Shakespeare en clase de nataciĆ³n

En toda la historia de la humanidad, llena de guerras y tragedias, los escritores han escrito, los pintores han pintado y los mĆŗsicos han compuesto sinfonĆ­as, no gracias a las crisis o a las catĆ”strofes, sino a pesar de ellas.
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Durante aquellas semanas me crucĆ© con varios artĆ­culos en distintos idiomas dando detalles acerca de cĆ³mo Shakespeare escribiĆ³ El rey Lear durante una epidemia de peste bubĆ³nica. SĆ© que visto desde la perspectiva actual sonarĆ” extraƱo, pero hubo a quien le pareciĆ³ una anĆ©cdota perfecta para animar a escribir durante el confinamiento. No nos bastaba sobrevivir a una pandemia mundial, tenĆ­amos que llegar al final en forma, supervitaminados, mineralizados y con una novela bajo el brazo. O incluso dos, ya puestos.Ā 

Nos pierde el entusiasmo, no hay otra explicaciĆ³n. No podĆ­amos simplemente aceptar la realidad que nos rodeaba y sentarnos a esperar sin entrar en pĆ”nico. Hay dentro de nosotros una voluntad negacionista de lo evidente que insiste en hacerse daƱo como una mosca embistiendo un cristal. 

Hasta febrero de 2020, como mĆ­nimo, aĆŗn tenĆ­amos grabado a fuego lo imprescindible de ā€œun cuarto propio y una renta mensualā€ para poder dedicarse a escribir. SĆ© que suena muy lejano y parecerĆ” una locura, pero antes de la pandemia creĆ­amos en las palabras de Virginia Woolf como el evangelio de los escritores. QuĆ© ilusos, ni nos imaginĆ”bamos que era cuestiĆ³n de poco tiempo y de suficientes contagios que la escritura se viese tambiĆ©n salpicada por esa otra regla envenenada que nos persigue en los Ćŗltimos aƱos insistiendo en que una crisis es una oportunidad. Y asĆ­, por obra y gracia del virus, una reclusiĆ³n impuesta y la perspectiva de un futuro incierto se convirtieron en una ocasiĆ³n de oro para escribir. 

La actitud de quien seriamente se pregunta quĆ© tiene Shakespeare que no tengas tĆŗ es de una candidez encantadora y da la medida exacta del nivel del debate. No es necesario siquiera entrar en cuestiones literarias. Cualquier persona que hubiese crecido en un mundo sin antibiĆ³ticos ni vacunas, alguien para quien la muerte por lepra, gangrena o cualquier otra causa desconocida sea asumida como algo normal siempre estarĆ” mĆ”s preparado para afrontar cualquier tarea en medio de un cataclismo mejor que cualquiera de nosotros. Cargar toda la responsabilidad al destino o a la providencia quita mucho peso de encima, quĆ© duda cabe, y escribir una obra literaria, incluso una mala, exige que dejes fuera del cerebro cuantas mĆ”s distracciones mejor. Especialmente las que te hacen temer por tu vida y la de los tuyos porque suelen ser las mĆ”s molestas. 

En sus diarios, JosĆ© Saramago cuenta que en la Ć©poca en que estaba escribiendo Ensayo sobre la ceguera tuvo que cambiar la rutina para que su trabajo no le afectase al descanso. La escritura de una historia tan dura lo dejaba destrozado y necesitaba unas horas y otras lecturas de transiciĆ³n para poder conciliar el sueƱo y volver recuperado a la novela al dĆ­a siguiente. Como el suyo hay miles de testimonios acerca de la frustraciĆ³n de los autores y el trabajo de resistencia que supone escribir y mantener el tono en una obra durante mĆ”s de cien pĆ”ginas. Tal vez era un tanto aventurado asumir que este es el tipo de sensaciĆ³n que alguien querrĆ­a aƱadir a la incertidumbre de un encierro forzado y posterior desescalada por una pandemia mundial. 

William Shakespeare escribiĆ³ El rey Lear en medio de un encierro por una epidemia no porque estaba sufriendo el azote de la peste sino porque era Shakespeare, y eso era justamente lo que tenĆ­a que hacer: escribir. En toda la historia de la humanidad, llena de guerras y tragedias, los escritores han escrito, los pintores han pintado y los mĆŗsicos han compuesto sinfonĆ­as, no gracias a las crisis o a las catĆ”strofes, sino a pesar de ellas. Nadie en sus sano juicio agradecerĆ­a a las dictaduras, las guerras mundiales o al Holocausto las manifestaciones artĆ­sticas que nos han dejado por muy buenas que estas sean. Los artistas hicieron lo que tenĆ­an que hacer porque para eso eran mĆŗsicos, pintores o escritores. Esto nos lleva de nuevo al inicio de este razonamiento y es que nadie es creativo porque estĆ” encerrado, mĆ”s bien quien pretende emprender un proyecto artĆ­stico se aĆ­sla como puede de la vida cotidiana para tener las condiciones que potencian su creatividad: el silencio y la concentraciĆ³n. 

Este es el Ćŗnico principio fundamental y aquĆ­, el orden de los factores sĆ­ altera el producto. 

Decir que un encierro forzado por una pandemia es el momento perfecto para escribir una obra literaria es tan estĆŗpido como afirmar que un naufragio es una oportunidad fantĆ”stica para aprender a nadar.

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Bibiana Candiaes escritora y periodista. Ha publicado con Ediciones Torremozas dos poemarios 'La rueda del hƔmster' y 'Las trapecistas no tenemos novio', el libro de relatos 'El pie de Kafka', y el artefacto narrativo 'Fe de erratas' con Franz ediciones.


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