En 2024 se cumplieron cien años de la publicación del Primer Manifiesto Surrealista. Puede leerse aquí, en una edición que contiene los dos manifiestos; allí André Breton, papa del surrealismo, expone las líneas maestras del movimiento, que tienen que ver, al menos en ese primer manifiesto, con el acceso al subconsciente y la liberación de ese yo profundo y auténtico, no mediado por las normas sociales, etc. De ahí la importancia de los sueños y su parentesco con el psicoanálisis y Freud. El panfleto tiene momentos muy divertidos, algunos brillantes, y también es un poco una broma privada entre amigos que quieren hacer extensa. Define el surrealismo: “Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral.” Hoy es una palabra un poco vaciada a fuerza de usarla mal, como sinónimo de absurdo, paradójico; un poco nuestro amazing. Escribe Breton en el primer manifiesto: “Yo creo firmemente en la fusión futura de esos dos estados, aparentemente tan contradictorios: el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de superrealidad. A su conquista me encamino, seguro de no lograrla, pero con la suficiente indiferencia hacia mi muerte como para calcular un poco el placer de tal posesión.”
Sucede con las cosas surrealistas que a veces dicho tenía más gracia que ejecutado, por eso creo que algunas cosas del surrealismo siguen siendo valiosas y útiles como paso previo. Por ejemplo, la predisposición a dejarse llevar, a perder el control durante la escritura –se puede retomar luego, en la corrección–. Con respecto a hacer caso al mundo onírico, creo que es muy difícil no resultar un plasta: lo lograba el cineasta Gonzalo Suárez con su último libro de cuentos, El cementerio azul, y lo buscaba David Lynch en todas sus películas, series, etc. Esto que cuenta Breton es tentador para una escritora marmota con hijos como yo: “Se cuenta de Saint-Pol-Roux que todos los días, en el momento de irse a dormir, hacía colocar en la puerta de su residencia de Camaret un letrero en el que se leía: EL POETA TRABAJA”. Pensaba en esto a propósito de la pregunta de qué queda del surrealismo en la literatura española contemporánea. Las estrategias, los dispositivos, las consignas: los escritores que más me seducen suelen entender la escritura de una manera similar a como lo hacían los surrealistas. Es decir, se utilizan esos mecanismos para acceder al subconsciente, asomarse al interior, por peligroso que sea. Siempre son más divertidos los que van a por el peligro que los que pretenden gustar a todos: escribir la novela que complazca, una cosa inofensiva que poder regalar sin miedo a que te retiren la palabra. Suelen hacer más dinero los que hacen esas novelas de taquillón.
Anónimo García coordinó el ciclo de conferencias que esta revista organizó en colaboración con el Círculo de Bellas Artes. Además de aragonés como Buñuel, Anónimo ha estudiado a los situacionistas, como demuestra en este artículo.
Creo que Breton se equivocó al decir que ya no es posible el escándalo, es decir, entiendo lo que quiere decir y estoy de acuerdo en parte, pero lo que sucede ahora es que nadie quiere escandalizar, pero a la masa le gusta escandalizarse. No hay escándalo refrescante, juguetón o explosivo que desvele nada. Hay escándalo enfurecido y en masa, y dura aproximadamente 30 segundos. Porque como vivimos en un estado de perpetuo escándalo, enseguida hay que pasar a otra cosa.
Otra cosa que acabó con el surrealismo, como explica Anónimo en su texto, fue el propio éxito del movimiento: al llegar al mainstream se desvirtúa. Pasa un poco con las acciones de inspiración surrealista, que es muy difícil que se alejen de los juegos de campamentos: la diversión y el gamberrismo no puede ser vertical, ¡no te pueden obligar a divertirte! Los surrealistas no querían el poder, lo despreciaban, se reían en su cara de la autoridad –por eso muere un poco con los juicios de Breton, convertido en autoridad. También sus herederos situacionistas querían mofarse del poder, como cuenta Jean-Louis Rançon en el libro La internacional letrista. De los letristas a los situacionistas. Textos colectivos (1953-1956). Y hoy todos quieren llevarse bien con el poder.
El surrealismo y las vanguardias cambiaron la manera de entender el arte, más desde la creación que desde la interpretación, quizá. Lo que pasa es que aquí sucede como con esos juguetillos de goma dura que se ponían del revés en el techo y poco a poco iban volviendo a su forma: entonces caían del techo, daban un susto y estallaban las carcajadas. En las películas y en los libros gana siempre la cosa narrativa, la trama, y hoy en día el tema. Es lo único que importa. En parte, porque es lo más inmediato, lo más comprensible. El capitalismo es así: todo lo deglute y lo vomita convertido en un producto tasado, vendible y con la publicidad ya hecha. Quizá habría que decir la sociedad del espectáculo y consumo, SEC. Podrían hacerse camisetas con las siglas encima de la cara de Guy Debord, fundador de la Internacional Situacionista, y si la cosa fuera bien, en poco tiempo se venderían en todas las tiendas de moda a precios desorbitados a pesar de fabricarse en cadena.