Casa Rorty XIX. Realismo teórico y política sucia

La defensa de la democracia a la manera populista no es el único truco conceptual empleado por el líder socialista, capaz de explotar otros marcos comunicativos de éxito reciente.
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En su trabajo sobre la naturaleza de la política y su relación con ideas abstractas tales como la justicia o la libertad, el filósofo Raymond Geuss sostiene que nunca debemos olvidar las circunstancias particulares en las que se hace la “política real”, pues en ellas se ponen en juego esos valores abstractos sobre cuya deseabilidad discuten los teóricos normativos. Geuss escribe contra los partidarios del constructivismo moral à là Rawls, pero también contra quienes creen que lo importante es aquello que decidamos en el marco de nuestras deliberaciones sobre lo deseable o lo bueno; a su juicio, la política sigue otras reglas y quizá no siga regla alguna. Pensar que la política es una suerte de ética aplicada no nos llevaría entonces a ninguna parte; se trata de una actividad referida a acciones y contextos de acción antes que vinculada a creencias ideológicas o proposiciones morales.

Si alguien tenía alguna duda al respecto, no tiene más que repasar la trayectoria del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, cuya cumbre se encuentra de momento en la extravagante maniobra que terminó de ejecutar el pasado lunes. Recordemos que el líder socialista dirigió una carta “a la ciudadanía” en la que se planteaba si podía seguir en el cargo, abrumado como decía estar por el sufrimiento que le vienen causando las informaciones periodísticas sobre las actividades profesionales de su esposa; anunció entonces que suspendía su agenda y se retiraba cinco días a reflexionar al respecto. Después de que su partido y unas cuantas miles de personas se hubieran movilizado para que continuase, aparentemente convencidos todos ellos de la sinceridad de su anuncio, Sánchez acudió a su cita con la audiencia y leyó un discurso en el que anunciaba su voluntad de mantenerse en el cargo. ¡Y con fuerzas renovadas! Arremetiendo de nuevo contra la presunta campaña de difamación y crispación de la que acusa a sus rivales, dijo estar dispuesto a liderar un movimiento de regeneración y limpieza del cuerpo social democrático.

La mentira como herramienta

Hablamos de un político que ha hecho de la mentira una de sus principales herramientas de trabajo, como puede comprobar fácilmente cualquiera que se tome la verdad en serio y tenga paciencia para consultar una buena hemeroteca. Es alguien que ha pactado con partidos políticos destituyentes  e incluso amnistiado a los condenados o imputados por el procés independentista, a cambio de los votos necesarios para su investidura, pese a haber perdido las elecciones celebradas en julio. También ha conducido negociaciones en suelo extranjero con un fugado de la justicia –el líder separatista Carles Puigdemont– y desprecia los contrapesos que definen la forma liberal de la democracia, o sea la única forma de democracia digna de tal nombre: coloniza las instituciones que se ponen a su alcance, nombrando para ellas directores afines a su partido; pone las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas al servicio de su estrategia política; convierte las televisiones y agencias de noticias públicas en boletines gubernamentales. Para los medios de comunicación que publican noticias que le disgustan, reserva el calificativo de “trumpista” y los acusa de difundir “bulos”; los jueces que dictan resoluciones o abren diligencias inconvenientes para sus intereses son retratados como ultraderechistas dedicados al lawfare, concepto de origen latinoamericano que designaría el socavamiento judicial de la voluntad popular expresada en las urnas.

Su vocación iliberal, en definitiva, ha quedado sobradamente acreditada. Ocurre que el discurso de Sánchez se basa precisamente en la afirmación contraria: él es un verdadero demócrata y lo mismo puede decirse de todos aquellos que le prestan su apoyo, enfrentados como están a las fuerzas de extrema derecha que quieren acabar con la democracia en el mundo entero. Hay así unos “malos” que manejan los hilos del poder y corrompen la pureza democrática, igual que hay unos “buenos” a los que corresponde mantenerse activos en la lucha maniquea contra los primeros. Cuando el presidente del gobierno –que no actúa en un régimen presidencialista, sino en una democracia parlamentaria– se presenta como encarnación del bien y se identifica con la democracia misma, introduciendo de paso sus emociones personales en el relato que presenta a los ciudadanos, nos adentramos de lleno en el territorio del populismo; máxime cuando ese mismo presidente llama a la movilización popular fuera de las instituciones. Esta aparente contradicción –la eficacia política del discurso que se dice democrático y sin embargo socava la democracia– es lo que requiere explicación. O, cuando menos, análisis.

Y si bien hay un camino sencillo para hacerlo, que es remitirse a la literatura académica sobre la identificación partidista del votante, dispuesto a ir allí donde le señale su partido sea cual sea su líder y sean cuales sean los contenidos ideológicos que defienda (Philip Converse ya demostró en los años 60 que los votantes carecen de un sistema de creencias articulado y coherente), en esta ocasión quisiera centrarme en la estrategia discursiva de Pedro Sánchez y, por extensión, en la de cualquier líder que exalta los ideales que él mismo degrada. Pero como también esto puede hacerse de muchas maneras y escribo en el marco de un modesto blog quincenal, quisiera limitarme a aplicar al caso las tesis de Geuss, filósofo político de corte realista perteneciente a la escuela de la Teoría Crítica, para ver hasta dónde nos llevan. Tal como se ha dicho antes, la crudeza con la que Geuss plantea los términos de la acción política encaja a primera vista con el estilo político de Sánchez y otros líderes populistas: porque no es ética aplicada lo que hacen. Sin embargo, dicen hacerla; luego las creencias ideológicas y las proposiciones morales juegan un papel destacado en su modus operandi. Es un papel pervertido respecto de su función ideal; incluso perverso. Veamos.

Para Geuss, los filósofos políticos no pueden tomar los ideales, modelos de conducta o utopías al pie de la letra; lo que cuenta es aquello que resulta de su aplicación práctica en situaciones específicas. A cambio, el realista debe considerar las ilusiones más potentes –ideologías, imaginarios, ideales– como factores que pueden tener efectos motivacionales sobre la población, empujando a grupos e individuos a actuar de una u otra manera. Sin embargo, el estudio de la política es el estudio de las acciones; solo en segunda instancia procede ocuparse de las creencias que puedan conectarse con esas acciones. Y ello porque la política no versa sobre lo que sea bueno o racional o benéfico, dice Geuss, sino sobre su búsqueda por parte de agentes con poderes y recursos limitados. Esos agentes, matiza, tratarán de legitimar sus acciones recurriendo a ideas e ideales capaces de persuadir a los demás de que sus decisiones están justificadas y deben ser obedecidas. Los destinatarios de esas prácticas legitimadoras son los individuos que, como señala Geuss en otro momento, constituyen “centros separados para la formación, evaluación y revisión de creencias, actitudes, valores y deseos, así como para la ejecución de acciones que llevan a la práctica esos deseos”.

Dicho de manera más sencilla, los individuos tienen relativa autonomía a la hora de dar forma a sus preferencias: no puede darse por sentado cuál será la evolución “ideológica” de cada uno de ellos, si bien sus circunstancias personales y su historia personal –dónde nacen, cómo se educan, con quién se relacionan– pueden condicionar esa trayectoria. Una vez que su identidad política está formada, en todo caso, será difícil modificarla; a menudo esa identidad se basa en la adhesión a un partido, que servirá de atajo o heurística para la formación de sus opiniones sobre la actualidad política. Por algo señala Geuss que los seres humanos no solo quieren comprender y evaluar el mundo que los rodea: quieren saber también cómo deben actuar. En el mundo de la modernidad, sugiere, la necesidad metafísica deja paso a formas más racionales de vernos a nosotros mismos: queremos guiarnos por la verdad o cuando menos por creencias que se asienten sobre el conocimiento disponible, de tal manera que nosotros y nuestros proyectos se inserten en “alguna estructura imaginativa más amplia que les dé sentido”. Y una de las tareas que cabe encomendar a la teoría política, concluye nuestro filósofo, consiste en entender y explicar por qué se toman ciertas decisiones o por qué determinadas acciones políticas revisten una forma y no otra.

El uso táctico de conceptos políticos prestigiosos

Pues bien, uno de los aspectos más interesantes de la estrategia política de Sánchez es precisamente el uso táctico de conceptos políticos “prestigiosos” que se identifican con la democracia y de los valores positivos –igualdad, verdad, racionalidad– que asociamos a ella. Como se ha dicho, es algo que hace el populista cuando se presenta ante el buen pueblo como garante de la auténtica democracia frente a sus pertinaces enemigos. Esto podría hacerse de otra manera, por ejemplo, reclamando mayor justicia social o la defensa de la libertad individual; cuanto más vago sea el significado concreto del ideal normativo del que se echa mano, más eficaz será su invocación en el discurso que quiere conseguir o reforzar la adhesión de los votantes.

De hecho, la defensa de la democracia a la manera populista –presentada como mecanismo para la realización de las voluntades populares en un marco plebiscitario y no como un régimen basado en el gobierno limitado o el imperio de la ley– no es el único truco conceptual empleado por el líder socialista, capaz de explotar otros marcos comunicativos de éxito reciente. Así, por ejemplo, utiliza el debate sobre la desinformación como amenaza para las democracias como trampolín para erigirse en paladín de la verdad y víctima primerísima de las fake news, pese a la frecuencia con la que él mismo recurre a la disimulación o el bulo. Y así, también, trata de poner a su servicio el discurso feminista: ante las sospechas de que su esposa ha actuado de manera irregular mediando en la captación de fondos públicos, Sánchez desvía la atención apelando al derecho de las mujeres que viven en democracia a trabajar sin la tutela de sus maridos. Aunque nadie ha discutido tal cosa, el postulado normativo de la igualdad le sirve como refugio ante acusaciones bien concretas: la abstracción se pone al servicio de las contingencias. Se trata de una “máquina del fango” bien peculiar, ya que la materia que se arroja sobre los participantes en el debate público tiene un aspecto reluciente: vindicación de la democracia, exaltación de la verdad, defensa de la libertad de la mujer. A oídos del votante más identificado con su partido o del ciudadano menos suspicaz, el discurso suena bien; no digamos si además se otorga credibilidad al desnudamiento sentimental que lo acompaña.

De manera que el uso torticero de los conceptos políticos se alimenta de la reputación normativa que poseen esos conceptos, la mayoría de los cuales permanecen por añadidura indeterminados mientras no se proceda a darles un sentido concreto. Estudiar de manera realista la política, como recomienda Geuss, exige por lo tanto analizar el modo en que esas abstracciones conceptuales que el filósofo norteamericano considera secundarias respecto de la acción emprendida por los agentes políticos pueden ser parasitadas por esos agentes en su propio beneficio. Y si bien la política no es ética aplicada, pues en modo alguno podría serlo y ni siquiera los filósofos morales más idealistas suscribirían semejante idea, es obvio que la política puede simular serlo en beneficio de sus actores, sobre todo de aquellos que menos inclinados se sienten a defender un programa ideológico coherente y más traslucen su interés por el poder como medio para la realización de sus fines personales. Al teórico político, en fin, nunca le faltará trabajo.

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(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).


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