Cine y covid en SXSW 2021

¿Quiere un público que sale tímidamente del confinamiento ir a las salas de cine a ver películas sobre la covid-19? Desde melodramas reflexivos hasta comedias de costumbres, el festival South by Southwest reflejó el interés de la industria fílmica por responder esa pregunta.
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¿Cómo nace un género fílmico, una fórmula cinematográfica? Hay distintas vías: los géneros o fórmulas pueden aparecer a partir de alguna tradición popular –la comedia ranchera mexicana nació de historias y personajes pertenecientes al teatro populachero de inicios del siglo XX–, de la literatura –el cine de horror clásico surgió a partir de las adaptaciones de Drácula y Frankenstein, el melodrama es una derivación del teatro decimonónico– y, por supuesto, de la representación de hechos históricos específicos. Cada conflicto bélico, nacional o internacional –las dos guerras mundiales, la Revolución Mexicana, la Guerra Civil estadounidense– puede presumir una interminable lista de filmes alusivos.

Hay también otro origen que obedece a dos fuerzas complementarias: el impulso reflexivo de la industria cinematográfica y la respuesta económica del público cinéfilo. Es decir, el cine como reflejo de lo inmediato que, por lo mismo, es aceptado por un consumidor que desea ser apelado desde la pantalla. A veces, este impulso reflexivo es plenamente consciente. Por ejemplo, la traumática guerra de Vietnam provocó la producción de una serie de películas hollywoodenses conectadas directamente con el conflicto en el sudeste asiático, así como con las consecuencias que sufrieron los veteranos de guerra cuando estos regresaron a casa. Pero el reflejo también puede ser inconciente: ¿pensaron los realizadores y guionistas mexicanos de los años ochenta que sus popularísimas y vulgares sexy-comedias con Alfonso Zayas o “el Caballo” Rojas podían verse, años después, como una inadvertida crónica en tiempo presente de la crisis económica, la precarización laboral y la devaluación del peso durante los sexenios de López Portillo y De la Madrid? Lo dudo mucho, pero no importa: esas comedias ochenteras funcionan, inevitablemente, como un atisbo a ese lejano invierno económico de nuestro descontento.

Este inicio de década ha visto nacer una fórmula conscientemente reflexiva: el cine de la covid-19. Desde mediados del año pasado, a partir del estreno en Netflix de la dispareja ómnibus-movie Hecho en casa (2020) y del modesto, pero eficaz, filme de horror Host (Savage, 2020) en la plataforma especializada Shudder, era evidente que las industrias cinematográficas, sobre todo la hollywoodense, no iban a perder la oportunidad de representar la pandemia, con todo y sus consecuencias. Habrá que ver cómo reacciona el público, por supuesto: ¿querrá el cinéfilo promedio, recién salido del confinamiento, ir a una sala de cine para recordar que el virus SARS-CoV-2 no ha sido derrotado y que llegó para quedarse? Ya lo veremos. Por lo pronto, en este inicio de año ha quedado claro que Hollywood no va a desperdiciar la oportunidad para ver si el tema puede ser de interés para el espectador y, por ende, una fuente de éxito económico. Business as usual.

South by Southwest, el festival fílmico-musical tejano ubicado en Austin y organizado en línea en marzo pasado, es un ejemplo de ello. En el cine de ficción presentado en competencia y fuera de ella, la covid-19 es tratada directamente como el centro de la historia, como el incidente incitador de la misma o, en su defecto, es aludida indirectamente por la forma en la que la película en cuestión está planteada. Hay que hacer notar que la pandemia es tratada en estas cintas en tonos muy diferentes y desde géneros distintos. También los resultados son, por supuesto, diversos.

The end of us (2021), dirigida a cuatro manos por Steve Kanter y Henry Loevner, presenta a la pandemia no solo como el telón de fondo del rompimiento romántico de una pareja sino como una suerte de incontrolada sublimación de ese fracaso amoroso. Nick y Leah (Ben Coleman y Ali Vingiano) tienen cuatro años viviendo juntos en una pequeña casa en California, pero su relación está en un punto muerto: él es un actor desempleado que dice estar escribiendo un ambicioso guion sobre la vida de Einstein y ella es una ejecutiva que, por su trabajo estable, es la única proveedora del hogar común. En uno de tantos pleitos, que ya se volvieron rutina, terminan rompiendo, con mala suerte para ambos pues la relación truena un día antes de que en Estados Unidos se declare el inicio de la pandemia. Con teatros cerrados y filmaciones canceladas, Nick se encuentra sin posibilidad de conseguir un empleo y Leah no tiene corazón para lanzarlo a la calle. Entonces, mientras todo vuelve a la normalidad, ¿por qué no seguir viviendo juntos, pero ahora como simples roomates?

Entre la comedia de costumbres y el melodrama romántico, The end of us nunca termina de definir su tono. El guion escrito por los propios directores nos presenta, además, una pareja no particularmente simpática. La mezquindad de ambos crece exponencialmente: en el caso de él, por sentirse un auténtico fracasado; en el caso de ella, como respuesta lógica a haber sido despedida un mes después de haber iniciado la pandemia. El filme es un ejercicio exasperante: los dos se hacen la vida imposible al sentirse obligados a vivir juntos, pero, de pasada (sospecho), harán lo mismo con el público espectador cuando el filme se estrene comercialmente.

La covid-19 está presente, como telón de fondo, en el melodrama femenino I’m fine (Thanks for asking) (2021), codirigido por Angelique Molina y la mujer-orquesta Kelley Kali. La codirectora, coguionista, coproductora y protagonista Kali interpreta a la joven viuda Danny, una peluquera que vive con su hija Wes (Wesley Moss) en una tienda de campaña en las afueras de algún suburbio californiano. Danny está sin empleo fijo y sin casa, así que la mujer –decidida, atlética y siempre en patines– le ha dicho a la niña que las dos están haciendo camping por unos días mientras regresan a su casa. Danny tiene la posibilidad de rentar un apartamento nuevo, pero necesita hacer un depósito lo más pronto posible: cortar todo el cabello que pueda, pedir prestado a quien se deje, empeñar, incluso, el único recuerdo que conserva de su marido muerto.

La conexión con el irrepetible clásico Ladrón de bicicletas (De Sica, 1948) es más que evidente y, acaso, esto fue lo que pesó en la decisión del jurado, que otorgó el premio de la mejor película de la competencia oficial a este sólido melodrama urbano-femenino. Más allá de las alusiones neorrealistas bien aterrizadas en la historia –la pandemia rampante, la crisis económica por todos lados, la conmovedora relación madre/hija–, I’m fine (Thanks for asking) se beneficia de la carismática presencia de Kali que, como joven madre en patines, transmite la sensación de que Danny es una mujer indomable e insumergible. La covid-19 y sus consecuencias son algo grave para todos, por supuesto, pero Dany no está dispuesta a rendirse.

El premio del público fue a parar a manos de una cinta aún más optimista, que alude a la pandemia de forma indirecta. En Language lessons (EU, 2021), ópera prima de la actriz televisiva de origen cubano Natalie Morales, no se menciona nunca a la covid-19, aunque su puesta en imágenes nos remita constantemente a la pandemia. Las lecciones de idiomas del título se refieren a unas clases de español que Adam (el también coguionista Mark Duplass) recibe como regalo de cumpleaños de Will (Desean Terry), su marido, con quien vive en una espaciosa casa en Oakland, California, que incluye una enorme y elegante piscina. La profesora de español, que dará sus clases vía Zoom, es una joven mujer llamada Cariño (la directora y coguionista Morales), quien se encuentra a miles de kilómetros de distancia, en Costa Rica.

Duplass y Morales tienen una genuina química en pantalla –o, más bien, en las pantallas de sus computadoras– y el guion escrito por los dos actores juega con los prejuicios de ambos personajes y de nosotros mismos ante sus evidentes diferencias de género, de preferencia sexual, de cultura y, por supuesto, de clase. La idea de que dos personas tan distintas y tan lejanas puedan conectarse genuinamente, incluso a través del Zoom (¿y quizá de manera más efectiva por estar confinados?) es una muy loable declaración de principios humanistas, aunque al escéptico espectador que escribe estas líneas le haya parecido todo demasiado bueno y demasiado bonito.

En lo personal, si de cine-covid se trata, me quedo con Recovery (EU, 2021), dirigida por Mallory Everton y Stephen Meek. No sé si sea la mejor película que se haya realizado sobre la pandemia hasta el momento pero, por lo menos, sí es la más regocijante y divertida. He aquí a las dos inseparables hermanas Jamie y Blake (Whitney Call y la codiretora Everton, respectivamente), quienes tienen que manejar en auto desde Albuquerque hasta el estado de Washington para recoger a su adorada abuela Paulina (Ann Sward Hansen), quien se encuentra hospedada en un asilo de ancianos donde hay una explosión de contagios por covid-19.

El guión escrito por las dos actrices protagónicas es una afortunada mixtura de road-movie y vulgar comedia de costumbres (aunque estas últimas sean, ahora, pandémicas). La paranoia por el contagio provoca que las dos muchachas paren lo menos posible en el camino, mientras se comunican vía telefónica con una tercera hermana, Erin (la hilarante Julia Jolley), quien no cree que exista esa cosa de la covid (a tal grado que está de vacaciones en un crucero con marido e hijos). ¿Qué no sabe que los cruceros son trampas mortales y hay gente muriendo cual moscas? No es para tanto, ni es seguro que se estén muriendo de coronavirus, dice ella, mientras al fondo del encuadre, en el crucero, se ve a un hombre tosiendo sobre el bufet.

Mientras veía –entre carcajadas– las penurias por las que atravesaban Jamie y Blake al ir en busca de su adorada abuela, pensé que Recovery conectaba directamente con algunas de las mejores comedias hollywoodenses de los años ochenta; aquellas en las que, digamos, Bill Murray, John Candy, Dan Aykroyd o John Belushi intercambiaban insultos, golpes y bromas, mientras mantenían una solidaridad inquebrantable entre ellos y buscaban hacer las cosas bien. Recovery es, en este sentido, un filme ejemplar: una comedia que refleja fielmente el momento que estamos viviendo sin pretender dejar otra lección que hacernos reír de principio a fin. No encuentro mejor objetivo para una película sobre la covid-19 en este momento. Ya hemos llorado mucho.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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