La democracia latinoamericana, viva pero en riesgo

Un repaso por el estado de las democracias latinoamericanas en 2023 muestra que en la región se ha consolidado el descontento y urgen cambios en la política.
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Se ha consolidado el descontento y urgen cambios en la política. Esta línea puede ser el titular que resume la agenda latinoamericana actual. Los gobiernos están perdiendo y las oposiciones ganando, sin excepciones. La democracia tiene menos apoyo y la posibilidad de golpes de Estado crece como opción viable. Outsiders y autoritarismos han conseguido más espacio en un entorno altamente polarizado en el que se erosiona el centro político. 

Por otro lado, el rápido cambio del signo político presente en la mayoría de los países tiene como principal motor el descontento con los resultados de gestión de los oficialismos. De izquierda a derecha y de derecha a izquierda, la alternabilidad ha sido la constante desde 2018. Y si bien esto puede irradiar una especie de optimismo democrático en tanto unos ganan, otros pierden, y se intercambian los representantes del gobierno, también dice mucho de la imposibilidad de mantener un proyecto político en el poder más allá de un período constitucional. 

En términos puramente políticos ha quedado demostrada la incapacidad de juntar la ideología con un pragmatismo que muestre buenos resultados de gestión.[1] Y en cuanto a la administración del Estado, se evidenció la escasa concreción de planes de desarrollo que den relevancia a la región y solucionen los problemas estructurales de los países, que en su mayoría corresponden a necesidades básicas.

Comenzamos 2023 con un mapa que evidenciaba la consolidación, al menos momentánea, de una nueva “marea rosa”. Aunque diferente a los primeros quince años del siglo, esto era plausible en tanto el recambio de gobiernos permitió un ascenso de nuevas administraciones de izquierda y centro izquierda. Empero, para el cierre de año notamos un panorama mixto, con espacios recuperados por la centroderecha y derecha. En el horizonte, al menos por ahora, pareciera evidenciarse que la diversidad de signos será la constante.

Cambio y pobreza

Revisemos el presente. En este año se realizaron elecciones presidenciales en Paraguay, Guatemala, Ecuador y Argentina. En tres ganaron fórmulas ubicadas del centro hacia la derecha, y en una, Guatemala, un candidato de centroizquierda. Todos las campañas y sus proyectos hablaron de cambios profundos. Similar mensaje tuvieron sus antecesores desde 2018. No obstante, este cambio al momento no ha fraguado, y, por el contrario, el desempeño de América Latina en términos económicos y sociales, salvo en muy contadas excepciones, no ha mejorado. Si bien el crecimiento de la región es 11% mayor a la de su escenario previo a la pandemia de covid-19, otras regiones han tenido mejores resultados en el mismo periodo. Por ejemplo, como refiere Bloomberg, Asia Oriental y Meridional con 30% por encima, y Europa del Este, guerra mediante, con un 15% más.

A pesar de que el empleo ha tenido una tenue recuperación en Latinoamérica, como lo explica el Banco Mundial en su informe 2023, la tasa promedio de pobreza es mayor a la de 2019: un preocupante 30%. Esta cifra consigue elevarse notablemente en naciones bajo intensa crisis, como la de Argentina, o las ya conocidas situaciones humanitarias graves de Venezuela, Cuba y Haití. En consecuencia, ante la urgencia de abordar la pobreza, algunos temas de la agenda política han perdido atención, como la migración y los embates del cambio climático.

Por ejemplo, la crisis migratoria venezolana sigue siendo el principal éxodo de personas en el continente americano. A la fecha, los gobiernos de la región no han podido poner en marcha un mecanismo multilateral para abordar la situación, y esto tiene escasa presencia en el orden del día de los principales foros regionales. Las iniciativas de agencias internacionales, aunque valiosas y diversas, han resultado insuficientes ante un fenómeno de inmensas proporciones.

Otro ejemplo se evidencia en las discusiones sobre inversión pública en desarrollo sostenible, reconversión energética, descarbonización de la economía o limpieza y protección de ríos y océanos. Son asuntos disgregados en las agendas de parlamentos y gobiernos latinoamericanos. A pesar de los efectos notorios del cambio climático, cuyas expresiones más simbólicas este año han sido la sequía en el Lago Titicaca, las inundaciones en megalópolis como São Paulo, la escasez hídrica en México, o la contaminación minera y deforestación de la Amazonía, el tema no figura entre las prioridades. En contrapartida, la discusión sobre incrementar la explotación de gas natural gana terreno a pesar de las advertencias de Naciones Unidas.

A diferencia de años anteriores, la conflictividad social no determinó la agenda de la región. Sin embargo, en el repertorio de reclamos se mantuvo el descontento con el sistema político, la ineficiencia gubernamental y la economía. El hartazgo social ha sido patente en los últimos tiempos, y solo hay señales de que se intensificará en el futuro inmediato.

Crisis de confianza

El aspecto que resume el momento político de América Latina es el descenso del apoyo a la democracia. Siete de cada diez ciudadanos de la región están insatisfechos con esta forma de gobierno. Un dato de este año es el incremento de la tolerancia a los golpes de Estado con tal de que “solucionen” los problemas. Latinobarómetro (2023) afirmó que a un 54% de los ciudadanos latinoamericanos no le importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas. Dos décadas atrás, este porcentaje era del 44%.

Resultados, ¡son los resultados! Mano dura y sacudida contra el sistema político. Este clamor gana adeptos. Y es lógico que lo haga, porque son muchas las razones que explican el descontento ciudadano. Sin embargo, subyace una preocupación: el fin no justifica los medios. No todo vale para lograr resultados. Violentar el debido proceso, las libertades y garantías, acabar con las oportunidades de moderar la conversación política y polarizar las sociedades no son hechos justificables a la luz de la búsqueda de resultados deseables. Sin embargo, esta forma de hacer política gana espacio y popularidad cada día que pasa. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, es el mayor exponente de este estilo de “gobierno democrático” sin contrapesos y limitaciones. A pesar de su controvertido accionar, que choca con el Estado de derecho y la tolerancia a las críticas, aparece como uno de los líderes más populares de la región, con un 90% de aprobación en su país durante 2023.

Ante este panorama, las soluciones mágicas, las propuestas de shock y los discursos radicales estuvieron en ebullición durante los doce meses de este año. El triunfo de Javier Milei en Argentina es quizá la mejor demostración de que la ciudadanía puede buscar figuras alternativas en respuesta a los malos resultados. Desde la vuelta de la democracia cuatro décadas atrás, ningún outsider se había hecho con la presidencia de esa nación.

América Latina muestra un porvenir poco optimista si sus gobiernos y autoridades no se esfuerzan por aplicar políticas eficaces que mejoren la percepción que tienen los ciudadanos sobre sus representantes. Si bien el contexto de pobreza y otros flagelos como la corrupción son indicadores que complejizan el panorama, está presente un riesgo mayor: la ausencia de confianza en el sistema democrático y el auge de liderazgos que descreen en las instituciones y por el contrario ofrecen solucionar los problemas “cueste lo que cueste”. ~


[1] Ver Arellano, A. y Grundberger, S. (2023). Latinoamérica en su laberinto. Seis claves del estado de la democracia. DP Enfoque, 14. Diálogo Político.

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es doctor en ciencia política, magíster en estudios políticos y periodista. Coordinador de proyectos en la Fundación Konrad Adenauer en Uruguay, y editor de Diálogo Político. Autor del libro Venezolanos en Uruguay.


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