El Ășltimo poema de Safo

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El profesor Martin West publicĂł en el Times Literary Supplement, el año pasado, el texto griego y su versiĂłn inglesa de “un nuevo poema de Safo” (parto de su texto griego para esta primera traducciĂłn al castellano). MĂĄs que de un poema del todo nuevo, hay que hablar de una reconstrucciĂłn del poema entero, a partir de dos fragmentos papirĂĄceos egipcios, uno ya conocido desde 1922 y el otro, procedente del embalaje de una momia del siglo iii a. C., en el que en 2004 M. Gronewald y R. Daniel identificaron unas lĂ­neas de Safo. La importancia de obtener completo un texto de la gran poetisa lesbia queda subrayada por la escasez de Ă©stos. Como señala West, si bien en las ediciones actuales se dan numerados hasta 264 fragmentos de Safo, muchos de ellos son mĂ­nimos y sin ninguna palabra original; sĂłlo 63 preservan alguna lĂ­nea completa; sĂłlo 21 tienen alguna estrofa; y sĂłlo tres nos dan un poema entero. Bueno, ahora con Ă©ste, que yo llamarĂ­a ResignaciĂłn, ya son cuatro.

El primer fragmento, conocido desde hace tiempo, procedente de Oxirrinco, tenĂ­a unas cuantas medias lĂ­neas, mezcladas con trozos de otros poemas (figura en las ediciones modernas con el nĂșmero 65a Diehl o el 58 Lobel-Page y Voigt). Lo que podĂ­a leerse de esas truncadas lĂ­neas se ve bien en la traducciĂłn de F. RodrĂ­guez Adrados1:
      
     â€Š los bellos dones (de las Musas?) las doncellas
 la amiga del canto, aguda lira
 ya la vejez toda mi piel y blancos se han hecho mis cabellos que eran negros
 y ya no me sostienen las rodillas
 igual que los cervatos… Âżpero quĂ© puedo hacer?
 no es posible que suceda
 (dicen que) Aurora de brazos de rosa
 llevando al extremo de la tierra
 pero/ a Titono/ alcanzĂłlo sin embargo
 esposa

     El poema habla de la resignaciĂłn de Safo ante la vejez. EstĂĄ dirigido a sus jĂłvenes “compañeras” o discĂ­pulas, a su cĂ­rculo de educadas amigas, practicantes de la mĂșsica y la danza, a las que llama cariñosamente “hijas”2. En algĂșn otro fragmento la poetisa parece referirse tambiĂ©n a su vejez, aunque menos explĂ­citamente. Lo que, dicho sea de paso, muestra que nada de cierto hay, desde luego, en la leyenda tardĂ­a del suicidio de Safo, arrojada de la roca de LeĂșcade al mar, en su desesperada pasiĂłn por el bello FaĂłn, una leyenda romĂĄntica inventada tal vez por algĂșn comediĂłgrafo helenĂ­stico y difundida por Ovidio y otros poetas. AquĂ­ se dirige cariñosamente a las jĂłvenes de su cĂ­rculo, queridas amigas devotas de las Musas y las Gracias. Incluso si su cuerpo no le permite bailar en las fiestas de las Musas, mantiene, por asĂ­ decir, su papel de amable maestra del coro.
     En el esquema de base del poema pueden distinguirse tres motivos: vosotras danzad y cantad, yo ya no puedo/ pues asĂ­ es la condiciĂłn humana/ ved el ejemplo mĂ­tico de Titono.
     La estructura del mismo, con su alusiĂłn mĂ­tica a modo de clĂĄusula, no deja de recordarnos algĂșn otro texto, como Ă©se tan famoso (27 Diehl):
     Dicen unos que lo mĂĄs bello sobre la tierra oscura
     es un ecuestre tropel, la infanterĂ­a otros, y Ă©sos,
     que una flota de naves, pero yo afirmo
     que lo mĂĄs bello es lo que uno ama.
     Y es muy fĂĄcil hacerlo comprensible a cualquiera.
     Pues aquella que en belleza muchĂ­simo aventajaba
     a todos los humanos, Helena, a su esposo,
     un soberano ilustre, lo abandonĂł
     y partiĂł por el mar hacia Troya,
     sin acordarse de su hija ni sus padres,
     para nada, porque la impulsaba Cipris3.
     El mito aludido viene a demostrar con su claro ejemplo la sentencia universal: “NingĂșn humano puede escapar a la vejez”. Ved el caso del pobre Titono. Se trata de un personaje famoso por su triste final, bien evocado por Mimnermo de ColofĂłn (frg. 4D):
     A Titono le concediĂł Zeus como favor un mal eterno:
     la vejez, que es mucho peor que la espantosa muerte.
     Este elegĂ­aco, algo anterior a Safo, maldijo sin reparo alguno la penosa vejez en varios poemas, como el que comienza (frg. 5D):
     Dura un tiempo muy breve, como un sueño,
     la juventud preciada. Luego, amarga y deforme,
     la vejez sobre nuestra cabeza estĂĄ pendiente,
     odiosa a la vez que infame, que desfigura al hombre,
     y, envolviĂ©ndole, daña sus ojos y su mente.
     O el no menos famoso (1D) que dice:
     ÂżQuĂ© vida, quĂ© placer hay al margen de la ĂĄurea Afrodita?
     Morirme quisiera cuando ya no me importen
     el furtivo amorĂ­o y los dulces presentes del lecho,
     las seductoras flores que da la juventud
     a hombres y mujeres. Pues mĂĄs tarde nos llega penosa
     la vejez, que a un tiempo feo y dĂ©bil hace al ser humano.
     De continuo acosan su mente tristes pensamientos
     y no disfruta ya de contemplar los rayos del sol.
     Causa entonces repulsiĂłn a los niños y desprecio a las
     mujeres.
     ÂĄTan horrorosa implantĂł la divinidad la vejez!
     Pero la poetisa de Lesbos no mantuvo, sin duda, una postura tan categĂłrica. MĂĄs bien pensamos en que, como el sabio SolĂłn, que se jactaba de envejecer aprendiendo cada dĂ­a, encontrarĂ­a tambiĂ©n deleites propios en la vejez, por mĂĄs que las gracias del cuerpo se fueran marchitando. Sus quejas, a lo que sabemos, no llegan a la tristeza de Anacreonte, temeroso de la muerte (frg. 44D), aunque es probable que estuviera de acuerdo con la amarga queja de Teognis, cuando dice (i, 1069-70):
     Insensatos y necios los humanos que lloran a los muertos,
     y no a la flor de la juventud que se va marchitando.
     En resumen, la postura de los poetas arcaicos frente a la vejez refleja el sentir general de la Ă©poca. Los griegos apreciaban mucho los goces de la plenitud corporal, de ahĂ­ esas lamentaciones ante la decadencia fĂ­sica inevitable (vĂ©ase, para una visiĂłn matizada de conjunto, el libro de AndrĂ©e Catrysse, Les Grecs et la vieillesse d’HomĂšre Ă  Épicure, ParĂ­s, L’Harmattan, 2003).
     Volviendo a Titono, debemos rememorar su triste destino, y lo mejor es hacerlo con los versos del Himno homĂ©rico a Afrodita, donde la propia diosa del amor le cuenta al troyano Anquises el episodio mĂ­tico (vss. 218 – 238):
     AsĂ­ en otro tiempo a Titono raptĂł la Aurora de doradas
     flores,
     uno de vuestra estirpe, semejante a los inmortales.
     Y fue luego a pedirle el sombrĂ­o CrĂłnida
     que lo hiciese inmortal y viviera por todos los dĂ­as.
     Zeus consintiĂł y le cumpliĂł a la diosa su deseo.
     ÂĄInsensata! Que no se acordĂł la augusta Aurora
     de pedirle la juventud y la ausencia de la vejez funesta.
     En tanto que Ă©l gozaba de la adorable juventud,
     disfrutaba con la Aurora, la de doradas flores,
     la mañanera,
     viviendo cabe las corrientes del OcĂ©ano en los extremos
     de la tierra;
     mas cuando los primeros cabellos grises aparecieron
     en su hermosa cabeza y en su noble mentĂłn,
     entonces de su lecho empezĂł a alejarse la divina Aurora.
     A Ă©l, por otro lado, lo mantenĂ­a alimentado en su
     palacio,
     con pan y ambrosĂ­a, y le procuraba hermosos vestidos.
     Pero una vez que del todo la odiosa vejez lo abrumĂł
     y mover ya no podĂ­a ninguno de sus miembros
     ni alzarlos,
     le pareciĂł lo mejor en su ĂĄnimo la decisiĂłn siguiente:
     abandonarlo en su dormitorio y cerrar las refulgentes
     puertas.
     De allĂ­ emerge incansable su voz, pero ningĂșn vigor
     tiene ya
     como antes tuvo en sus flexibles miembros.
     SegĂșn algĂșn autor posterior, lo que decidiĂł la Aurora, hastiada ya del arrugado Titono, fue convertirlo en cigarra, de modo que allĂĄ en los confines de la tierra, por los siglos de los siglos sigue el viejĂ­simo inmortal emitiendo sus chirridos incesantes (para una versiĂłn bien anotada de los Himnos homĂ©ricos, ver J. B. Torres, CĂĄtedra, 2005).
     La tersa piel ya estĂĄ arrugada y las rodillas no conservan la flexibilidad juvenil, confiesa Safo. La poetisa, que en su mĂĄs famoso poema describe los efectos fĂ­sicos de la pasiĂłn en su cuerpo, ahora destaca sĂłlo que ya no puede ir a brincar en los bailes de las muchachas, con piernas ligeras como las de las cervatillas. La imagen de las muchachas saltando como potrillas o corzas es bastante tĂłpica. Pero un buen juego de rodillas es esencial, tanto para un guerrero como para una bailarina. En el mundo griego las rodillas tienen un notable prestigio. Con esos dos rasgos, piel marchita y rodillas flojas, deja descrita la torpeza de la vejez. A pesar de Ă©sta, la poetisa conserva sus dones poĂ©ticos, y quizĂĄ todavĂ­a el aroma de violetas en sus trenzas y su sonrisa de miel, tal como su compatriota Alceo la evocaba en aquel bello verso: “trenzas violeta, sonrisa de miel, santa Safo”4.
     Como apunta M.L. West, el final del poema puede parecer un tanto brusco. Sin embargo, el mito sugiere, con refinada ironĂ­a, un contraste entre el triste Titono, ya sin belleza ni juventud, abandonado para siempre por su divina esposa, y la poetisa que, aunque se resigna a no bailar con sus muchachas, sus “hijas”, sus queridas “niñas”, todavĂ­a puede escribir y cantar su poesĂ­a, –pues no sĂłlo la danza, sino tambiĂ©n la poesĂ­a rinde culto musical a las Musas–, en el retiro conveniente a su edad, sin exagerar su queja, rodeada de sus jĂłvenes discĂ­pulas.
     Postdata. En la reconstrucciĂłn propuesta ahora quedan separados del poema dos versos que en el papiro de Oxirrinco (es decir en el frg. 58 LP) venĂ­an a continuaciĂłn. Son muy sugerentes, sobre todo si pensamos que fueron escritos tambiĂ©n en esa Ășltima etapa de Safo, prĂłxima a la vejez, como el poema. Hablan de la ternura o delicadeza, tan caracterĂ­stica de su sentir, y de su amor al sol. Dicen asĂ­ (segĂșn mi interpretaciĂłn, que difiere algo de las que conozco):
     Pero yo adoro la delicadeza
 Eso y un ansia amorosa de sol me han deparado el esplendor y la belleza. ~

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