Foto: Leco Viana/TheNEWS2 via ZUMA Press Wire

Rumbo a la segunda vuelta, un Brasil dividido

Rumbo a la segunda vuelta electoral, Lula reúne a simpatizantes y antiguos oponentes en un amplio frente democrático, mientras que el plan autocrático para un posible segundo mandato de Bolsonaro gana contornos más nítidos.
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Brasil se prepara para la segunda vuelta de sus elecciones presidenciales, prevista para el 30 de octubre. Mientras el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva reúne a simpatizantes y antiguos oponentes en un amplio frente democrático, el plan autocrático para un posible segundo mandato de Jair Messias Bolsonaro gana contornos más nítidos. Además de amenazar con no aceptar como “limpia” una posible derrota, Bolsonaro afirmó en una reciente entrevista que “después de las elecciones” discutirá la “propuesta” de aumentar el número de plazas en el Supremo Tribunal Federal (STF), del que su hijo, que además es diputado, anteriormente había afirmado que se podría cerrar fácilmente, apenas con “un soldado y un cabo”.

El proyecto de Bolsonaro de cambiar las normas constitucionales para poder nombrar más jueces aliados, obtener mayoría y romper la independencia del poder judicial quedó aún más detallado en otra entrevista de su exvicepresidente, el general retirado y ahora senador electo Hamilton Mourão. Las iniciativas en discusión –designadas como el “marco” del STF por el líder del gobierno en la Cámara de los Diputados– incluyen el impeachment de miembros de la corte acusados de “activismo judicial”, algo que ya intentó Bolsonaro, pero que no fue aceptado por el presidente del Senado. No es un plan original. Forma parte del ideario de regímenes autocráticos de izquierda y de derecha actualmente en el poder en diferentes países, y que ya fue puesto en práctica por los generales y dictadores que gobernaron Brasil de 1964 a 1985.

Lula, del Partido de los Trabajadores (PT), fue el más votado en la primera vuelta, con el 48.4 % de los votos válidos, dejando a Bolsonaro, del Partido Liberal (PL), con el 43.2 %. Muy lejos de la segunda vuelta quedaron Simone Tebet (4.2 %), Ciro Gomes (3 %) y otros siete candidatos (1.2 %). Como indicaban las principales encuestas de opinión, el expresidente estuvo cerca de obtener la mayoría de los votos válidos y cerrar las elecciones anticipadamente. Sin embargo, el voto para Bolsonaro fue muy superior a las intenciones estimadas y, en las elecciones estatales, los candidatos a gobernadores obtuvieron un resultado mucho mejor que el indicado por los institutos de investigación. El ejemplo más notable fue la disputa por el gobierno de São Paulo, en la que Tarcísio de Freitas (42.6 %), exministro de Bolsonaro, pasó a la segunda vuelta con amplia ventaja sobre Fernando Haddad (35.5 %), exministro de Lula que lideraba con creces las encuestas.

Aun así, Bolsonaro necesita recuperar muchos votos para derrotar a Lula, elegido por más de 57 millones de votantes en la primera vuelta. Lula recibió 6 millones de votos más que Bolsonaro y le faltaron menos de 2 millones de votos adicionales para una victoria anticipada. En los días siguientes, el expresidente Lula obtuvo un apoyo rotundo de la tercera candidata más votada y del partido del cuarto candidato clasificado, que le concedió su voto de partido con un gesto de resignación. Lula también posó junto al expresidente Fernando Henrique Cardoso, quien declaró su voto a favor de su antiguo oponente “por una historia de lucha por la democracia y la inclusión social”, un hecho absolutamente inédito. Finalmente, exministros de Cardoso y economistas que lo acompañaron en la formulación y gestión del Plan Real, que controló la inflación dejada por la dictadura militar, también declararon su voto al expresidente, consolidando un amplio arco de apoyo para Lula.

Así como para la mayoría de la sociedad brasileña, para los lectores de este texto debe ser difícil encontrar un motivo razonable para votar a Bolsonaro, un firme defensor de la dictadura de 1964-1985 y fanático orgulloso de torturadores y censores, que se ha dedicado a propagar mensajes anticientíficos (como que las vacunan causan Sida) y con prejuicios contra académicos, intelectuales y artistas. Es difícil incluso encontrar en Google a un solo escritor que apoye a Bolsonaro, mientras que casi todos los nombres relevantes de la cultura brasileña han declarado su voto a Lula.

No podría ser de otra manera. A lo largo de cuatro años, Bolsonaro recortó recursos destinados a cultura, educación, ciencia, tecnología, obras de infraestructura e inversiones públicas en general, pero ha aumentado el gasto militar y, en los últimos meses, ha gastado cada vez más en subvenciones y beneficios electoreros fiscalmente insostenibles. Su primer secretario de Cultura fue reemplazado después de difundir un increíble video oficial en el que tomaba como ejemplo a Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolf Hitler.

Uno de sus ministros de Educación fue nombrado en el boletín oficial, pero nunca llegó a tomar posesión del cargo luego de que la prensa descubriera que había falseado su currículum con un título de posdoctorado inexistente. Los otros cuatro –sí, cuatro– ministros de Educación que se sucedieron en menos de cuatro años intentaron varias veces obligar a los colegios a grabar a los niños cantando el himno nacional, alentaron a los alumnos para que grabaran y denunciaran a los profesores de izquierda, defendieron la detención de ministros del STF y realizaron recortes en universidades, justificados por acusaciones de desorden y politización. El único que logró completar un año lectivo como ministro de Educación fue un pastor de la iglesia presbiteriana, arrestado después de que apareciera en un audio hablando, en nombre de Bolsonaro, sobre el dinero o los lingotes de oro que habían recibido algunos de sus pastores aliados, de manos de varios alcaldes, a cambio de la liberación de fondos federales.

Los órganos de investigación y la prensa han revelado evidencias de que Bolsonaro y sus hijos tuvieron contratados durante décadas, en sus gabinetes parlamentarios, a un séquito de asesores que nunca iban a trabajar y a los que obligaban a pasarles parte del salario que recibían. Uno de los asesores, que realizó una serie de pagos comprobados a la esposa de Bolsonaro, fue arrestado después de pasar una temporada escondido en la casa del abogado del presidente. La prensa también demostró que Bolsonaro y su familia compraron al menos 51 propiedades con dinero en efectivo.

Lula, por su parte, fue arrestado en 1980 por organizar la mayor huelga del país durante la dictadura, y nuevamente en 2018, cuando lideraba la carrera electoral contra Bolsonaro. El juez de primera instancia que lo condenó, Sergio Moro, se convirtió en ministro de justicia de Bolsonaro, y acaba de ser elegido senador. En un procedimiento judicial kafkiano, el expresidente fue acusado de pedir un apartamento a cambio de contratar obras sobrevaloradas a la empresa estatal más grande de América Latina, pero nunca se encontraron pruebas de dicha petición y tampoco llegó a tener las llaves del apartamento. La constructora siempre mantuvo la propiedad del inmueble e incluso lo usó como garantía para transacciones financieras con terceros. Se consideró a Moro un juez parcial e incompetente para arbitrar el proceso, y se anularon todas las demandas contra Lula después de que este pasara 580 días en prisión.

A la luz de todo esto, el mayor desafío es entender por qué ese 43.2 % votó por Bolsonaro en la primera vuelta y por qué las nuevas encuestas le dan entre un 45 % y un 48 % de intención de voto en la segunda vuelta. Además de los grupos de interés específicos a los que el gobierno trató de beneficiar, sus apoyos van desde aquellos que se sienten identificados con los valores que defiende el presidente hasta una masa que simplemente rechaza a Lula y al PT, debido a que fue el principal objetivo de las noticias sobre corrupción durante los años de sus gobiernos, aunque realmente haya habido más condenas en los partidos que ahora apoyan a Bolsonaro. Aunque la economía alcanzó mejores resultados durante los gobiernos de Lula, su éxito se atribuye a factores externos, mientras que se considera que Bolsonaro ha logrado resultados supuestamente razonables ante las crisis provocadas por la pandemia y por la guerra en Ucrania, a pesar de los impedimentos que este atribuye al poder legislativo, al poder judicial, a la prensa y a los conspiradores nacionales y extranjeros. Otra de las razones es su defensa de que la población tenga más armas y de que exista un menor control de la violencia policial en la represión de las drogas y de los delitos violentos.

En términos de valores sociales, una clave importante para entender el apoyo a Bolsonaro es que el actual presidente representa con orgullo el mantenimiento de la jerarquía tradicional. Sus lemas más repetidos, que se hacen eco de las peores experiencias totalitarias, son “Dios, patria y familia” y “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos”. La similitud con el eslogan nazi “Deutschland über alles” (“Alemania por encima de todo”) no parece molestar al 43.2 % de los votantes brasileños.

Aunque Bolsonaro amenaza explícitamente con golpear y controlar los poderes que lo contrarrestan, Brasil sigue sorprendentemente dividido, con algo de ventaja, por suerte, para el frente democrático liderado por Lula. Si Brasil pretende realmente preservar la libertad de sus letras, entre otros bienes esenciales, es importante que el apoyo a ese frente democrático se amplíe y se confirme el 30 de octubre, en la segunda vuelta de las elecciones.

Traducción del portugués de Ana María García Iglesias.


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Científica política del Instituto de Estudios Avanzados IEA/USP, investigadora del DOXA, Laboratorio de Estudios Electorales, de Comunicación política y Opinión Pública del Instituto de Estudios Sociales y Políticos (IESP) de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, y del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre la Desigualdad (NIED) de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

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Profesor de la Escuela Nacional de Ciencias Estadísticas (ENCE/IBGE).


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