Álvaro Santana-Acuña
Ascent to glory. How ‘One hundred years of solitude’ was written and became a global classic
Nueva York, Columbia University Press, 2020, 384 pp.
El mayor elogio que puedo hacer del libro de Álvaro Santana-Acuña sobre cómo se escribió Cien años de soledad y cómo se convirtió en un “clásico global” es que casi todas mis inquietudes, discrepancias y hasta enfados con el sociólogo de origen canario y su García Márquez, entran en el terreno de la discrepancia fértil. Acaso lo más irritante se encuentre al comienzo de Ascent to glory. How ‘One hundred years of solitude’ was written and became a global classic, cuando el profesor del Whitman College, imitando a Harold Bloom –quien a su vez se sirvió del positivismo, de Joaquín de Fiore y de la Santísima Trinidad, cuando dividió a toda la literatura moderna en la Edad Aristocrática, la Edad Democrática y la Edad Caótica–, decide, a su vez, dividir a la latinoamericana del siglo XX en tres generaciones: las de la Forma Breve, la Forma Híbrida y la de la Novela tal cual, la monopolizada por el “realismo mágico”, el boom y Cien años de soledad (1967). Como aquella del finado Bloom (a quien admiré por tantas cosas), encuentro errática la tríada de Santana-Acuña.
Aunque tiene la honestidad de decir que su criterio fue el formato (lo cual delata al sociólogo y descarta al crítico literario), presentándose como inspirado para acometer esa temeridad por Karl Mannheim y por Ángel Rama, su propuesta es de aquellas que se inventan los profesores para soliviantarles, generosos y didácticos, la vida a sus estudiantes, tomándolos de la mano para cruzar el syllabus sin sudar del todo la adolescencia. Para quienes somos ajenos a la universidad, el esquema resulta anticanónico (ya volveré sobre la distinción entre canónico y clásico con la cual cierra Ascent to glory) y produce algo de repelús.
Para componer su Generación Breve, Santana-Acuña llama a Pablo Neruda (autor tan solo de sus memorias y algunos discursos en cuanto a la prosa) como sirviente para justificar la obra de Jorge Luis Borges. E incluye en ese nicho a novelistas de largo aliento como João Guimarães Rosa, José Lezama Lima (cuyo Paradiso, sujeto a una operación comercial y crítica de la envergadura de Cien años de soledad, fracasó dadas las dificultades de su lectura, se dice en Ascent to glory), Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier (a quien se le devuelve su merecido lugar como la influencia dominante en García Márquez), junto al breve Juan Carlos Onetti.
Ocurre que para Santana-Acuña, como es común entre los académicos y los productores de “literatura industrial” (para decirlo con Sainte-Beuve), la categoría “ficción” (más en el sentido de Barnes & Noble que en el de Borges) suele equivaler no solo a la narrativa en general, sino a la novela en particular, sacando a la poesía, por no ser rentable, del cuadro de la experiencia literaria.
Si el gran poeta Neruda aparece para justificar a Borges, en la generación siguiente, la Híbrida, es Octavio Paz el otro gran poeta quien presta sus servicios para explicarnos la naturaleza un tanto nonata, según se nos dice, de Julio Cortázar, Ernesto Sabato, Juan Rulfo, Mario Benedetti (cuyas miserables declaraciones contra el boom nos son recordadas en buen momento) y Jorge Amado. Los ensayos de Paz, decisivos para García Márquez, según lo confesó en su inolvidable epitafio del poeta, poco importan a un sociólogo consecuente en ejercer la objetividad adjudicada al cientista y no la gravedad del juicio estético.
La culminación del Espíritu Positivo, en Ascent to glory, es el boom y su Generación de la Novela, con Gabriel García Márquez (1927-2014) en calidad de astro rey –como Shakespeare en Bloom–, custodiado por el hiperactivo Carlos Fuentes (el profesional de la novela sin el cual el genial costeño de Aracataca no hubiese llegado tan lejos), por el voluble José Donoso, por Jorge Edwards (de los pocos de aquella generación que nunca le reconoció gran cosa) y por Mario Vargas Llosa.
Antes de proseguir aclaro que no me atrevería a incluir a Cien años de soledad entre los libros más importantes de la historia universal, como lo hacen algunos de sus exegetas titulados en tantísimos campus remotos o votan por ello los impresionables reseñistas espontáneos en Amazon.com, registrados puntualmente en Ascent to glory. Estamos, en buena medida, ante una sociología de la recepción literaria aplicada a un manicomio de macondofilia y, en menor medida, de macondofobia, que la hubo entre colombianos muertos de envidia y rancios censores franquistas. Una de las grandes novelas de la lengua española, Cien años de soledad, la he leído y releído con placer desde mi propia adolescencia y, como a tantos colegas, me sería difícil concebirme sin ella como escritor en español aunque prefiera –debilidad en la cual tengo, lo sé, escasa compañía– El otoño del patriarca (1975), la sonora profecía de ese comandante Castro ante cuya potestad se sometería el novelista.
Refrendado mi tributo, prosigo. Si la trinidad de Santana-Acuña me disgustó como muestra de la monopolización novelística del llamado “campo literario” y sus gerentes, expreso mi satisfacción ante el logro del profesor canario, quien consiguió imponerles a sus editores de Columbia el uso de “U. S. scholar” o “U. S. writer” contra el odioso “American” como gentilicio de los estadounidenses y creo que, al hablar de “Latin American Spanish”, simplificó para bien las cosas.
Santana-Acuña entendió lo esencial, la hazaña del boom al lograr que América Latina dejara de ser un conglomerado de “literaturas nacionales”, esa rémora decimonónica, para convertirse en un territorio “ancho y ajeno” de la literatura occidental. Solo queda pedirle que si llega a hablar de España, se refiera a su literatura como escrita en “Peninsular Spanish” y les aclare que, siendo muy variadas las maneras de hablar el español en América Latina, es facilísimo para nuestros lectores entender a profundidad aquello de lo escrito en Santiago, Buenos Aires, La Habana, Ciudad de México o hasta en Los Ángeles. Como estudio de cómo el tardofranquismo le limó los dientes a su propia censura, reconquistando el mercado latinoamericano necesario para hacer realidad “el milagro español”, y en tanto crónica de cómo el casticismo fue derrotado por nuestros escritores en Barcelona, Ascent to glory es impecable. El boom no fue la odiosa operación comercial perpetrada por la codicia catalana de la agente Carmen Balcells, ni tampoco la ascensión de un grupo de iluminados siguiendo a Remedios, la bella, rumbo al cielo de los justos. Fue un caso proverbial del exitoso matrimonio entre el genio de la novela y el comercio del libro, tal cual lo consagraron sir Walter Scott y Honoré de Balzac en el siglo XIX.
En aquello del origen alemán, durante el expresionismo, del famoso “realismo mágico”, Santana-Acuña hace bien la tarea y en explicar cómo quedó sintetizado en lo “real maravilloso” de Carpentier, también. La etiqueta, como se muestra en Ascent to glory, no puede significar lo que se le dé la gana a cualquier profesor fervoroso y para ello cita a grandes críticos como Emir Rodríguez Monegal (uruguayo, no argentino, como se menciona en el libro), quienes nunca dudaron que en Cien años de soledad se cruzaba la tradición caribeña con el cosmopolitismo, mucho Faulkner y no poco Rulfo: la única errata dañina está donde se dice que Pedro Páramo es de 1964 y no de 1955, lo cual altera el discurso, disminuyendo lo rúlfico que fue García Márquez, gracias a Álvaro Mutis.
Finalmente, objeto el uso que se hace de cierto “neobarroco” como el estilo característico del boom. Se entiende lo que Santana-Acuña quiere decir: García Márquez y cía. le dieron a la lengua española una libertad y una belleza, insólitas, allá en la península, entre el Siglo de Oro y Ramón Gómez de la Serna. Pero como hace caso omiso del modernismo y Rubén Darío, ni lee poesía, Santana-Acuña ignora u omite que “neobarrocos” han sido propiamente hablando los poetas latinoamericanos presentados como tales en la pasada centuria, hacia los años ochenta, como el cubano José Kozer y algunos notables bardos rioplatenses, una vez que Severo Sarduy bautizó ese temperamento en 1972. En todo caso, serían “neobarrocos”, por el fasto y la prodigalidad de su idioma, Carpentier, Lezama Lima, García Márquez o en otro registro Fuentes, pero no prosistas tan exactos, frugales en el decir y más dedicados a la técnica narrativa que a la enumeración caótica, como Vargas Llosa, Donoso y Cortázar, el más viejo de aquella tropa.
Dejo la mitología de García Márquez, tan detallada en Ascent to glory, a sus fanáticos, porque, admirador fiel de algunos de sus libros, nunca lo fui de su personaje, un escritor que llevó en el cinto las llaves de las ergástulas castristas que –ya se ha dicho– le confió el tirano. Tampoco comento el adecuado ejercicio genético del sociólogo a la hora de compulsar variantes en mecanoscritos. Agrego que, acertada en términos generales, La Mafia mexicana descrita por Santana-Acuña no fue ese cenáculo casi militante que se presenta a ratos, sino algo más parecido a una fiesta interminable, como aquella interpretada en Ascent to glory, en donde se cuenta cómo el mal carácter del misántropo Donoso lo hundió literariamente mientras que la jovialidad de García Márquez, en aquellas bacanales, potenciaba geométricamente sus Cien años de soledad. Es de admirarse el rigor que Emmanuel Carballo puso en auxiliar a su gregario amigo colombiano y una vez más lamento que aquel buen crítico se haya retirado, indolente, de la escena.
Santana-Acuña termina Ascent to glory afirmando que no todas las obras canónicas son clásicas, porque las primeras necesitan del mantenimiento regular de la academia y de la crítica mientras que las segundas permanecen incólumes. El aserto es interesante aunque olvida que los clásicos también mutan. Nuestro Miguel de Cervantes no es el mismo que el de Miguel de Unamuno ni el actual Shakespeare leído por los franceses es el de Voltaire. Pero ya se sabe que la historia y la sociología no se llevan bien y es correcto que así sea. Obsesionado por lo contrafactual hasta incurrir en el dislate, seguramente Santana-Acuña se pregunta, en sentido contrario, qué tipo de clásico será Cien años de soledad en tres siglos. Mientras tanto, Ascent to glory, de Álvaro Santana-Acuña nació con buena estrella. Ignoro si llegue a ser un clásico de la crítica sociológica pero es indudable y certera su pertinencia canónica más allá de los estudios culturales de los que forma parte porque está escrito con dedicación y nobleza. ~
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile