“Let’s dance”, realismo social

Bowie grabó en Australia el video para el sencillo homónimo de su disco Let’s dance: una denuncia del racismo y una celebración del baile.
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En 1983, hace 40 años, David Bowie lanzó Let’s dance. El disco producido por Nile Rodgers marcó un viraje respecto de las experimentaciones sonoras de sus predecesores: canciones como “Modern love”, “China girl” y, por supuesto, “Let’s dance” muestran bien el rumbo que tomó.

Un camión lleno de ganado pasa frente a un edificio de una sola planta rodeado por calles de tierra. Un letrero rosa dice Carinda Hotel. Un radio antiguo se estrella contra el piso en reversa, es decir, tras estrellarse se reconstituye y brinca a las manos de una mujer que lo recibe con un gesto de desprecio. En el bar del hotel, Bowie y un contrabajista tocan frente a un grupo de comensales de tez rojiza, vestidos con shorts. Let’s dance, ordena.Nadie le presta mayor atención, salvo un joven y una chica, aborígenes australianos. Ella no lleva zapatos rojos, pero ambos bailan, como dice la canción, con la música que sale del radio.

En una entrevista de 1983, Bowie dijo estar decepcionado “del modo en que los sintetizadores han orillado a la música hacia un lugar frío. [La música] ha privilegiado el estilo por sobre el contenido. Así que, en una progresión natural, volví a la música que me entusiasmaba cuando empecé”.

Bowie ordena: Let’s sway. “Let’s sway through the crowd to an empty space”, y el chico y la chica están ahora en medio del campo, acompañados por un pequeño grupo de gente. Encuentras tirados unos zapatos rojos y la chica se los pone. Baila. A lo lejos se alza una cordillera. Un resplandor ciega a nuestro grupo: el de un hongo nuclear que asoma por detrás de las montañas.

Carinda es un pueblo de unos 180 habitantes dedicado al pastoreo. Está a unas nueve horas en auto desde Sydney. Parte del video de “Let’s dance” fue grabado ahí. A principios de los 80, Bowie estaba entusiasmado con Australia, con sus vastos paisajes desiertos, con el espíritu optimista y constructivo de su gente. Pero, “por mucho que quiero a este país”, dijo, “es uno de los más intolerantes en la cuestión racial en el mundo, muy a la par de Sudáfrica”.

Ahora el chico trabaja en una fábrica, operando una máquina más grande que él. El dueño de la fábrica (que es Bowie, vestido de traje) y su rubia asistente de zapatos rojos le dan instrucciones que el chico acata con resignación: debe arrastrar la máquina por las calles de la ciudad. En medio de esta labor se encuentra con la chica, que talla concienzuda y vanamente el pavimento. Sus miradas se cruzan, pero no, como dice la canción, “Under the moonlight / This serious moonlight”, sino en medio del tránsito y el humo.

En los años que precedieron el lanzamiento del disco, Bowie experimentó una transformación personal. “Me di cuenta que no tenemos mucho tiempo en este planeta […] Sé que esto es un cliché, pero ahora que he alcanzado cierta posición, quiero usarla para beneficiar a mis… hermanos y a mis hermanas.

El chico y la chica pasean por un centro comercial. Entran a una joyería. Él le compra a ella un collar, que paga con una sonriente American Express. Cenan en un restaurante lujoso. En un escaparate ven unos zapatos rojos. Intercambian una mirada llena de significado. Repentinamente han vuelto al campo, con el resto del grupo, y destruyen los zapatos a pisotones.

 “Pensé”, seguía diciendo el cantante: “‘tratemos de usar los videos como plataforma para hacer observaciones sociales, y no desperdiciarlos buscando enaltecer la imagen pública del cantante’. [Estos videos] son casi como realismo social ruso, muy ingenuos. Y el mensaje que tienen es sencillo: ¡está mal ser racista!”.

Desde lo alto, la pareja de aborígenes atisba la bahía de Sydney y los edificios brillantes junto al mar azul. Pero en vez de dirigirse hacia allá, dan media vuelta, hacia las grandes extensiones desiertas que cautivaron a Bowie. Bailan sobre imponentes peñascos, pero no parecen saber hacia dónde van. Vemos bellas tomas aéreas de la Ópera de Sydney. En medio del desierto, Bowie toca el solo que se pierde en un ochentero fade out. ~

Una versión de este texto se publicó en La Semana de Frente en abril de 2014.

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es editor digital de Letras Libres.


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