“Escriban”, reclamaba constantemente Margo Glantz al terminar muchas de sus cartas dirigidas a Tamara Kamenszain y a Héctor Libertella. “Escribe pronto, ya mejoró el correo”, respondía a su turno ella. Porque la carta sin duda supone una respuesta, las reiteradas insistencias de las escritoras resumen la impaciencia de la espera. Este intercambio epistolar entre grandes amigas, Glantz y Kamenszain, está invadido por el ansia a la que nos somete la demora: Ya te llegará. Correspondencia 1984-1997, cuyo título hace eco de esta espera, se propone restituir justamente el diálogo entre ellas. Fue el encuentro fortuito de las cartas de Margo, conservadas preciosamente por Tamara, el que propició el proyecto de hacer un libro que tomó forma cuando la mexicana aceptó de inmediato y con entusiasmo que una copia de las cartas recibidas fuera enviada a Buenos Aires (los originales se encuentran en Princeton, con el archivo Glantz).
La amistad entre ellas comenzó un poco antes de 1979, año en el que Kamenszain llegó a México junto con Libertella, su marido por ese entonces, y su hija. Allí, en el Distrito Federal, la pareja de escritores conocería el sabor amargo y penoso del exilio que en parte solo puede mitigarse gracias a la amistad y al encuentro con el otro. Durante esos años, la amistad entre las escritoras sin duda se afianzó y tomó un nuevo rumbo, el de la escritura, cuando Tamara y su familia regresaron a la Argentina con el retorno de la democracia. El año de 1984 da entonces inicio a este intercambio en el que resplandece el estilo propio a cada escritora: así, las regulares “asociaciones libres” de Margo para Tamara eran propias de su estilo saltarín y elegante, como escribe a propósito de La lengua en la mano, una “manera de decir con desparpajo cosas pesadas, en fin, un verdadero homenaje a [su] propia mano, diestra en encontrar múltiples recursos para desarrollar una escritura fragmentaria”.
Las cartas, se sabe, pertenecen al presente, a la coyuntura que las alimenta. El juicio a las Juntas en Argentina, el terremoto de 1985 en México, la muerte de Borges –“la confirmación de que ya entramos radicalmente en la era de la mediocridad”, lamenta Kamenszain–, son algunos de los hechos históricos que se mencionan. Pero también estas cartas son el fruto del deseo, de las inquietudes de cada escritora y de sus historias. Por eso, vale preguntarse qué ocurre en el transcurso de ese largo periodo de intercambio –en sentido estricto diez años, ya que no hay cartas en 1987, 1989 y 1996, año este en el que Margo visitó Buenos Aires–. ¿Qué sucedió? Sucedió la vida. La vida como mujeres profesionales que se mantienen firmes en su elección, la de vivir de la escritura. Porque, si bien una y otra en 1984 ya poseían una carrera encaminada, lo cierto es que a través de este intercambio se ponen en evidencia las dificultades de cada una para profesionalizar su escritura: “Marguito querida […], parece que este vicio de querer desesperadamente escribir cuesta muy caro y uno vive pagándolo”, una obstinación cuya contracara es la del aburrimiento que produce el trabajo burocrático, imposible de abandonar para dedicarse exclusivamente a la escritura, como confiesa Margo. No escribir significa para ella anquilosarse y, lo que es peor, amargarse.
Aquella elección supone, a su vez, una fuerte reivindicación para la escritura femenina que una y otra enarbolan: “Al leer tu texto, y tu carta –comenta Margo–, se me ocurre que es otra forma de reivindicar la escritura femenina, la del bordado y el tejido y la costura y la de la tajada de los senos, un poco agitada y sangrienta.” Dicho esto, no hay sorpresa al leer que esa elección –vivir de la escritura– repercute en otro motivo recurrente en las cartas: el dinero y su escasez que le impedían a Margo, a pesar de sus anhelos, acabar con las relaciones burocráticas pues no tendría dinero para vivir. ¿Y mientras tanto? Malgasta el que tiene con “una constancia digna de mejor causa”, apunta con desparpajo y, un poco más adelante, con exigencia: “escriban, ingéniense para que pueda ir a visitarlos”, “consíganme ser jurado en un concurso importante y llegaré a Buenos Aires a partir plaza”. Solo una invitación institucional, que en reiteradas oportunidades se solicita como una súplica, podrá promover el tan anhelado reencuentro. Como la carta, el encuentro “ya llegará”.
Omnipresente en todo el libro, la dificultad por profesionalizar la escritura tal vez sea más palpable en las cartas de Tamara quien, como todo exiliado que retorna a su tierra, debió además afrontar el desfase y la adaptación obligada a la Argentina: “se trata de aprender una nueva forma de vida y en eso estamos”, le explica a Margo. El regreso deseado, pero penoso, que allí leemos es expresivo de la delicada realidad económica que por ese entonces atravesaba el país, una circunstancia cada vez más angustiante y que, en lo que respecta a las cartas, aumenta la ansiedad de la espera generada, por ejemplo, por la prolongada huelga del correo. Más de veinticinco días, escribe Kamenszain, “nos están dando a los argentinos una visión del mundo como desde las trincheras”. Esta “relación ejemplar” se convertirá, por lo tanto, en azarosa.
La admiración mutua, la nostalgia, el tenaz deseo por reencontrarse prontamente, son todos sentimientos de este vínculo que resisten a las distancias. Pero si hay algo que también las une es su ascendencia judía que mencionarán con picardía: “Quisiera escribir algo sobre esto [la situación de México después del terremoto] y quitarme la judísima culpa de no haber participado en las brigadas de salvamento y dedicado solamente a leer y ver tevé y recorrer las zonas de desastre, que los son verdaderamente.” O aun, en una de las últimas cartas, Tamara le revela: “Margotita querida […], acabo de obtener la beca Guggenheim […]. La beca viene en el momento justo y trataré de poder gozarla (hecho nada fácil para una judía quejosa).”
A pesar de que algunas de estas pocas cartas “rescatadas”, y que en su origen pertenecen al universo privado, fueron levemente modificadas a pedido de Glantz, eludiendo algunos detalles personales, el mundillo literario y cultural se filtra en comentarios un poco ácidos, pero sobre todo chistosos. Octavio Paz es el blanco predilecto: “por culpa de Paz el menos silencioso de todos los poetas y por eso quizá el bueno en poesía pero no en vida que conozca, parece señorita de quince años cuando cumple setenta, me harta. Estamos preparándole un cumpleaños azteca, como dice Alejandro [Rossi], y esperamos que luego no tengamos este tipo de poetas por unos cincuenta años para que el país se reponga”. Y Margo, generosa, parece ser quien más sabe derrochar comentarios. “Necesito tus chismes, morocha. Escribí pronto y contame alguna cosa sabrosa. Si es de tu vida, ¡mucho mejor!”, clama Tamara.
Al ofrecer un lugar al otro, la carta es por antonomasia hospitalaria. Tan hospitalaria como lo fue Margo con Tamara en México y ella en Argentina con su “Marguito querida”. Queda por ver si estas cartas rescatadas consiguen realmente añadir algo a estas dos grandes voces que, en cambio, sí lograron profesionalizarse. ~
(Lovaina, Bélgica, 1977) es traductora y doctora en estudios hispanoamericanos por la Université Paris 8. Actualmente se desempeña como investigadora del Conicet. (Argentina)