wikimedia Commons

No es solo el tigre: razones para leer bien a Eduardo Lizalde

Poeta fundamental del siglo XX, Eduardo Lizalde deja una obra tan original como derivativa, tan sincera como absurda, que recuerda que cualquier concepto o ideologรญa puede ser articulado efectivamente si se dice bien.
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Nuestro รบltimo encuentro fue en la fila de solicitudes para el pasaporte. Lleguรฉ, mรกs o menos peinado, al mรณdulo de la Villa Olรญmpica para renovar mi documento y ahรญ estaba รฉl, saliendo con su porte inconfundible y con el barรญtono que tantas veces he escuchado en lecturas, conferencias, entrevistas, videos de YouTube, parodias ebrias hechas por amigos, y demรกs. Si alguien me preguntara con quรฉ celebridad me he encontrado mรกs frecuentemente, no dudarรญa en responder โ€œEduardo Lizalde”, aunque mi interlocutor no supiera de quiรฉn hablo o, como mi madre, lo confundiera con su hermano. El tigre, como le dicen, es una presencia constante en mi vida: admirรฉ su poesรญa, como mis amigos, en preparatoria y licenciatura. Leรญ El tigre en la casa, La zorra enferma, Cada cosa es Babel, Tercera Tenochtitlan y hasta Algaida con cierta devociรณn entre 2012 y 2014, en plena gestaciรณn de mi voz escritural. No puedo dejar de decir, sin embargo, que la influencia del poeta venรญa conjunta con la primera escuela literaria que tuve: talleres y lecturas de poetas que lo tomaban como modelo a seguir e, intentando remedar sus textos con lenguajes y estrategias similares, caรญan en una afectaciรณn bastante patรฉtica. La รบnica persona que podรญa escribir como Lizalde, en realidad, era รฉl mismo.

Eventualmente, con el proceso de maduraciรณn y reconocimiento del gusto que lleva todo aquรฉl que le invierte demasiada energรญa a un propรณsito vacuo, me fui dando cuenta de las fisuras en su poesรญa. La obra joven del poeta โ€“como lo escuchรฉ lamentar en 2015, en su discurso al recibir el doctorado honoris causa de la Facultad de Filosofรญa y Letrasยญโ€“ estรก bordada con la fenotรญpica machista tan reconocible de โ€œlo mexicanoโ€, se reviste de tropos nihilistas que podrรญan salir del cuaderno de un adolescente (โ€œsi estas lรญneas fueran gotas, serรญan orinesโ€) y hay que confesar que su reimaginaciรณn del lenguaje poรฉtico grecolatino, otrora rupturista e innovadora, ha envejecido muy mal. Sin embargo, de lo mismo y mรกs podrรญamos acusar a poetas de su generaciรณn, anteriores y actuales (los veo, Papasquiaro y Efraรญn Huerta), sin que alguno de ellos llegue a la relevancia literaria, a la creatividad irredenta con el lenguaje, que lucen sus poemas. Como tambiรฉn hicieron Gerardo Deniz, Rosario Castellanos o Tomรกs Segovia, รฉl estableciรณ una interpelaciรณn profunda con la poesรญa como discurso, llegando a profundidades filosรณficas de una manera excepcional que no se queda solo en el nivel simbรณlico: Lizalde juega con las ideas y con el lenguaje, construye un mundo contradictorio donde nada vale la pena, pero aun asรญ hay que seguir viviendo.

Para entender a profundidad su obra, habrรญa que pensar en su persona lรญrica no tanto como un โ€œyoโ€, sino como la suma de conclusiones derrotistas de la poesรญa misma hasta el siglo XX. Su obra, animada tanto por el fulgor de lo erudito como por la carcajada joyceana hacia el vacรญo, estรก plagada de referencias, formalidades, sรกtiras directas y veladas que construyen un imaginario tan complejo como divertido.

Por ejemplo, pensemos en Al margen de un tratado, una de sus mejores obras (y por lo mismo, una de las menos leรญdas). En este libro, Lizalde se enfrenta con el Tractatus de Wittgenstein de una manera suelta, que a veces corresponde, a veces cuestiona y a veces increpa al filรณsofo creando un espacio en donde el poema funciona como ensayo de ideas, incluso como tesis epistemolรณgica, dรฉcadas antes de que ese modo de proceder se pusiera de moda en el mercado estadounidense. En lugar de un Yo lรญrico exacto, lo que leemos es una serie de fragmentos que se interrogan entre ellos sobre la verticalidad de la relaciรณn entre palabra e imagen, sobre la posibilidad de decir โ€œalgo” claramente, y en fin, convienen frente a la imposibilidad de razonar โ€œesa sabrosa tautologรญa del ser” que es la existencia. ยฟPodemos conocernos a nosotros mismos a partir de las palabras?, el libro parece preguntarnos, y por respuesta nos otorga un profundo no: las cosas no llegan a una explicaciรณn definitiva e incluso Wittgenstein se desdijo de su tratado. La complejidad de este ejercicio demuestra que hay algo mรกs allรก de la rabia de los primeros libros lizaldeanos: pervive un pensamiento en el que la poesรญa no sirve solo para ella misma, sino que es un medio de interpretaciรณn del mundo que no sirve de nada pero, al descreer de toda razรณn absoluta, comunica al cuerpo con el confort precario de escribir.

Al mismo tiempo que trenzaba filosofรญa con poesรญa, demostrando cรณmo hacer un poema-ensayo antes de que existiera la fรณrmula de Maggie Nelson, Lizalde tenรญa un conocimiento profundo de las fuentes que construyen e interpelan a โ€œlo mexicanoโ€. Del surrealismo trasnochado del poeticismo al resentimiento juvenil de El tigre en la casa, de la precisiรณn satรญrica y acรฉrbica de Tabernarios y erรณticos a la intensidad poliรฉdrica y erudita que exhibe en sus traducciones como Otros tigres y su versiรณn de Las rosas de Rilke, lo guรญa el mismo รญmpetu poรฉtico: una voz tan propia, tan segura y tan aterrizada en el espacio cognitivo de โ€œlo mexicanoโ€ como la de un Juan Gabriel o un Josรฉ Alfredo que, al mismo tiempo, se encuentra en una voz profundamente intelectual y culta, y aรบn mรกs, encuentra el sentido del humor para reconocer tamaรฑa paradoja. Su poesรญa, como pocas, toca las sensibilidades de lo culto y lo popular, y disgrega el abismo entre ambas construcciones hasta que no queda mรกs que un espacio de reconocimiento en el que lo uno y lo otro, lo familiar y lo desconocido, lo inmediato y lo arcano, dialogan para problematizar quรฉ es la poesรญa, quรฉ el lenguaje, y quรฉ es lo que estamos haciendo en este mundo incierto como bolsas de carne que se han nombrado โ€œmexicanas.โ€

Hasta ayer, podรญamos decir con seguridad que Lizalde es el mayor poeta vivo de Mรฉxico, y ese sentir rompรญa gustos, gรฉneros y mafias literarias. Su influencia estรก marcada tanto en los centros como en la periferia, y su obra tan original como derivativa, tan sesgada y passรฉ como renovadora y estimulante, tan sincera e รญntima como performรกtica y absurda, nos recuerda que el quehacer poรฉtico es, a fin de cuentas, un trabajo que se ejerce desde el lenguaje: cualquier ideologรญa, cualquier concepto, puede ser articulado efectivamente si se dice bien. En estos momentos, cuando hemos perdido a nuestro poeta mayor, habrรก que recordar que la escritura es un juego de palabras y, por lo tanto, no existen fieles ni clรฉrigos de su obra. Los intentos de apropiaciรณn que enuncien a Lizalde solamente como โ€œEl tigreโ€ que escribรญa poemas rancios desde la masculinidad hegemรณnica muestran parcialmente un trabajo que cuestiona la escritura misma, el de un renovador del decir poรฉtico en la literatura mexicana. Despuรฉs, acaso, de Octavio Paz y Abigael Bohรณrquez, Eduardo Lizalde es el poeta fundamental de nuestro siglo XX.

Para cerrar este recuento, me quiero acordar de una escena: en una lectura-homenaje que se hizo a la par entre Ernesto Cardenal y Lizalde, el primero acaparรณ el micrรณfono, declamando uno por uno y con las mismas interjecciones los poemas que ya habรญa enunciado en el homenaje que, un par de aรฑos atrรกs, se le ofreciรณ en Bellas Artes. La reacciรณn del pรบblico, como siempre en un evento asรญ, fue de vituperio. Lizalde, en los escasos minutos que le quedaban despuรฉs del lucimiento de la lumbrera nicaragรผense, dijo que no tenรญa mucho que decir y procediรณ a recitar un poema que desconfiaba de Dios, de las grandes narrativas y los discursos salvadores que el otro poeta enunciaba como promesa. Yo, en mi cinismo universitario que ya habรญa pasado exactamente por la misma experiencia que ofrecรญa el anterior, recibรญ el poema de Lizalde como si fuera un ansiolรญtico. Eso es lo que me queda del poeta: voluntad de, frente a los grandes discursos, imponerse a ejercer algo de malicia, una bรบsqueda por cuestionar y deconstruir, un encontrarle los tres pies al gato del lenguaje que sobrevive a la vida misma: una voluntad por ejercer el odio libremente. Atesoro haber vivido en el tiempo en que viviรณ Eduardo Lizalde, haber coincidido con รฉl en filas burocrรกticas, calles, homenajes y lecturas, y reclamo la pertenencia de su legado a quienes buscan una poesรญa antidogmรกtica y rupturista desde el conocimiento del yo y la materialidad del lenguaje, en lugar de los rimadores rancios que, con una idea formada a travรฉs de poemas escogidos y hechos un ovillo de redes sociales subsistentes de poesรญa de la experiencia chafa, se proclaman como sus herederos. Me gusta pensar que lo que nos quedarรก de Lizalde no son tales espacios agotados y vanos, sino la energรญa misma, la voluntad que propulsa sus poemas al presente y abre caminos para resistir nuestra ridรญcula, tautolรณgica existencia.

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(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracciรณn continua, fue publicado por el FOEM en 2022.


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