Soy fan de las películas de marcianos que destruyen la Tierra. En Independence Day (Roland Emmerich, 1996), luego de que los extraterrestres han lanzando un ataque fulminante que destruyó varias ciudades en el mundo, el presidente de los Estados Unidos se entera de que el gobierno sabía desde hace décadas de la existencia de esa amenaza, a través de las investigaciones del Área 51.
—¿Por qué diablos nadie me contó de este lugar? –pregunta el alter ego de Bill Clinton.
–Dos palabras, Sr. Presidente –responde el director de la CIA–, “plausible deniability”.
“Negación plausible”. La traducción directa no le hace mucha justicia a la frase. La CIA y otras agencias de inteligencia estaban protegiendo al presidente, para que cuando se le preguntara si tenía conocimiento de las actividades realizadas en esa instalación secreta, pudiera responder con un limpio y convincente “no”.
La negación plausible es la estrategia que siguen miembros del equipo cercano de Andrés Manuel López Obrador para proteger el relato de la incorruptibilidad de su dirigente y de su movimiento. Debe haber uno o dos escalones de separación entre los que toman las decisiones y conocen los detalles de las transacciones monetarias de agrupaciones como Honestidad Valiente y el fideicomiso Por los demás, creado para ayudar a los damnificados del sismo, y el presidente electo. Seguramente López Obrador no miente cuando afirma, como lo ha venido haciendo desde 2004, que él tiene las manos completamente limpias, cada vez que se descubre casos de un manejo poco pulcro de recursos en su movimiento.
Sin embargo, para que este esquema funcione se requiere una dosis de doblepensar. López Obrador sabe que él nunca se ha embolsado un peso ajeno y está convencido de que el gobierno que encabezará va a traer una renovación moral de la gestión pública en México. Al mismo tiempo, también sabe, porque es un político que conoce muy bien las entrañas del sistema político mexicano, que las batallas se ganan tanto en las jornadas abiertas, luminosas y llenas de gloria de las movilizaciones púbicas, como en la oscuridad del drenaje profundo.
Para competir en el mundo debajo de las alcantarillas, alrededor de López Obrador ha habido siempre varias tortugas ninja, coordinadas por ratas sensei que las entrenan en las artes de la lucha subterránea. De cuando en cuando, algunos de estos guerreros de la noche son expuestos a la luz pública, como hace tres años en Chiapas, cuando tres colaboradoras de Ricardo Monreal fueron detenidas con un millón de pesos en el aeropuerto de Tapachula. Gallardamente, el jefe del operativo se rehusó a abandonar a sus tropas tras las líneas enemigas y se batió por su libertad frente al gobernador chiapaneco.
Pero el asunto nunca pasa de la exhibición de cuadros medios y algún miembro del primer círculo. Ello le permite al dirigente seguir volando con el plumaje inmaculado, mientras que abajo sus seguidores se afanan para que las escaramuzas en el lodo no lo salpiquen.
La historia es muy larga para reseñarla aquí, con episodios muy conocidos, como los videoescándalos del señor Bejarano, y otros menos recordados, como las denuncias de que la asociación civil Honestidad Valiente, encargada de las finanzas del movimiento lopezobradorista durante los años en el desierto, había manejado esos dineros con más valentía que honestidad. En el primer caso, de todos es sabido, Bejarano terminó en la cárcel, Carlos Ahumada en el exilio, y López Obrador con un caso muy plausible de complot en su contra. En el segundo ejemplo, el hecho de que la denuncia de alquimia financiera morenista proviniera del mismísimo PRI hizo mucho para deslegitimar la acusación, pese a las pruebas presentadas.
Ahora presenciamos un nuevo episodio del eterno retorno de la maleta con billetes, aunque quizá más odioso que los anteriores, porque a Morena se le pretende imponer una multa millonaria por haber manejado de manera irregular dinero recaudado para apoyar a los damnificados de los sismos de septiembre de 2017, específicamente de haber canalizado esos recursos, cuya procedencia no es del todo clara, a través de parte de su estructura partidista, como explicó el consejero del INE Ciro Murayama. Morena, por su parte, ha declarado que el dinero se entregó directamente a la gente, a través de un padrón de beneficiados que elaboraron por cuenta propia.
Una vez más, empleando su bono de negación plausible, López Obrador denuncia una “vil venganza” y se declara no corrupto.
¿Por qué es importante tratar este asunto en su justa dimensión? Obviamente por la contradicción entre una campaña basada en el discurso de barrer la casa y una operación financiera en la que más que escobas abundaban trapos para limpiar las huellas. Pero también es importantísimo desmontar las premisas lopezaobradoristas sobre la corrupción y su combate.
Como hemos venido señalando aquí, López Obrador ha basado su campaña en una visión simplificada de la corrupción: la del funcionario público que mete los brazos hasta el codo en las arcas públicas. Es casi seguro que ninguna de las personas exhibidas con maletas llenas de dinero, incluyendo el propio Bejarano, haya empleado esos recursos para su beneficio estrictamente personal, aunque no sería sorprendente que alguno haya tomado un billetito o dos de los de encimita. Todos ellos han sido parte de un aparato de manejo de recursos opaco, por situarse fuera de la contabilidad y, por ende, corrupto.
Solo los que quieren hacerse tontos solos o tienen un interés en aparecer como tales pueden justificar el empleo de dinero en efectivo para estas transacciones. Pero nadie puede fingir demencia, especialmente Andrés Manuel López Obrador. Si el virtual presidente electo es serio es su intención de arrancar de cuajo la corrupción en nuestro país, debe empezar por renunciar a los privilegios de la negación plausible y dejar de hacerse de la vista gorda ante los casos de manejos financieros oscuros dentro de su grupo cercano, con el argumento de que el dinero no es para ellos, que no son corruptos y cosas por el estilo.
Y si no lo hace, la prensa y la opinión pública deberán recordarle en todo momento que, aunque haya elegido no saber nada de las batallas en el lodo y las contabilidades paralelas, él es el primer responsable del comportamiento de sus allegados. Y esa responsabilidad, sí, es en primer lugar moral, pero también es legal.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.