Arcadi Espada
Javier Barbancho

Respuesta a Arcadi Espada

Esto es un juego (de espejos), una lectura de 'Vida de Arcadio', rastreando lo que hay de la filosofía de Derek Parfit en él.
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Arcadio Espada

Me lo pediste “porfi(t)” y cómo resistirme y resistirte. Aunque, hombre, hombre, no nos arranquemos en la primera línea tirando al lector por la ventana de su ignorancia, incapaz desde ya de intuir el alcance de nuestras complicidades. Lo entenderá inmediatamente, que para eso es nuestro lector: Parfit (Derek) es el filósofo británico sobre cuya concepción de la identidad personal flotan muchas de tus (¿nuestras?) boutades filosóficas a lo largo de Vida de Arcadio y en la concepción de esta misma obra tuya (¿nuestra?). Juguemos pues a lo que nos gusta como a ti te gusta. ¡Porfit!, ¡porfit!…  

Parafraseando a José Ángel Valente, leí Vida de Arcadio arañando las heladas paredes de ese espejo en el que repudias tus tetas yertas, tu condición de pelele presunto por mí blandida desde la distancia de un recuerdo; una conversación que, de ser posible, probaría la causación retroactiva, el arquero del tiempo delante de la flecha, el hijo anticipando al padre y su nostalgia. Piénsalo: tú hoy causando mi estupor de ayer con tu remembranza. ¡De ayer! “Ya somos el reproche que seremos” podría decir Héctor Abad Faciolince. ¡Quia! El “Teletransporter” de Parfit en el marco de este vidrio reflectante. A lo que venimos.

Te lo refresco, sin poner ni quitar (coma) rey: 

“He estado antes en Marte pero solo mediante el método antiguo, un viaje espacial de varias semanas. Esta máquina me mandará a la velocidad de la luz. Simplemente tengo que presionar el botón verde… ¿Funcionará?… Cuando lo haga perderé la conciencia y me despertaré en lo que parecerá un momento después. De hecho, habré estado inconsciente alrededor de una hora. El escáner que está aquí en la Tierra destrozará mi cerebro y mi cuerpo y al tiempo registrará los estados exactos de todas mis células. Después transmitirá la información mediante una radio. Viajando a la velocidad de la luz, el mensaje tardará tres minutos en alcanzar el Replicador ubicado en Marte. Este creará entonces, a partir de materia nueva, un cerebro y un cuerpo exactamente como el mío. Será en este cuerpo en el que me despierte… Presiono el botón. Tal y como predije, pierdo, y parece que al tiempo recupero, la conciencia pero en un cubículo diferente. Incluso el corte en el labio superior, del afeitado de esta mañana, sigue ahí” (Reasons and persons, p. 200). 

¿Tú también te cortaste frente a ese espejo en el que calibras el pelazo que Dios te ha dado y al tiempo te atisbabas, me venerabas, “entre los muros agrietados por el tiempo” (de nuevo Valente al rescate)? 

Parfit escribió aquella marcianada con los rudimentos imaginativos de un mundo en el que tu idolatrada internet no se avizoraba; no digamos ya el “conectoma” o que un Sergio Carnicero, perdón, Cavanero, concluyera el primer trasplante de cabeza (¿o del cuerpo?) entre cadáveres. Pero la inquietud parfitiana era antigua, la de Locke al conjeturar si el príncipe que intercambiaba su alma con la del zapatero remendón seguía siendo el mismo; si la persona permanecía porque mantenía consciencia de su pasada vida principesca, pero no así el hombre. ¿Y qué pasaría –se pregunta Parfit– si un nuevo escáner permitiera no ya mi transporte instantáneo a Marte, sino mi réplica? “Al considerar estos casos –prosigue Parfit– descubrimos lo que creemos que implica nuestra existencia continuada, lo que hace que seamos los mismos ahora y el año que viene”. ¿Y qué cosa es? ¿Qué deberíamos colegir si la operación de ese nuevo escáner daña fatalmente mi corazón en la Tierra de forma tal que moriré en unos días? Y puestos a tirar del hilo: ¿podría mi réplica consolarme desde Marte, asegurarme que retomará mi vida una vez que vuelva a la Tierra, con todos sus afectos, intenciones, propósitos, actividades…? 

Claro que, a pesar de ser exactamente como yo: ¿cómo podría ser esa copia que vivirá más que yo yo? Podría serlo, nos ilustra Parfit, si no pensamos que toda identidad es numérica, unicidad. Un ejemplo que ni pintiparado: a pesar de ser único numéricamente decimos que Phineas Gage ya no fue el mismo desde que allá por 1848 una carcasa metálica le atravesó el cerebro y dejó de ser un buen tipo, un Camps. “Pamplinas –replicarás seguramente: el criminal que fue bípedo y se presenta amputado al juicio no deja de responder por su pasado. Y ya me dirás que diferencia material hay”. ¿Se acordaba Phineas Gage de cuando era mejor persona? Esa es, pace Locke, la clave. 

Sí, la contigüidad de la memoria para así poder ser centro de imputación de recuerdos propios, intransferibles, individuos a fin de cuentas. Léete: “¿Qué unifica las distintas experiencias que tiene un único individuo al mismo tiempo? A medida que tecleo esta frase soy consciente del movimiento de mis dedos y puedo ver el reflejo de la luz del sol en mi mesa… algunos dan la misma respuesta. Lo que las unifica es, simplemente, que son todas mías” (p. 214). ¿Quién si no tú (¿nosotros?) sabe que le tocaste las tetas a esa muchacha borracha que recogisteis en la carretera de Tossa a Sant Feliu? ¿Quién si no tú (¿nosotros?) pudo saber que aquella noche en Canet estabas (¿estábamos?) muy borracho, y que fue en Cambrils cuando la penetraste o que atestiguaste su primer orgasmo? (pp. 227-228). 

Pero te (me) resistes: 

“Voy y vengo por tus papeles. Algunos no puedo descifrarlos. ¡No he llegado a conocerte tanto! Naturalmente me despiertan muchos recuerdos y me ayudan a saber quién fuiste. Pero la memoria no es la gran unificadora del sujeto. Me acuerdo de ti más que de otros, por supuesto. Pero, como de los otros, me acuerdo desde fuera de ti… No, no somos la misma persona, aunque yo te conocí y tengo muchos recuerdos de ti, que trato de fijar y completar y precisar con los papeles que dejaste… (pp. 52, 172).  

Desafecto de tus recuerdos, como de esa “o” beocia con la que aspirabas a la arcadia nominal y de la que te desprendiste escamado cual ofidio desengañado, yo, hambriento y mendigo de tus circunstancias, como cualquiera de tus lectores, uno más de tus legionarios que abundan, capaces de recordar el lugar de cada una de tus comas, me apropio de esa piel a la que llamas “rebozado”, incorporo esos recuerdos, y zas aparezco a tu lado, o frente a ti, al otro lado del espejo. ¿Suplantación de identidad o apropiación debida para mejor uso y aprovechamiento de nuestro pasado, de ti al cabo? 

¿Qué podrías objetar? 

Podrás desprenderte de la “o”, pero no resistes el calambre de saber, cuarenta años después, y de boca de Maite, que ella fue el primer cuerpo que cataste (¿catamos?). ¿A qué viene esta persecución, obsesiva, por tierra, mar y aire de tus compinches de campamento para que confirmen sus (¿tus? ¿nuestros?) recuerdos? ¿Y a qué ese dolor por fracasos como el de Daniela que no te quiso confrontar (p. 241)? ¿Y a qué cuerpo te llegarás para reprocharle un párrafo de antaño a un tal Cebrián que atravesó tu tiempo en primera línea (pp. 216, 221)? ¿Qué organismo humano debe recordarlo para hacer relevante el reproche? 

Dices tener una amiga experta en inteligencia artificial que nos quiere instalar en un escenario virtual. Dile que no hace falta. ¿No me ves al otro lado del espejo? 

Esta frase: “Supongo que cada uno de los que somos en un nanosegundo concreto de la vida trata de pasar su testigo al que viene, “aunque sea un pastito, una pelusa”, dicho en los versos de Cortázar que me dejaste. La muerte debe de ser que nadie venga al encuentro” (p. 172). Y este alivio “porfitiano”: hacer de nuestros estados mentales un río sin cauce y así poder tener que ver más con otros que con nuestros yoes futuros era consolador ante el final indeterminado pero cierto de nuestro organismo. “Morir sabedor de que tendré una copia no es tan malo como morir simplemente” señaló Parfit a propósito del viaje a Marte en el Teletransporter.

¿No me ves? No estoy en Marte. Sigo en Caprarola. 

Y sigo ciego mi (¿nuestro?) camino. 

Fdo: Arcadio Espada

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Pablo de Lora es catedrático de filosofía del derecho en la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor de "Lo sexual es político (y jurídico)" (Alianza, 2019).


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